Con frecuencia, en especial después de las reuniones de egresados (diez, veinte inconfesables años), solemos cuestionar a dónde fueron a parar las lecciones del colegio.
No falta quién -tras la proverbial imitación de los profesores- empieza a preguntar por el valor de los personajes de La Vorágine o los problemas del Álgebra de Baldor.
¿Para qué sirvió todo eso?, ¿fue necesario pasar por trigonometría para terminar valiéndose de cualquier vestigio de cálculo numérico en el supermercado?
A Albert Einstein le atribuyen la máxima: "La educación es lo que queda cuando uno ha olvidado todo lo que aprendió en el colegio"…
Mi reflexión atañe a un bloque específico de conocimiento: la religión católica.
Colombia es un país que se proclama católico, aunque en un gesto de tolerancia la Constitución lo designa como laico.
En muchos casos, los colegios confesionales complementan la labor de los padres de familia enseñándoles a los alumnos a creer en Dios, a seguir el ejemplo de su Hijo.
Me gusta leer en soledad, sin intermediarios, pasajes de la Biblia. Creo en Dios. Como muchos, considero que Jesús es el gran modelo de ser humano. Y donde quiera que vaya, entro a los templos (católicos, budistas, protestantes) buscando el silencio, para conversar con Dios. Nunca voy a misa los domingos (respeto a quienes lo hacen).
No obstante, mi escepticismo natural me ha motivado a leer la obra de grandes ateos. Ni Steven Pinker ni Christopher Hawkings, o un agnóstico de línea dura como Richard Dawkins, han logrado convencerme de que Dios no existe. El ateísmo me ha durado hasta seis horas, pero una vez mis hijos se bajan de la buseta del colegio se me quita… Y vuelvo a creer.
Escribo estas líneas el Viernes Santo, con la honda amargura que me produce la crucifixión: ¿por qué privilegiar la Ley del Talión del Antiguo Testamento sobre la consigna de Jesús "amaos los unos a los otros" (Juan 15:12)?
No es necesario ser un teólogo ni un hermeneuta para explicar el significado profundo de esa frase. No hay ONU ni tratado en Derecho Internacional Humanitario que haga más clara la instrucción: amar al Otro, al distinto a mí. Contiene toda posible cátedra de tolerancia.
¿Cuál fue la primera de las Siete palabras de Jesús ante sus verdugos (Lucas 23:34)? ¿Para qué perdonar a quien no lo ha ofendido a uno? ¿Acaso el perdón no cobra sentido cuando se le concede al enemigo?
Apoyar el proceso de paz con la guerrilla, creer en la reconciliación es, en mi caso, más que una actitud política (en ese orden, mis razones son otras): es una posición ética basada en el modelo de perdón que mis padres, mi colegio, mis lecturas -mi formación- me inculcaron a través de una figura única: la de Jesús.
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