“Por ahora seguimos secuestrados”, le decía a EL COLOMBIANO el diputado opositor Ómar González, mientras que en el Hemiciclo de la Asamblea Nacional de Venezuela, desde donde hablaba medio atónito y nervioso por su teléfono, aún flotaba en el aire el humo irritante de los gases lacrimógenos y el aroma inconfundible y ferroso de la sangre derramada.
Era el 5 de julio de 2017, y la oposición acudía al Palacio Federal Legislativo a convocar a un referendo en contra de la Asamblea Nacional Constituyente impuesta por el régimen de Nicolás Maduro. Era también un día soleado, en el que se suponía que los venezolanos celebrarían los 206 años de la firma de su independencia. Pero desde muy temprano fue evidente que no iba a ser así. Tras 96 días de protestas, represión, caos y enfrentamiento, el odio se trasladó al Parlamento.
Enfurecidos miembros de colectivos paramilitares chavistas irrumpieron en el recinto y atacaron a todo el que encontraron. Hasta ocho personas resultaron heridas por la agresión, entre ellos cinco diputados. El más grave de ellos fue Américo de Grazia. Quedó convulsionando en el suelo por el ataque que recibió en su craneo con palos y piedras.
“Tengo tres costillas fracturadas, una herida en la cabeza. Me quedan 20 días de dolor de acuerdo al diagnóstico médico” dijo hace dos semanas a este diario. “Los colectivos querían impedir que aprobaramos ese referendo. Querían amedrentarnos. Pero la gente conserva la ofensiva, está empoderada porque ve el final cerca”, agregó.
La actual situación de Venezuela empezó fundamentalmente por un error cometido el año pasado por el régimen. Ese error fue negarle al pueblo la posibilidad de decidir su futuro mediante dos procesos electorales: la convocatoria opositora a un referendo revocatorio contra el presidente Maduro (ilegalizada por el Consejo Nacional Electoral, CNE, en octubre de 2016), y los comicios para gobernadores y alcaldes (aplazados de forma indefinida por el mismo ente y ese mismo mes), sabiendo que en ambos casos perdería rotundamente.
Por este motivo, las palabras de González desde un Legislativo asediado, valen para definir toda la era que vive Venezuela en la actualidad: secuestrada ha estado desde entonces. No puede votar porque tiene las manos amarradas. Tampoco puede hablar como lo hizo la fiscal Luisa Ortega Díaz, después de que el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) intentara usurpar las funciones de la Asamblea Nacional (30 de marzo de 2017), porque hasta a ella la persiguen. Está amordazada.
Encierro y lucha
En Caracas el ambiente de secuestro es tal que el régimen puede ahora, ya sí, después de nueve meses de completo bloqueo a la vía electoral, realizar elecciones para una Asamblea Nacional Constituyente (ANC) que pretendía que la oposición compitiera coja, al solo poder aspirar a 1/3 de sus escaños. Por eso los opositores no participaron. Se alzaron en abril los jóvenes en un grito furioso que aún no acaba, que no se apaga a pesar de 103 muertos.
Por eso, aunque hoy 30 de julio la esperanza de los venezolanos parezca irse por un abismo —con las ciudades militarizadas y únicamente el chavismo eligiendo a su ANC—. Aunque mañana el país amanezca con total incertidumbre sobre su futuro, la previsión es que seguirá en pie la lucha por el retorno de la democracia.
Los objetivos del régimen
Desde que Maduro impulsó la ANC, en el chavismo incluso se empezó a sentir malestar ante lo que muchos consideraron una traición al legado del máximo líder, el fenecido Hugo Chávez: la Constitución del 99.
Para Ronal Rodríguez, investigador del Observatorio de Venezuela de la Universidad del Rosario, su objetivo precisamente es “jugarse una carta desesperada: acudir al poder constituyente para cambiar las reglas de juego y desvirtuar toda lógica opositora”.
Jesús Castillo Molleda, politólogo y docente de la Universidad del Zulia, tiene una visión con matices distintos. Mientras considera que el régimen no está en una situación desesperada porque controla las instituciones, coincide en que “durante los meses que dure, la constituyente le va a dar a Maduro prerrogativas especiales, plenos poderes constitucionales para disolver la AN, cambiar los estatutos de poder interno, y gobernar con minoría. Esa es la meta”.
Castillo va mucho más allá e incluso afirma que “a la larga no habrá cambios sustanciales sobre la Constitución de Chávez (1999) y esta seguirá vigente. Al final lo que probablemente harán es que llevarán las reformas a un plebiscito, y seguramente no se las van a aprobar, pero eso no es lo que les importa. Tendrán meses de gobernabilidad y para eso ejecutan la ANC”.
Tras la elección chavista, según el experto, será evidente el objetivo que persigue el régimen. Que los venezolanos se frustren ante el secuestro institucional del chavismo y, agobiados, empiecen a mermar la agenda de protestas que impulsó la oposición desde abril.
Los riesgos de un cisma
Toma fuerza no solo para los venezolanos, sino incluso para politólogos, la idea de que esta estrategia de Maduro podría resultarle contraproducente en cuanto a la cohesión interna del chavismo, algo que ha mantenido controlado a pesar de creciente disidencia representada por Luisa Ortega Díaz (fiscal general), Nícmer Evans (líder de Marea Socialista), Heinz Dieterich (ideólogo) y Eustoquio Contreras (diputado).
Así lo explicó la politóloga Nelly Arenas, docente de la Universidad Central de Venezuela: “incluso se rumora que Maduro podría estar interesado en frenar la constituyente, porque Diosdado Cabello es el líder que podría salir fortalecido de ella y tiene la intención de posicionarse al frente del chavismo. A pesar que desde que Maduro llegó al poder siempre se habló de esa tensión, eso nunca ha pasado de hipótesis. No obstante, el mandatario podría verse muy disminuido y de ser cierta esa posibilidad, Venezuela podría estar en mayor peligro”.
Revive la vía del diálogo
Una señal que apunta en esa vía, tal como señaló la experta, es que el jueves Maduro instó en un discurso a la oposición a dialogar “para hablar de la paz y los temas del país”, y exigió que lo hiciera antes de los comicios.
Todos los expertos consultados coinciden en que, tal como están las cosas, con chavismo y oposición completamente enfrentados pero el país igual de estancado, el diálogo vuelve a ser la verdadera salida, con ANC o sin ella. “Maduro estaría tentado a oír una propuesta de la MUD para frenar la constituyente, aunque no se sabe a cambio de qué. Lo único seguro es quedaríamos en la misma situación”, dijo Arenas.
“Lo medianamente positivo de la constituyente es que va a generar tal reacción internacional que el régimen quedará mucho más aislado y se verá forzado a buscar salidas negociadas. El norte seguirá siendo la creación de espacios de negociación, porque la salida para Venezuela no es la caída de Maduro por medios no democráticos, la salida tendrá que darle válvulas de escape al chavismo”, consideró Ronal Rodríguez.
Éxodo incontenible
Tal vez, lo único que puede hacer aún esa Venezuela secuestrada es ver y oír, porque los periodistas aún están allí para denunciar la situación.
Son esos ojos los que siguen registrando lo que ocurre en la nación, y especialmente en los últimos días, lo que pasa en la frontera. Cada día se agolpan decenas de miles de venezolanos en los pasos rumbo a Colombia, movidos por el desespero y la certeza de que la situación en su país va a empeorar.
Tanto es así que a diario se reportan avalanchas en los puentes fronterizos, en los que efectivos de la Guardia Nacional Bolivariana se ven incapaces de contener a la masa de ciudadanos que, gritando consignas en contra del régimen del que están huyendo, cruzan a Norte de Santander.
Provenientes de distintos estados de Venezuela, familias enteras pasan hasta dos días en carretera para llegar a San Antonio del Táchira y hacer grandes filas de entre cuatro a seis horas, frente a la oficina del Servicio Administrativo de Identificación, Migración y Extranjería (Saime), para sellar en el pasaporte la salida del país.
Sentada en un banco del parque de la Confraternidad, adyacente a la oficina del Saime, Marianela Güero esperaba con un cerro de maletas a su esposo que hacía cola para sellar. “Este paso lo hacemos por miedo a no poder salir después de la constituyente. Con ella todo se va a agravar porque el pueblo no la dejará instalar”, precisó Güero, proveniente de Los Teques, estado Miranda.
Por su parte, Florelbis Zabala, viajó 48 horas en carretera desde el estado costero de Falcón, con su esposo y dos hijas de cuatro y siete años. Con llanto incontrolado, profunda tristeza y un destino poco preciso —“no sé si vamos a Perú o a Chile”—, aseguró que escapa de la escasez, violencia e inseguridad, con la promesa de regresar en un mediano plazo “cuando el país cambie”.
“Me llevo toda una vida en dos maletas. Me siento muy mal al tenerme que ir, siento indignación porque amo este país”. Ella intuye que las cosas empeorarán los próximos días. Del gobierno se espera lo que sea, porque no respeta la ley.
