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La vocación hacia el mar del suboficial Celso Vallejos, uno de los tripulantes del submarino argentino ARA San Juan, surgió en la infancia como una herencia de su padre, un excombatiente de marina. Era de alguna forma la pasión por lo desconocido. El océano, incluso con los descubrimientos de las últimas décadas, sigue siendo un mundo que no nos pertenece, que algunos –los marines, los pescadores, los buzos– exploran sin intención de permanecer. Un mundo peligroso, que a veces no devuelve a quienes se adentran en él, como sucedió con Celso y las otras 43 personas que iban a bordo del San Juan el 15 de noviembre de 2017.
Aún no hay registro del paradero del submarino un año después de que perdiera contacto mientras navegaba el Golfo de San Jorge, en la región austral argentina. La búsqueda, en un principio apoyada por 14 países, con la esperanza de encontrar vivos a los marines, hoy la continúa oficialmente la empresa estadounidense Ocean Infinity, contratada por el gobierno argentino, cuyas labores se suspenderán hasta febrero de 2019.
Solo para los familiares sigue siendo un operativo de rescate. Durante estos 12 meses han recurrido al activismo, señalado al gobierno de ocultar información y dificultar las investigaciones, pero también al estudio del mar. “He aprendido a leer cartas náuticas, a qué equivale una milla, cuántas baterías tiene un submarino”, dice a EL COLOMBIANO Marta Vallejos, la hermana de Celso. Aunque más que estudiar, Marta ha recordado, ha vuelto a su infancia y a la pasión de su padre y su hermano por el mar, por lo desconocido.
A diferencia de un avión, un submarino no tiene caja negra que registre sus últimos momentos. La caja negra es la propia embarcación, como señaló la primera jueza encargada del caso, Caletha Olivia. Por lo tanto, hasta no encontrar el ARA San Juan o lo que quede de este no es posible saber con certeza qué lo hizo naufragar.
La hipótesis preliminar de la comisión creada por el gobierno argentino es rechazada por los familiares. Según esta, en la noche del 14 de noviembre una explosión generada por la entrada de agua a través del esnórquel obligó a la tripulación a ir a la superficie. En medio de la lluvia, contuvieron como pudieron el incendio y volvieron a sumergirse.
Entonces el hidrógeno acumulado en el tanque de baterías generó un nuevo estallido, que les arrebató el control del submarino. El ARA San Juan comenzó a descender y a ser aplastado por la presión del mar.
Para Marta Vallejos, la anterior es la historia de “un submarino virtual”, creado por el gobierno argentino, no la de la embarcación en la que iba su hermano. Ella, y otros familiares, no descartan la versión según la cual el submarino fue derribado por un misil de Reino Unido, país con el que Argentina perdió una guerra por las islas Malvinas en 1982
Marcos Novaro, docente de historia de la Universidad de Buenos Aires, señala que “la cuestión de las Malvinas ha quedado en un segundo plano frente al control de la pesca y la presencia del narcotráfico en la frontera marítima”.
Puede que sea así en la realidad, pero en el imaginario los ecos de la guerra y un encuentro del ARA San Juan con un submarino británico días antes de su desaparición, aún resuenan en la cabeza de familiares de los tripulantes como Andrea Mereles: “Yo sueño a mi esposo. Le pregunto dónde está y me dice que está en Malvinas y que no puede hablar”, dijo a AFP.
Sean torpedos o explosiones, todas las versiones llevan al fondo del Atlántico sur. Una geografía con recovecos oscuros, que hace poco probable para algunos expertos hallar el submarino. “El gobierno solo está calculando el costo político de cuándo conviene acabar la búsqueda”, dice Novaro. A él y al resto, Vallejos les responde, confiada en que no es posible que algo simplemente deje de existir: “Los submarinos no vuelan, tiene que estar en el mar”