Ante la incapacidad militar de Estado Islámico para mantener territorios, sus miembros están redireccionando los ataques. En julio del 2016, cuando un vehículo atropelló a una multitud en Niza, Francia, se habló de lobos solitarios: individuos que, inspirados en ocasiones por ideas extremistas, aunque no siempre soportados por una organización terrorista, perpetran ataques.
No obstante, quedan las células: organizaciones independientes, casi imperceptibles para vecinos, que se alimentan ideológicamente a través de un líder y van tras un mismo fin: fundar el miedo en lugares donde conseguirán la atención mediática.
Esta última sería la estrategia detrás de los atentados en Cataluña el jueves y viernes pasado, que dejaron 14 muertos y más de 120 heridos. Estado Islámico se reivindicó ambos atentados y habló de “dos escuadrones de yihadistas” que atacaron a “grupos de cruzados”.
La policía española y la catalana coinciden en sus hipótesis: la célula estaría conformada por 12 personas, en su mayoría marroquíes. Alistaba “uno o varios” atentados con bombas en Barcelona y disponía de 120 pipetas de gas butano y de TATP, tipo de explosivo utilizado por Estado Islámico. El imán Abdelbaki As Satty habría adoctrinado a los jóvenes en Ripoll, un pueblo de 10.000 habitantes y dos mezquitas cerca a los Pirineos.
Abdelbaki habría muerto el miércoles pasado en una explosión de una casa en la localidad de Alcanar, 200 kilómetros al suroeste de Barcelona, donde también había trazas de TATP.
Así van las investigaciones, y los expertos ya tienen sus teorías. Lo primero que llama la atención a Carlos Humberto Cascante, director del Centro de Estudios de Medio Oriente de la Universidad Nacional de Costa Rica, es que los atentados de la semana pasada ocurrieron en serie, por dos razones: la estratégica, que querían tener varias posibilidades de daño en caso de que alguna fracasara, y la ideológica, que es provocar el miedo suficiente para romper con la vida cotidiana.
Lo otro que refleja lo acontecido en Barcelona y en Cambrils es que, más allá de entender el terrorismo como amenaza puntual, quedó en evidencia la capacidad global del Estado Islámico para esparcir ideas y aprovechar la resquebrajadura social que vive el mundo. No en vano, dice Cascante, atentados similares al de Barcelona estuvieron en manos de personas desplazadas del sistema social o que fueron discriminados por motivos religiosos y culturales.