“En el primer debate presidencial, un gesto, una frase, incluso dos o tres palabras, son suficientes para transformarse en emblema de campaña, para destruir al contrincante o para autoaniquilarse”, dice Emilio Viano, experto en política de la American University.
Durante la campaña de 1992, el hecho de que George H. Bush mirara su reloj durante la transmisión lo hizo parecer aburrido y distante, e inevitablemente disparó a su rival demócrata Bill Clinton. Luego, en el 2000, los suspiros de Al Gore se interpretaron como condescendencia con Bush, que terminó por llevarse la presidencia. En 2012, Mitt Romney cometió el grave error de defender el recorte de un subsidio a la radiodifusión pública que eliminaría a Plaza Sésamo durante el debate, lo que desencadenó una frase de Barack Obama que lo hizo quedar en ridículo: “El mayor enemigo de Romney es Abelardo Montoya”.
Anoche, en el debate que protagonizaron la candidata demócrata a la Casa Blanca, Hillary Clinton, y el republicano, Donald Trump, las posiciones sobre la economía de Estados Unidos, el uso de armas y las referencias a escándalos personales fueron los talones de Aquiles.
Pero sobre todo, los 90 minutos sin comerciales en la Universidad de Hofstra, Nueva York, fueron particularmente tensos con las interrupciones reiteradas y los ataques entre ambos candidatos, que incluso sorprendieron al analista Juan Hernández, para quien “era poco imaginable que Clinton, aunque con muy buenos argumentos, se pusiera a la par de las discusiones de Trump”.
Además de esa particularidad, que se vio en el tenso rifirrafe de ambos, para Viano, la candidata logró demostrar su experiencia, que fue parte del Gobierno Federal por 30 años, que fue secretaria de Estado, que conoce muy bien Washington y la política internacional y que tiene apoyo de personas con influencia.
“Clinton también tenía que hacer evidente que es creíble, que no es mentirosa, que cuidará de la clase media y que tiene un corazón, que tiene emociones”, continúa el catedrático de la American University, para quien esos cometidos fueron medianamente posibles con la forma en que la demócrata se disculpó ante 100 millones de espectadores por la utilización de su cuenta personal de correo para fines diplomáticos.
En cuanto a Trump, sigue Viano, era obligatorio que “mostrara su historia como hombre de negocios y como alguien que toma riesgos, que sabe cómo transformar el capital en realidad y que conoce cómo cambiar una situación muy negativa en algo favorable”.
Y lo hizo, sin embargo, para el experto, al millonario le costó controlar sus emociones, tampoco logró evitar atribuciones negativas a México (país al que culpó de que empresas estadounidenses migraran) y, con respuestas extensas y poco relacionadas con las preguntas del moderador, le faltó dejar muy claro que “es, o al menos quiere ser, racional, balanceado y que tiene un plan”.