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Mientras el huracán Katia se aproximaba con grado 2 al Golfo de México, antes de la media noche del viernes sonaron las alarmas sísmicas en la capital de ese país. Un día antes, por un infrecuente error humano, alguien activó las sirenas, de manera que algunos pensaron que se trataba otra vez de una falsa alarma. Sin embargo, segundos después, unos 20, cuenta Moisés Contreras, del Servicio Sismológico Nacional, en ciudad de México tambalearon los edificios.
Un terremoto de magnitud 8,2 en la escala Richter, el más potente que ha tocado a esa nación en el último siglo, se sintió en el centro y sur. Las estimaciones iniciales indican que hasta 50 millones de personas estuvieron expuestas al terremoto y 37 millones lo percibieron de manera moderada o fuerte.
Oaxaca, Chiapas y Tabasco fueron los más afectados (ver mapa). Según el último reporte del Comité Nacional de Emergencias de ese país, en los tres estados hubo 61 fallecidos y 250 heridos (hasta el cierre de esta edición), aunque la cifra podría variar porque hay lugares incomunicados y posibles desaparecidos.
En los 41 municipios de Oaxaca hay zonas de desastre, sobre todo el municipio de Juchitán, donde 7 mil viviendas tuvieron daños estructurales mayores, el palacio municipal se derrumbó y hubo 31 muertos y 70 lesionados.
En Chiapas, además de los 12 muertos, 1.700 viviendas y 792 escuelas sufrieron daños. Mientras tanto, el Gobierno emitió una alerta en la región por riesgo de tsunami, por lo que casi 10.000 personas fueron evacuadas, mientras al cierre de esta edición habían ocurrido 377 réplicas, con el temor de que más adelante se presentaran sismos de hasta 7 grados.
Aunque en redes sociales para algunos fue inevitable vincular el terremoto con los tres huracanes que se mueven por las aguas del Atlántico (Irma, José y Katia), de acuerdo con Contreras, más allá de que haber ocurrido al mismo tiempo, los hechos no tienen relación.
De acuerdo con el experto mexicano en sismos, el terremoto de la noche del jueves y sus subsecuentes réplicas se dieron por una interacción entre la las placas de Norteamérica y el Caribe, con impacto sobre todo en Chiapas, la región con mayor actividad sísmica en ese país. Además, el sismo ocurrió a 69 kilómetros de profundidad, por lo que es aún más improbable que condiciones meteorológicas superficiales lo hayan generado.
Víctor Manuel Cruz, jefe del Departamento de Sismología de la Universidad Nacional Autónoma de México, vivió y estudió el evento con detalle, y acepta que lo que sucedió fue que hasta entonces no se sabía el tamaño del peligro sísmico en Ciudad de México, por lo que los reglamentos de construcción y las estimaciones sísmicas estaban subestimados. “Evidentemente no estábamos preparados para una tragedia de esa magnitud. Fue la sociedad civil la que se organizó de manera espontánea para prestar la asistencia humanitaria y entonces el Gobierno sintió la responsabilidad y mejoró sus sistemas”, agrega.
Cruz, que ha liderado el tema de monitoreo, dice que generar estimaciones sísmicas lo más realistas posible ha dado conocimiento para identificar de qué tamaño es la amenaza en ese país. De hecho, que el país haya tenido el jueves un menor número de víctimas con un sismo de magnitud superior, es muestra de las mejoras.