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Aquellos cristales rotos que recuerdan el peligro del odio

Hace 80 años, el 9 de noviembre de 1938, se inició la persecución nazi a los judíos.

  • Este jueves, en Berlín, se leyeron los nombres de 55.700 judíos berlineses asesinados por el nazismo. En la imagen, dos niños encienden unas velas de una menorá judía. FOTO EFE
    Este jueves, en Berlín, se leyeron los nombres de 55.700 judíos berlineses asesinados por el nazismo. En la imagen, dos niños encienden unas velas de una menorá judía. FOTO EFE
09 de noviembre de 2018
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El nombre, “Noche de los cristales rotos”, remite más al tintineo del vidrio cayendo que al fuego en las sinagogas y a los gritos de los judíos siendo sacados de sus casas por las tropas de asalto nazi (SA). El eufemismo terminó imponiéndose para denominar lo sucedido la noche del 9 de noviembre de 1938, cuando el régimen de Adolf Hitler asaltó en sus casas y en sus sitios de oración a miles de judíos e inauguró, también sin nombrarlo, el Holocausto.

Pero la historia es la que permite este tipo de afirmaciones concluyentes. Solo con los años se ha aclarado lo que pasó esa noche. Primero, la muerte de un diplomático alemán en París, abaleado por un judío que había ido a la embajada a reclamar por la expulsión de su familia de Alemania. Al conocer la noticia, el ministro de propaganda de Hitler, Joseph Goebles, pronunció ante sus partidarios un discurso en el que señalaba que la voluntad del Führer era que las manifestaciones “espontáneas” contra los judíos no fueran obstaculizadas.

Sus palabras fueron la luz verde para que el engranaje nazi se pusiera en acción. A la 1:20 de la mañana el oficial Reinhard Heydrich envió un telegrama secreto a la Policía y a la SA, con las pautas para el ataque, que debía proteger las empresas y los bienes extranjeros no judíos y ser aprovechado para “detener varones sanos y no demasiado viejos”.

Al amanecer del 10 de noviembre 300.000 judíos habían sido raptados y enviados a lo que luego se conocería como campos de concentración; 400 más estaban muertos y 1.400 sinagogas ardían, según la investigación de los historiadores Meir Scharz y Karin Lange.

¿El fin del odio?

Ocho décadas después, es claro que estos hechos eran señal del peligro que se avecinaba y que desembocó en el exterminio de 11 millones de personas; “una advertencia desoída por varios países, que solo hasta el intento expansionista de Hitler tomaron consciencia”, señala Luis Enrique Nieto, director de patrimonio histórico de la Universidad del Rosario.

Pero el mundo no pareciera haber aprendido la lección. Víctor de Currea Lugo, docente de la Universidad Nacional y experto en medio oriente, señala que “así como en la época del holocausto se mencionaba a los judíos como piojos a los que hay que matar, o en Ruanda se señalaba a los tutsi como cucarachas, ahora muchos judíos inventan la idea de que todos los palestinos son terroristas”.

La clave de la persecución está, para el experto, en los discursos simplistas que restan humanidad al objeto de odio. Estos, lejos de terminar con el genocidio judío, persisten en hechos de la última década como el exterminio de las yazidíes en Irak y el radicalismo contra los migrantes ilegales en Europa y Estados Unidos. Ahora, como entonces, el peligro es el eufemismo

El horror que dio origen al delito de odio

(Entrevista con Natalia Silva Santaularia, investigadora del Centro de Investigación en Filosofía y Derecho de la Universidad Externado)

¿Cómo cambió la percepción a nivel internacional de la persecución a comunidades por su religión o su origen étnico tras el Holocausto?

Tras la Segunda Guerra Mundial, en los procesos de Núremberg se juzgó a los dirigentes y colaboradores del régimen nacionalsocialista que cometieron crímenes internacionales. Estos juicios marcaron el inicio de la concienciación a nivel internacional de la necesidad de que los Estados persiguieran y castigaran los llamados “delitos de odio”.

Así las cosas, a partir de 1948 empezaron a emerger una serie de declaraciones y tratados internacionales de derechos humanos que instan a los Estados a no discriminar, como la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación racial, que obliga a los Estados a criminalizar ciertas conductas, como la difusión de ideas basadas en la superioridad o en el odio racial.

Además, empezaron a proliferar los tribunales internacionales y sus correspondientes Estatutos, como el Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia, donde, entre otros, se atribuyeron responsabilidades por el genocidio de bosnios musulmanes en Srebrenica; y el Tribunal Penal Internacional para Ruanda, donde se hizo lo propio con respecto al genocidio de los Tutsis.

¿El rechazo a los migrantes que se presenta en varios países de Europa y en Estados Unidos, podría constituir una nueva forma de delitos de odio?

Sí, totalmente. Existe una clara exclusión, marginalización y estigmatización con respecto a los refugiados que huyen de guerras y conflictos armados a otros países. En numerosas ocasiones, estos acaban sufriendo no solamente los comentarios o actitudes discriminatorias por parte de los que los reciben, sino también las consecuencias de normas y políticas claramente violatorias de derechos. Para castigar las conductas delictivas motivadas por prejuicios, la legislación interna no tiene necesariamente que contar con un tipo penal específico. Así, la conducta puede castigarse con base en un delito, como la intimidación, la amenaza o el homicidio, al que se le aplicará una agravante por “odio o discriminación”.

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