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SOBRE SEGURIDAD ALIMENTARIA

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09 de noviembre de 2012
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Estación Plaza de Mercado, bullosa, abundante en basura, avisos de mil colores, algún loro enjaulado, mujeres gordas y hombres que todo lo que miran lo calculan en pesos, kilos, rendimiento y tiempo de uso.

Porque las plazas son para eso, para que circule el dinero, se guarde o se oferte mercancía mientras por el aire cruzan variedad de olores, insectos rastreros y voladores curados contra los insecticidas, las cintas con pegantes y las manos que aparecen de improviso, unas para matar los moscos, otras para sacar las carteras de los bolsillos, las menos para pedir una limosna, las más para hacer paquetes o señalar objetos.

Si se hiciera un inventario de manos en una plaza de mercado, de lo que hacen y parecen, de cómo se mueven y cogen, se obtendría una muestra surrealista del acontecer diario que se da en esos sitios a los que la gente va a comprar comida, oler rastros de tierra, ver colores variados y sentir que está viva. Pus la vida aparece toda cuando queremos comer.

Pero en países como el nuestro, que antes se autoabastecía (era independiente en términos de alimentación), las plazas van desapareciendo y a cambio vemos las grandes superficies ofreciendo comida importada, no ya como antes (cuando lo que se importaba era lo más fino) sino en un presente que no analizamos bien.

Porque no basta importar comida, sino que al importarla se nos olvida cómo sembrarla.

Y esa comida que se importa, en la medida en que abandonamos nuestros propios campos, no solo crea dependencias políticas sino que se encarece en la medida en que la demanda aumenta. Además no está controlada y, por todos los santos (o por Monsanto), es posible que contenga váyase a saber qué elementos químicos o haya sufrido qué procesos, los suficientes para hundir más el sistema de salud.

En un libro de Rafael Arango Villegas (Astillas del corazón, publicado en 1948), el humorista caldense se queja de la miopía de los ministerios de Agricultura colombianos que, en lugar de crear los espacios para la seguridad alimentaria del país, se dedican a recomendar la siembra de lo que, presuntamente, se vende más, creando ilusiones y desamparando al país en producción de comida.

Y la comida, que es lo que mantiene viva a la gente (que sin comer no dura más de 40 días, de ahí que ningún profeta se arriesgara ayunar el 41), no se reemplaza con índices de exportación de monocultivos y menos con las sobras mineras.

La comida y el comer, ejercicio que en cuerpo sano exige tres porciones diarias, escasea cada vez más en el mundo. Y si llega el hambre, crujirán los dientes…

Acotación: La seguridad alimentaria implica gente en disposición de estudiar y de admitirse en un lugar de la tierra. La agricultura de lo básico inicia a la gente en la contabilidad, la gestión y el comercio. Y le da de nuevo sentido al trabajo. Pero si el campo se queda limpio de campesinos, el Apocalipsis se cumple y ya.

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