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7 y 9
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En el barrio Miramar de La Habana hay cientos de grandes casas que fueron construidas en los años 40 y 50, donde ahora residen decenas de diplomáticos. Es una de las pocas zonas, en toda la capital cubana, que tiene alumbrado público desde que oscurece hasta que amanece.
Son las 2 de la mañana y, a bordo de una camioneta taxi, recorro la Quinta Avenida de norte a sur. Pedro, el conductor —nacido en Camagüey e ingeniero de sistemas, con bigote, vestido con una chaqueta azul—, me señala que allí están la embajada de Emiratos Árabes, al frente la de Alemania, allá la del Reino Unido, más adelante, al lado izquierdo, la de Venezuela, que tiene una valla del fallecido Hugo Chávez y, 200 metros arriba, al lado izquierdo, la embajada de Rusia, una estructura gigante que en la mitad tiene una torre en forma de botella de vodka.
Mientras seguimos rumbo al hotel El Palco, un viento frío entra al carro, cierro la ventanilla y el humo del Cohiba que se fuma Pedro queda atrapado dentro del vehículo.
—Ese es el frente frío que para nosotros es como el hielo que ustedes deben de sentir en las montañas de los Andes —me aclara con su voz gruesa y me pregunta si soy colombiano.
Le respondo que sí, y le pregunto por qué lo notó en seguida.
—Ustedes hablan muy claro, se les entiende todo. Y, claro, nosotros lo único que hemos visto de televisión distinta, en muchos años, son las series de ustedes: la Viuda Negra, El Capo, y la serie esa de Pablo Escobar que a mí me dejó impactado.
Es la segunda vez que escucho el nombre del triste célebre narcotraficante desde que llegué a la isla de Fidel Castro el 9 diciembre a las 11 y 45 de la noche. En el aeropuerto internacional José Martí, una hora después de llegar, un agente me detuvo. En la fila, junto a un grupo de deportistas —negros, altos, que llevaban la ropa deportiva oficial, roja y azul marca Adidas—, un hombre de 1.80 metros se me acercó y me pidió el pasaporte. Me solicitó que lo acompañara a un rincón de la sala de inmigración. Abrió los documentos:
—Ah, colombiano, qué bonito país el que ustedes tienen. Y bueno, ¿qué tu vienes hacer a Cuba?
—Soy periodista, vengo a cubrir el proceso de paz. —De inmediato me devuelve el pasaporte, me da la bienvenida y dice que espera que la negociación con la guerrilla no demore otro año más.
—Ojalá venga esa buena noticia, no más violencia ni Pablo Escobar, porque es lo único que se ve de Colombia acá —aseguró el oficial castrista, un rubio de ojos azules, posiblemente hijo de cubana con diplomático ruso.
A Pedro, antes de llegar a El Palco, le pregunto el porqué de ingeniero pasó a conducir taxi.
—Este taxi es del Estado, yo tengo un sueldo fijo, pero gano más con las propinas que siendo un ingeniero en una empresa, que también es del Estado.
Como del Estado es este hotel donde me deja. En la recepción me cobran 85 CUC por noche, unos 72 euros. Solo hay internet por línea telefónica y se activa con una tarjeta que cuesta 10 CUC (8 euros). Subo al tercer piso de esta edificación de los años 70. Encuentro uno de los únicos cuartos disponibles porque una delegación de Angola se aloja en el hotel por uno de los tantos congresos que se hacen aquí al lado, en el Palacio de las Convenciones. Antes que amanezca prendo la televisión y hago un recorrido por tres canales chinos, dos de Vietnam, uno de Nicaragua, Telesur, más dos de Venezuela. Y, finalmente, caigo en los cinco canales cubanos: Cubavisión, Multivisión, Canal Educativo uno y dos y Tele Rebelde. A las 5 de la mañana todos tenían la señal fuera del aire.
11 de diciembre
En el lobby del Palacio de las Convenciones, un grupo de 20 periodistas espera el arribo de los negociadores de las Farc y del Gobierno de Colombia. A las 7 de la mañana el camarógrafo de Cubavisión hace comentarios sobre el frente frío que llega a La Habana, una ciudad con 728 kilómetros cuadrados donde viven 2 millones de personas, los mismos que están acostumbrados al intenso sol, al olor salino del mar y a la humedad caribeña. Los jefes de las Farc, a las 8 de la mañana, llegan en una van blanca custodiados por la seguridad cubana: hombres de casi dos metros de altura que miran para todos los lados, a los periodistas, serios, que fruncen el ceño. Luego entran los delegados del presidente Santos en dos Mercedes, también los siguen agentes de la isla.
Y entonces la rutina para los comunicadores es la siguiente: salir corriendo a buscar internet inalámbrico en los hoteles. La mayoría va al Meliá, que es español, o al Panorama, que es cubano, en Miramar, al suroeste de la ciudad. De resto es casi imposible conectarse en la red y enviar y recibir información. Solo el 5 por ciento, de 11 millones 200 mil habitantes de Cuba, tiene acceso a internet, situación solo comparable a la que se vive en Corea del Norte, Irán, Siria y Uzbekistán, según el informe Freedom on the Net 2014, de la organización Freedom House. Un reciente artículo del Miami Herald detalló que, según la Oficina Nacional de Estadísticas e Información de Cuba, “en 2013 se contabilizaron más de un millón de computadoras personales en la isla, lo que representa 90 ordenadores por cada 1.000 habitantes” y de esos, solo “514.400 estaban conectadas a la red”.
Esta mañana apuré el paso para escribir el artículo sobre los diálogos de paz en el Centro Internacional de Negocios. En el mismo Meliá me encontré con cuatro jóvenes isleños que ya estaban desde las 8 intentando revisar sus correos y Facebook. Entre todos pagan una hora de internet, 10 CUC. Ramón, un negro de 20 años, me habla rápido y trata de explicar, eso le entiendo, que si les sobra tiempo de wifi me lo pueden vender. “Media hora tres CUC”, le respondo que no, que ya voy de salida, que afuera me espera el taxi; pero insiste:
—El del Meliá es el internet más rápido de Cuba, aquí no se te meten los del Gobierno al correo.
Joel, de 28 años, fue enfermero pero ahora conduce un taxi, ‘la marea azul’, un Lada de 1979 que es de su propiedad. Lo heredó de su hermano, José, que en 2004 salió con otras ocho personas en una lancha rápida a Miami. Desde ese año no lo ve y solo ha hablado con él, por teléfono, en cinco oportunidades.
En el carro pone varias canciones de reguetón, de Gente de Zona, una banda cubana que mezcla la salsa y el son de la isla con el popular ritmo puertorriqueño. Se pone unas gafas negras y prende el vehículo. Le pido que me lleve al Palco para recoger el equipaje y que luego busquemos una casa en Siboney, donde vive una médica que les arrienda cuartos a turistas. De inmediato se percata de que soy colombiano y antes de que me lo mencione le pregunto en qué canal transmiten la serie de Pablo Escobar. Se ríe a carcajadas.
—No hombe, eso se consigue de manera ilegal en centro Habana. Toda la serie, en DVD, a 10 CUC.
Le suena su celular, un Iphone 5. El ‘ringtone’ es un reguetón, también de Gente de Zona, esa canción con Enrique Iglesias, Bailando. Habla rápido, duro.
—¿Joel, tienes red en ese celular?
—No chico, eso solo lo tiene la gente del Gobierno. Yo, con 28 años, no tengo correo y nunca he navegado en internet, ¿usted puede creer eso?
12 de diciembre
Rafael Lesca Torralba es el primer Secretario del Centro de Prensa Internacional del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba. Es un hombre de 55 años, amable, diplomático, de pocas palabras. En la zona de El Vedado, al frente de la Avenida 23, está su oficina. Allí espero la acreditación de periodista que se debe mantener visible para ejercer el oficio que está totalmente restringido desde que triunfó la Revolución, el primero de enero de 1959.
Lesca, así lo llaman los corresponsales de las agencias internacionales, me pregunta sobre los diálogos de paz y hace énfasis de lo importante que es para Cuba “que desde aquí se logre la reconciliación de los colombianos”. Antes de que me entregue el carné, veo que en las paredes no hay un solo cuadro de Fidel, ni de Camilo Cienfuegos o del Che, como suelen llevarlos todas las oficinas del gobierno cubano.
—Solo puedes trabajar hasta el 17 de diciembre. Si se te vence el permiso debes venir aquí —me advierte.
Es sabido que los cubanos son cerriles con el trabajo de los periodistas extranjeros y más con los pocos de la isla. Según Reporteros Sin Fronteras, Cuba está en el último lugar, en toda América, en respeto a la libertad de prensa. Y en el mundo ocupa el puesto 170 del ranquin de 180 naciones. Los únicos medios autorizados, en plena consolidación de la globalización de la cultura y de la sociedad de la información de McLuhan, son la televisión y la radio nacional, y los periódicos Granma y Juventud Rebelde.
También el gobierno de Raúl Castro (el atraso en la conectividad en Cuba también se debe al bloqueo de los Estados Unidos. Solo hasta el 2011 llegó la fibra óptica a la isla pero apenas entró a funcionar en 2013) impide la creación de blogs y la difusión de información cotidiana que vaya en contra el régimen.
“A la fecha, aún se encuentran detenidos los periodistas Yoenni de Jesús Guerra García, José Antonio Torres y el bloguero Ángel Santiesteban-Prats, quien varias veces ha denunciado que es víctima de actos de tortura”, denunció Reporteros Sin Fronteras.
De regreso a Siboney, por toda la vía del Malecón en una tarde soleada, le pido a Joel que me lleve a la casa de la bloguera Yoani Sánchez.
—¿Quién es esa? —dice.
Le cuento que es una escritora cubana de fama mundial que vive en La Habana y que desde aquí escribe, casi todos los días, sobre los problemas sociales, económicos y políticos de su país. Me reitera que nunca ha escuchado hablar de ella.
—Fíjate tú, este país está lleno de diplomáticos y de turistas, de gente de todos los países del mundo, y saben más ellos de Cuba que nosotros mismos —remata Joel que desde hace tres años no ejerce la enfermería.
13 de diciembre
Martina es una mujer de 60 años y tiene una casa de tres pisos en Siboney, grande, con jardín y una ceiba. En el primer piso vive con su hijo y nieto, en los otros pisos están los cuartos que le arrienda a los turistas. Hace 34 años ejerce la medicina en uno de los hospitales de La Habana y gana mensualmente 30 CUC, unos 25 euros. También tiene un local desde hace un año, en El Vedado, donde vende perros calientes. De joven fue una ferviente activista del Partido Comunista y su esposo uno de los jefes del Comité de Defensa de la Revolución pero cuando él murió de un infarto, su hogar se resquebrajó del todo. Ambos habían librado una lucha por defender el socialismo caribeño, con sus amigos y sobre todo en su familia. En 1978 su madre escapó hacia Estados Unidos, dos hermanos se lanzaron a la aventura, como balseros, y alcanzaron los cayos de la Florida en 1980. Y su hermana, en 1987, se refugió en Miami cuando salió de Cuba hacia México y, meses después, Martina se enteró que estaba con su madre en el Doral.
En la tarde de este sábado, después de cuatro días en La Habana, comparto un café con Martina. Me cuenta que hace tres años tiene visa para ingresar como turista a los Estados Unidos, y que tres veces ha podido visitar a su familia.
—A uno le da mucha melancolía pero yo no me puedo ir de mi país y dejar mi manera de ser cubana. Y menos dejar a mi hijo y mi nieto.
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