Estación Tiempo, que debe ser eterna, sin principio ni fin, y a la que todos llegamos y de la que algún día saldremos, pues si bien vivimos en el tiempo, este nos acoge y nos despide y solo queda él en la inmensidad, como esa presencia que los musulmanes sufíes llaman Alá. Alguien decía (algún amigo de esos de cartas) que D’s y el tiempo eran la misma cosa, pues en el tiempo se da todo, la creación y el final, lo bueno y lo malo, lo que es y no es, la presencia y la lejanía, el error y el acierto, la evolución y la involución, la tierra plana y redonda, etc. El tiempo es el sin inicio y sin final y siempre estará presente, aun cuando el universo desaparezca y no quede ninguna huella o al menos nadie que la entienda. Y si bien el tiempo nos ha servido para medir acontecimientos, puntos entre comienzos y fines, referencias de luz y de oscuridad, de frío y de calor, de nacer y morir, lo cierto es que eso que medimos no es tiempo sino cambios en el tiempo, que no varía y nada ni nadie lo toca.
Sin embargo, para tener noción del tiempo lo hemos ritualizado (lo volvemos importante) y en los rituales establecemos fechas de reinicio (semanas, meses, años) o conmemoramos recuerdos de grandes acontecimientos (al estilo de los griegos y los persas) o nos pegamos de una fracción de tiempo para dar una versión de la vida o del miedo (este caso lo tratan los psiquiatras, siempre y cuando no medie un asesinato). Y así, en lo que creemos tiempo que avanza, proyectamos, creamos deseos, nos vemos envejecer y hasta huimos de lo que nos pasa haciendo uso de vitaminas, operaciones, gimnasios, cursos de crecimiento personal y de respiración. Y hasta (y esto es lo risible de la arrogancia) consideramos que no hay tiempo y, negándolo, no paramos de codiciar y de creer que el medio es el todo.
Pero, imposibilitados de salir del tiempo, no nos queda más opción que habitarlo. Y entenderlo (tener conciencia de él) como un espacio santificado por la historia (como en el caso de los judíos, que carecen de lugares sagrados pero tienen días sagrados) y si no santificado, al menos propicio para ser inteligentes, lo que nos llevaría a revisar errores y no cometerlos más, lo que ya indicaría que somos racionales y, en ese estado de razón, en posibilidad de hacer de la vida algo digno (y alegre, dirían los Jasidim) de ser sentido sin dolor ni pasiones tristes, renovado cada vez en términos de innovación: mejoras a lo ya hecho o, dicho de otra manera, viviendo el agradecimiento, palabra que ya pocos entienden porque (por lo que se ve) es mejor culpar y pedir, rabiar y mentir, que saberse vivo y bien.
Acotación: el año 2013 está regido por el número seis, que en el tarot son los amantes y en la numerología los caminos que se bifurcan. Y como todos los años, es la presencia del tiempo, que no es ni bueno ni malo y todo depende de lo que hagamos con él. Y no hay malos ni buenos tiempos, hay hombres malos y buenos. C’est tout
Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6