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Sirios, las víctimas del quiebre diplomático entre Rusia y EE. UU.

El diálogo es cada vez más lejano para Damasco, mientras la fuerza se impone como estrategia.

  • Las tensiones entre Rusia y Estados Unidos, los dos actores internacionales que mayor inferencia tienen en el conflicto sirio, prometen agravar la violencia en ese país de Oriente Medio. FOTO AFP
    Las tensiones entre Rusia y Estados Unidos, los dos actores internacionales que mayor inferencia tienen en el conflicto sirio, prometen agravar la violencia en ese país de Oriente Medio. FOTO AFP
06 de octubre de 2016
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Los sirios, los 4,8 millones que huyeron a países vecinos en los últimos seis años de guerra y los 18 millones que permanecen, están en medio de un callejón sin salida.

De un extremo se encuentran Estados Unidos y una Coalición Internacional cada vez más fragmentada. El anuncio de esta semana, de que Washington suspende los contactos bilaterales con Rusia por los incesantes ataques contra la ciudad de Alepo, alejaron aún más la posibilidad de un acuerdo entre las partes para retomar el silencio de los fusiles.

De otro, Rusia y las fuerzas de Bashar al Assad, parecen no escatimar en bombardeos contra barrios de Alepo, el bastión del oriente de Siria que el régimen insiste en tomar de manos de grupos rebeldes y del Estado Islámico.

De ese lado, la situación se agrava teniendo en cuenta que el presidente ruso, Vladimir Putin, reaccionó a las sanciones de Estados Unidos y suspendió un tratado para desprenderse de plutonio para uso en armas nucleares, dejando muy claro que está dispuesto a usar el desarme nuclear como elemento de negociación en su disputa por Siria.

De nuevo, en el medio, siguen los sirios. Los que aún residen en un país destrozado por los enfrentamientos, presencian el horror de ver caer al suelo hospitales, escuelas y viviendas, y de sentir lejana la ayuda humanitaria, bloqueada por ataques contra convoyes y contra personal que presta ayuda.

Los que huyeron experimentan en cambio cómo los más ricos les dan la espalda. Amnistía Internacional acaba de revelar que muchos de los Estados más prósperos del mundo son los que menos refugiados acogen, tanto en números absolutos como en relación con su tamaño y riqueza.

Por ejemplo, Reino Unido ha admitido a unos 8.000 sirios desde 2011, mientras que Jordania –con una población casi 10 veces menor que Reino Unido y solo el 1,2 % de su PIB– acoge a cerca de 656.000 refugiados de Siria.

Salida diplomática es lejana

“No vemos salidas. Lo que esperaría, al contrario, es que los acontecimientos se van a dinamizar en el campo militar por el clima de mutua desconfianza entre Estados Unidos y Rusia”, interpreta Sergio Moya, coordinador del Centro de Estudios de Medio Oriente, y advierte que se habla incluso de que Washington estaría planeando un ataque más contundente masivo contra el régimen sirio, y eso, dice, “solo significaría una extensión y agravamiento del conflicto”.

En ese sentido, Moya cree que los acontecimientos militares serán más importantes que los diplomáticos en las próximas semanas. Y es que Siria, con ayuda de Rusia, está empeñado en tomar por completo Alepo, el último gran fortín del oeste sirio, donde están ubicadas las ciudades y centros más importantes.

“Si el gobierno llega a echar a los rebeldes de Alepo, e inicia una ofensiva con tanques, prácticamente habrá controlado la Siria útil, porque el resto del país son zonas desérticas, núcleos urbanos irrelevantes”, insiste el experto, y añade que esa ciudad ofrece vías de comunicación, rutas de abastecimiento para tropas, la salida al Líbano y al Mediterráneo, a donde llega la ayuda rusa y donde vive la mayoría de la población.

Para Juan Ramón Martínez, internacionalista experto en derechos humanos de la Universidad del Rosario, en esas condiciones, “el mundo se ve en una nueva etapa de la Guerra Fría”, de una profunda diferencia entre Estados Unidos y Rusia, y sus respectivos aliados.

“Es claro que lo que los dos países han venido deconstruyendo recientemente por Siria ha derivado en muchos estados de tensión, y condujo a que lo poco que había levantado se rompiera, al menos en el contexto de Medio Oriente y en la estrategia global de ambos.

De hecho, dice Martínez, lo que parecía ser una luna de miel entre Moscú y Washington, por tener al Estado Islámico como enemigo común en Siria, se vino abajo, y en cambio las divisiones en la Coalición Internacional, que combate a este grupo, solo provoca que el EI se expanda cada vez más.

Un desafío global

“Hace mucho tiempo la guerra dejó de ser siria y se convirtió en una guerra global, en donde las grandes potencias apoyan a grupos locales en función de la defensa de intereses geopolíticos”, reflexiona Juliette Touma, miembro del equipo de Unicef en ese país, donde los organismos no pueden trabajar y muchos tuvieron que desplazarse a Jordania.

Según dice, aunque la misma Federica Mogherini, alta representante de la Unión Europea para la Política Exterior, insistió en que hay que dejar “abierta la ventana” para el diálogo político, y que la solución no puede ser “militar”, la vía del diálogo cuesta, teniendo en cuenta que cada quien tiene su interés: “Para Rusia es importante mantener a su aliado, Siria, y mantener la presencia militar en una zona ubicada entre África, Asia y Europa, mientras Estados Unidos ve con buenos ojos el derrocamiento del régimen de Asad”.

En eso coincide Pamela Urrutia, experta en temas de Medio Oriente de la Escuela Cultura de Paz de la Universidad Autónoma de Barcelona. Según dice, aunque la solución debe ser política, “lamentablemente, el escenario actual ofrece escasos motivos para el optimismo”.

Y es que Rusia ha reforzado su alianza con el régimen sirio; EE. UU. se aproxima al problema con divisiones internas sobre el curso a seguir y en un clima de fin de mandato, ad portas de las elecciones; y los actores regionales continúan actuando en Siria principalmente en función de sus intereses estratégicos.

Así las cosas, concluye la experta, existe el riesgo de que la apuesta de los distintos actores involucrados continúe siendo, como hasta ahora, la vía militar y la provisión de armas a los bandos en pugna, alimentando así un ciclo de violencia que ha tenido consecuencias nefastas y desestabilizadoras, no solo para Siria, sino para toda la región.

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