Rusia parece estar dando golpes que podrían llevar a Donald Trump a su debacle. El primero, incluso antes de iniciar su Gobierno, fue la entrega de un informe de parte de un espía británico en el que se detalla que el Kremlin tiene en su poder pruebas de que el millonario estuvo con prostitutas en un hotel de Moscú.
Días después, el 13 de febrero, Michael Flynn, su íntimo consejero de seguridad, no tuvo más opción que renunciar luego de que se revelara que mintió sobre sus conversaciones con el embajador ruso en Washington, Sergey Kislyak, acerca de las sanciones contra Moscú por su presunta injerencia en las elecciones de noviembre pasado.
Ahora, la prensa estadounidense evidenció que la misma conducta tuvo Jeff Sessions, fiscal general, y un político de larga trayectoria con acusaciones por racismo.
De acuerdo con el diario The Washington Post, el político mantuvo dos encuentros con Kislyak durante la campaña presidencial, que no reveló al Senado, y que ahora lo llevaron a salirse de la investigación que el gobierno emprende sobre la supuesta injerencia de Moscú en las presidenciales de EE. UU.
Una Administración en duda
Este tercer golpe, dice Emilio Viano, catedrático de la American University, es más grave que los anteriores, por dos razones: porque la misión de un fiscal en Estados Unidos es velar por el cumplimiento de la ley del Gobierno, y Sessions mintió, y porque crece como nunca la sospecha de que hay algo “insano” en las relaciones entre Washington y Moscú.
“Antes se podía pensar que Trump estaba simplemente admirando a Vladimir Putin (presidente de Rusia), por ser un hombre fuerte, un macho al que todos obedecen y que pudo cambiar a un país, pero esa era una interpretación de línea. Ahora, con estos señalamientos de contactos frecuentes durante la campaña, crea toda una impresión de que algo no huele bien”, infiere Viana, quien tiene dos teorías sobre eso que no revelan los dos países.
Una, que como Trump se ha negado a mostrar sus declaraciones de renta, es probable que haya algo que pueda generarle conflicto de intereses respecto a Rusia. La otro, que Putin intenta debilitar a Estados Unidos, controlando al presidente, para expandir su influencia en Oriente Medio y Europa del Este, donde se perdió terreno desde la caída de la Unión Soviética.
Para Rebecca Friedman, experta en política de seguridad nacional y estrategia militar en el Consejo de Relaciones Exteriores (CFR), un centro de análisis estadounidense, la presión continuará construyéndose y los demócratas en el Congreso tienen cada vez más un fuerte incentivo para poner en duda si el presidente está actuando acorde con el interés nacional de EE. UU.
A Friedman le preocupa además que hayan otros miembros del Gobierno implicados en situaciones similares, y se refiere específicamente a Rex Tillerson, secretario de Estado. El exdirector general de la petrolera Exxon Mobil, sin experiencia en política y diplomacia, tiene vínculos cercanos con Putin, que en el pasado le impuso la medalla de la Orden de la Amistad.
Tocan al mundo
Las revelaciones sobre Sessions son mucho más que una cuestión doméstica, y afecta directamente las relaciones entre Estados Unidos y Rusia, e incluso las de otras regiones.
“La evidencia acumulativa de las relaciones entre los asesores de campaña de Trump y los funcionarios rusos es profundamente preocupante”, destaca Friedman, a quien le preocupa que esos lazos le impidan a Trump seguir la política hacia el Kremlin que mejor sirva a los intereses del país, especialmente dada la injerencia de Rusia en las elecciones de noviembre y con el precedente de las sanciones de EE. UU. a Moscú por la intervención en Ucrania.
“Cuanto más fuerte sea la sospecha de contactos inadecuados entre la campaña Trump y funcionarios rusos durante la campaña, menor será el margen de maniobra que el gobierno de Trump tendrá para perseguir mejores lazos con Rusia”, destaca Joseph Dresen, investigador del Instituto Kennan, encargado del estudio de asuntos de Eurasia.
Para él, en la medida en que la administración Trump es atacada por ese tema en su país, reduce su capacidad de actuar para mejorar las relaciones con Rusia. Al mismo tiempo, en la medida en que el mandatario y su equipo de relaciones exteriores se distraen por este escándalo, se le da a Rusia un espacio adicional para aprovechar la confusión.