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Nicanor Restrepo Santamaría, el poder de la sencillez

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14 de marzo de 2015
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A Nicanor Restrepo Santamaría no le resultó fácil hallar su lugar en este mundo.

Quiso ser pescador raso y vivir filosofando bajo la sombra de las palmeras tropicales. Le sedujo la idea de ser bombero. Escribió malos cuentos en la universidad, donde capó clases para irse de parranda. Le faltó decisión para ser poeta y dio gracias a Dios por ello, porque confesó que habría sido pésimo. Abandonó la ingeniería civil, faltándole apenas un año. Se sintió en el lugar equivocado con la ingeniería administrativa. No halló refugio en el mercadeo. Se dejó atrapar por la banca, pero le apasionaron más los seguros.

Al final, el mayor de los 13 hijos de Juan Guillermo y María Elvira (Elve), terminó siendo lo que nunca imaginó ni codició: uno de los más exitosos e influyentes hombres de negocios del último siglo, la cabeza visible del Grupo Empresarial Antioqueño (GEA), que pesa cerca del 10 por ciento en la economía nacional y “el cacao de la paz”, como lo bautizaron durante el gobierno del presidente Andrés Pastrana Arango.

Su familiaridad con el poder le viene de cuna. Su bisabuelo, Carlos E. Restrepo, fue presidente de Colombia. Y su papá, Juan Guillermo Restrepo Jaramillo, fue presidente de Avianca, Alcalde de Medellín y ministro de Agricultura y de Industria y Comercio. Quizás por ello no sea gratuito que su puerta de entrada al mundo laboral haya sido la estatal Caja Agraria. Y, menos, que el presidente Belisario Betancur Cuartas lo nombrara en 1983 Gobernador de Antioquia.

Al final de esos 15 meses de mandato, él mismo se cerró con llave para el ejercicio de la política. No se dejó tentar de los cargos públicos por nombramiento ni por elección popular, a pesar de tener una talla de “presidenciable”. “Eso iría en contravía de un filósofo”, explicó alguna vez.

La mayor parte de su vida laboral la pasó en el Sindicato Antioqueño. A su ingreso, Jorge Molina Moreno, presidente de Suramericana, le dijo: “usted va a trabajar en una organización donde todos los días del año se duerme en almohada de plumas, no en almohadas de piedras y ningún empleado será jamás violentado para que cambie los dictados de su conciencia”. Fiel a ese mandato, el 25 de febrero de 2004, cuando renunció a la representación de ese grupo empresarial, dejó tatuada en sus colaboradores la frase: “uno no debe hacer nada que no lo deje dormir tranquilo”. Tenía 63 años y el alma lo suficientemente joven como para irse a Francia a realizar sus estudios superiores de sociología. Un bello ejemplo que explica, por cierto, por qué fue el inspirador del programa “Saberes de vida” de la Universidad Eafit.

La noche en que compró un taxi viejo

Cuando Juan Felipe Gaviria Gutiérrez fue nombrado en 1983 alcalde de Medellín, no tenía una fuerte amistad con el gobernador, Nicanor, a quien había conocido durante un almuerzo en el Club Unión con un amigo común. Las relaciones fueron buenas, pero en esa época la interacción entre las dos administraciones públicas no eran tan intensa como ahora.

“Nicanor tenía claro que el orden público era esencial. Se iniciaba toda la violencia y comenzaba a aparecer en escena Pablo Escobar Gaviria. Él manejaba el orden público, incluyendo el de la capital, y me decía que el trabajo en la Alcaldía, sin el orden público, era absolutamente hermoso. Y la verdad es que ayudó mucho en eso”.

Ambos retornaron al sector privado y les tocó, como miembros del GEA, la fusión de las corporaciones financieras Aliadas y Suramericana. Sus caminos se abrieron cuando Gaviria se fue para el Ministerio de Obras Públicas y Transporte, pero se volvieron a cruzar cuando, como rector de Eafit, tuvo en el Consejo Directivo a Nicanor, quien ya iba de salida para París.

¿Alguna travesura juntos?

“Siendo alcalde y gobernador asistimos a una aburrida y estirada reunión en el Club Unión con el cuerpo consular. A las 10:00 p.m. bajamos a fumar, en compañía de Jorge Londoño Saldarriaga y José Eugenio Muñoz. De pronto sentimos un olor a quemado. De la cocina salían llamas, porque unas muchachas habían dejado hirviendo unas pailas. Londoño, que era Secretario de Hacienda, llamó a los bomberos, pero como creyeron que era una tomadura de pelo, los tuvo que amenazar con despedir al Comandante; al final llegaron con sus mangueras y entraron por el garaje de Palacé. Nosotros estábamos con unos tragos encima y recuerdo a Nicanor saludando como si fuera el Comandante del Ejército, con la mano derecha en una aparente visera. El Club seguía quemándose y el Comandante del Cuerpo de Bomberos se quedaba ahí, parado, saludando al señor gobernador”.

¿Y es cierto que, “prendo”, compró un carro viejo?

“Sí, pero esa vez no participé. Los discursos de una asamblea de la Andi eran muy aburridos y algunos bajamos al bar del hotel Intercontinental. Yo me fui para mi casa, pero Nicanor se quedó y, al final, cuando salía, se encontró con un taxi viejo, de esos que tenían en la trompa un caballo. Él se fascinó con el carro y se lo compró al taxista. Al otro día, el conductor fue a Suramericana para que le pagara. Jajajajajajaja. Creo que tuvieron que arreglar ahí de otra manera”.

¿Era mejor para la tertulia que para el baile?

“Sí. Los costeños se ríen de nosotros, porque dicen que los paisas en las fiestas lo único que hacemos es lengua y trago, no más. Pero baile, cero”.

¿Qué le aportó Nicanor al desarrollo empresarial?

“En alguna medida es el que inicia toda la reorganización del GEA. El gobierno de César Gaviria Trujillo decretó la apertura económica y eso obligó a cambiar la forma de actuar. Del enroque accionario que defendía la propiedad, se pasó a un modelo de agresividad, manteniendo el control, pero expandiéndose a otros mercados. Él inició ese camino. Sura, Bancolombia, Argos y Nutresa, son corporaciones totalmente distintas a lo que eran hace más de 25 años”.

¿Por qué dejó tan rápido la política?

“No tengo ni malicia de eso. El hecho de que no haya abrazado la carrera de lo público no significa que haya despreciado lo político desde la dirigencia empresarial. Él nunca ignoró esa tarea política. La hizo desde un rol completamente distinto”.

¿Un poder detrás del trono?

“Exactamente, pero no en el sentido despectivo. Era una forma de involucrarse en el tema político, en lo público, desde un rol distinto”.

¿Y su percepción de él como persona?

“Recuerdo sobre todo la tranquilidad y transparencia con que manejaba sus cosas. Nunca lo vi enojado, lo cual no significa que no tuviera posiciones firmes. Pero era capaz de mantener la calma y de elaborar las cosas de tal manera que aquello que creía cierto se extendiera y lo compartieran los demás.

Fue capaz de hacer sus tareas, manteniendo sus propios gustos y aficiones. Fue muy buen lector, mantuvo ese hábito y ahondó en él. No solo era devorador de libros, sino que a través de la lectura era capaz de entender el material que leía y a los autores mismos”.

Un hombre culto y tolerante

Aunque no estuvieron en el mismo salón de clase, el exembajador en Chile y exdirector de El Colombiano, Alberto Velásquez Martínez, conoció a Nicanor cuando estudiaban en el colegio San José. Desde entonces, “se destacaba como hombre brillante y líder. Más adelante, medí su capacidad de empresario, pero también la grandeza de su alma para ser solidario con sus amigos en momentos difíciles. Cuando en el país algo se presentaba en forma no muy cristalina, en él siempre encontrábamos el consejo cerebral, ponderado y muy patriótico. Era un hombre culto, cosmopolita, con sentido del deber, de la tolerancia, de la práctica de las libertades, con sentido del humor sin ofensas, de ironía sutil y fina. Tenía una imaginación muy profunda. Era un conversador excelente y acudía a metáforas y figuras del común para interpretar los acontecimientos, de manera que todos los públicos asimilaran lo que él decía”.

¿Qué le aportó al empresarismo?

“Es el hombre que forjó una escuela. Los grandes presidentes de empresas antioqueñas tuvieron que ver con la gestión y el ejemplo de Nicanor. Coja Bancolombia, Argos, Nacional de Chocolates, Sura, el Éxito, coja los referentes del esfuerzo empresarial antioqueño y allí verá la mano de Nicanor. Son amigos, discípulos a los que les reflejó esa impronta de pulcritud e idoneidad para la conducción de las empresas. Era un maestro”.

¿Buen contertulio?

“Era inigualable. Con él se hablaba de temas políticos y económicos. Era un gran lector, con gracia para narrar e interpretar. No memorizaba ni recitaba como loro. Le daba su propia visión a los textos y diálogos. En momentos de dificultades con una simple salida distensionaba el ambiente. Era de la escuela de los grandes conversadores. Ahora uno se pone a conversar con alguien y le propone un negocio, vendamos aguacates o telas. Era de una imaginación tan rica que abordaba todos esos temas con sutileza, con una gracia y salero que es difícil encontrar en estos medios nuestros”.

¿Cómo eran esas tertulias?

“Me tocaron muchas cosas en ellas. Hubo llamadas de gente importante de Bogotá, a pedir consejos o criterios. Me tocaron ofrecimientos que le hicieron para que fuera fórmula vicepresidencial. Él, con ese sentido medio burlón de la vida, declinaba todas esas tentaciones, no digamos demoníacas, sino carnales y mundanas. Ministerios, también. Lo llamaron para tentarlo con tantas cosas, incluidas campañas presidenciales, pero como Jesús con el demonio, no cayó en ninguna tentación”.

¿Quiénes influyeron mucho en él?

“El papá -el Dr. Juan Guillermo, un viejo muy sabio-, sus lecturas y personajes como Daniel Pecaut y Belisario Betancur”.

Y de la política, ¿qué?

“Como diría Jorge Luis Borges, el triunfo y la derrota son un par de impostores. Él miraba la vida, no en forma filosófica, sino poética, sin ser poeta. Miraba la vida con cierto desdén, como un goce, disfrutaba a sus amigos, las cosas trascendentes e intrascendentes, miraba la política de soslayo y sobre todo esta política colombiana que como que no vale la pena vivirla”.

Pero era muy cercano al poder

“Ah, no, por eso, era un asesor, un consejero del poder, que tanto se necesita, porque los que llevan el poder se envanecen, se vuelven soberbios. Él no tenía ni lo uno ni lo otro e influía en el poder”.

¿Qué tal como consejero presidencial?

“Estuvo muy cerca de Andrés Pastrana Arango y de Belisario, y distante de Ernesto Samper Pizano, por razones éticas. No tuvo contacto con Álvaro Uribe Vélez, respetándolo mucho. Desde la gobernación de Uribe, Nicanor tenía discrepancias ideológicas y fue consecuente con ellas. Él no era de los que se suben al carro del poder, y si no les dan, se bajan. No, Nicanor fue de discrepancias, observaciones y consecuencias. Por la rectitud de su vida, es ejemplo y alma frente a los que han ejercido el poder”.

¿Por qué es un modelo de líder empresarial?

“Por su creatividad, por su imaginación viva. Su inteligencia, su rectitud y en la consecuencia, para no estar cambiando como gallo de veleta con las circunstancias. Y además por la tolerancia, para saber analizar, observar, controvertir y respetar la crítica ajena”.

¿Qué lo enorgulleció más?

“Yo creo que le generó una gran satisfacción el sentido de la amistad. Era un amigo sin dobleces ni cálculos mezquinos. Eso lo alegraba, lo conmovía y lo alimentaba. Le gustaba dar el consejo oportuno. Poder conversar con la gente, decirle lo que pensaba y ayudar con sus ideas y pensamientos. Ahí está la clave de la vida de Nicanor”.

¿Un hombre poderoso?

“Yo diría que de los más influyentes. El poder se vuelve ostentoso y desafiante. Cuando no ha sido el poder de las bayonetas o de los fusiles, ha sido del dinero, a veces mal conseguido. Por eso me gusta más la palabra influencia, porque esta nace de la inteligencia, de la voluntad y menos del dinero, ‘escoria del demonio’, como diría Giovanni Papini”.

Teflón frente a las adulaciones

No es exagerado afirmar que María Inés Restrepo de Arango, directora de Comfama, se ve en los ojos de Nicanor, su maestro en temas de gerencia social y en el auténtico interés por las clases menos favorecidas. El respeto y admiración con que habla del empresario es muy cercana a la devoción, la misma que comenzó a cultivar en 1983, cuando fue su Secretaria de Desarrollo de la Comunidad.

“Él tenía una sencillez profunda y no dejaba que nadie se la quitara, ni con adulaciones, ni con cargos ni nada. Yo conocí mucho a su papá y a su familia y todos tienen un amor infinito por la gente pobre. No es fácil encontrar personalidades como la del Dr. Nicanor. Los papás de uno hablaban de filantropía, de caridad cristiana. Pero el verdadero pensamiento social es difícil encontrarlo con tanta claridad y esa fue la característica de Nicanor, que además la aplicó en la gestión de las empresas”.

¿Lo vio alguna vez salido de casillas, con ira, dolor o con una decepción profunda?

“No. Uno sabía cuándo no le gustaba algo, porque se quedaba callado. Cuando veía maldad, corrupción o se le contaba algo que a uno le molestaba, siempre decía ‘te voy a ayudar en esto’, ‘vamos a hacer aquello’. Pero nunca con groserías o maltrato”.

¿Era hombre de pocas sonrisas?

“El tenía una timidez profunda. Pero también te contaba unos cuentos de su necedad en el Colegio San José que eran para morirse. Los hermanos Cristianos lo padecieron”.

¿Lo vio llorar?

“Sí, cuando se murieron su mamá, y su hermana Margarita Inés. Esa familia es distinta a todas. Pasan las vacaciones juntos y tienen un humor negro que les permite burlarse de ellos mismos”.

¿Sabe por qué no siguió una carrera política?

“Nunca le pregunté. En el imaginario de la gente estaba el verlo de alcalde, gobernador, ministro o presidente de la República. Él siempre estaba detrás de bambalinas, pero no por juegos de poder, sino ayudando. Era sin duda muy influyente.

El Dr. Nicanor era una persona totalmente diferente al prototipo de los hombres importantes, siendo el más importante de los importantes. Nunca perdió la sensibilidad, su capacidad infinita de estudio y su compromiso para solucionar los problemas de los amigos y de la sociedad misma”.

“La parcería era toda”

Ricardo Sierra Moreno pudo hacer toda una carrera en el Sindicato Antioqueño y pensionarse en la presidencia de una de las firmas emblemáticas del grupo. A Nicanor lo conoció hace más de un cuarto de siglo en una finca de Rionegro y ese mismo día recibió el ofrecimiento de manejar en Medellín la Corporación Financiera Suramericana. Escaló posiciones y durante 9 años fue vicepresidente de Suramericana.

Su jefe era Nicanor. “Los negocios los veíamos iguales. Nos leíamos los dos perfectamente. No teníamos ni qué hablar. Fue un momento muy fluido”, recuerda Sierra Moreno, quien luego de 12 años en el Sindicato se fue a manejar sus propias empresas. Pero su amistad con Nicanor continuó: “fuimos absolutamente amigos, cercanos, le tuve un profundo respeto y no me igualé con él. Era un hombre claramente superior y no tengo problemas en reconocerlo así”.

¿Qué es lo que mejor define a Nicanor?

“Su integridad y su globalidad. Fue un hombre que vivió la vida empresarial, pero también la vida de una sociedad. Entendió el rol de lo empresarial con lo social y a todos nos dejó una marca impresionante.

Era un hombre que miraba cómo los negocios impactaban lo social. De ahí salió esa generación formada por David Bojanini, Carlos Raúl Yepes, Carlos Enrique Piedrahíta, José Alberto Vélez, que miran la empresa y su efecto en la sociedad. Nicanor es el maestro de los cacaos de esta generación, es el pilar moral y empresarial de nuestra sociedad”.

¿Apegado al poder?

“Cero apego al poder, cero. Pero construyó un poder que llevaba a que en la parte política fuera consultado desde los alcaldes hasta el presidente de la República. Él era un hombre muy completo. Terminó su carrera y se volvió más importante que cuando estaba activo. Pertenecía a 6 o 7 juntas no relacionadas con el GEA, como Sofasa, Conconcreto, Cartón de Colombia, Carvajal y el Grupo Éxito. Él entregó el poder del grupo y lo seguían llamando de las empresas más importantes del país. Él dijo, me voy y se fue. Eso es valiosísimo. Hizo la gente, la direccionó y entregó el mando. Y aunque le contaban cosas, por afecto, él no se dejaba consultar, como diciéndole a la gente, yo ya les entregué, ahora actúen.

Fue también presidente de la Junta de Proantioquia, en donde se abordaban puros temas de sociedad, como educación, emprendimiento, gobernabilidad, pero nada del GEA. Ahí, y en el Consejo Directivo de Eafit, se entregaba a su propósito de lograr una mejor sociedad”.

¿Cuál ve como su mayor logro?

“Creo que el haberles entregado a tres personas la línea de mando: José Alberto Vélez, Carlos Enrique Piedrahíta y David Bojanini. Es todo un acierto, en un grupo que no conoce un escándalo. Nicanor marcó una línea ética que se trasmite, que se da espontáneamente y que el GEA siempre ha mantenido en alto”.

¿Y en lo personal?

“Lo que pasa es que él era un hombre muy sencillo y los logros no los volvía personales, sino familiares e institucionales. No se vanagloriaba de nada. De todas maneras, en cualquier rincón de nuestra sociedad están sus logros”.

¿Qué le causó gran dolor”.

“Penas... todo lo que pasó con el escándalo de los Gilinsky. Y de angustia personal... nunca lo sentí angustiado. Claro que hubo momentos complejos, como la crisis del 98, cuando las tasas de interés llegaron al 56 por ciento y el GEA tenía al primer banco del país, al que la gente no le pagaba”.

¿Si era tan feliz, por qué sonreía tan poco?

“Era una caja de música. En público sí era serio, por su timidez. Pero siempre tenía chispa, gracia, hacía las cosas con inteligencia, pero también con una capacidad de imaginación impresionante”.

¿Fue frustrante su paso por la política?

“Cuando el país se orientó por las elecciones populares, Nicanor no estuvo dispuesto a eso, no le gustó la idea de salir a la plaza pública y hacerse contar. Sin embargo, tenía las condiciones personales y el conocimiento suficiente para ser presidente de la República”.

¿Cómo era su compromiso con la paz?

“Total. Se leyó y llevó a su computador notas de todos los libros que se han escrito sobre la paz en Colombia. Si te digo que son 1.000 libros, lo son. Conoció el tema de la paz al dedillo, los personajes, sus decisiones y el contexto”.

¿Qué le dio su doctorado en París?

“Le profundizó más su mirada global. El no mirar el problema del GEA, de Medellín, Antioquia o Colombia, sino su capacidad para interpretar el mundo”.

¿Cómo se divertía?

“Su gusto más grande era tener un auditorio para tertuliar. Amaba la palabra”.

¿Y era tan buen golfista como usted?

“Nicanor era más de libros, de familia y de tertulia con los amigos. El golf lo jugaba, y hasta tenía un profesor argentino, pero lo que más le interesaba del juego era hablar con sus amigos. También le gustaba la culinaria y era un gran conocedor de vinos. Disfrutaba la comida típica, pero con una ascendencia fuerte de lo francés”.

El país se abrió desde Antioquia

Cuando alguien pronuncia el nombre de José Alberto Vélez Cadavid, es inevitable que se le asocie con el de Nicanor Restrepo Santamaría.

Fueron vecinos en el barrio Prado y su amistad data de la época en que Vélez estudiaba en la Escuela de Minas y era compañero de Carlos E. Restrepo, hermano de Nicanor.

Cuando a Restrepo Santamaría lo nombraron gobernador de Antioquia, Vélez se convirtió en su secretario privado. Y cuando Nicanor retornó al GEA, lo invitó a entrar al grupo empresarial (como gerente de planeación de Suramericana), del que próximamente se retirará de la presidencia de Argos para disfrutar de su jubilación.

Siendo director de la carrera de ingeniería administrativa en la Escuela de Minas, Vélez le echó el cuento a Nicanor para que presentara su tesis de grado, recomendación que acogió, y le tocó su graduación. También, en 2004, siendo presidente de Argos, a Vélez lo nombraron por unas horas presidente de la Junta de Suramericana y en tal posición fue el encargado de aceptarle a su amigo la renuncia a la presidencia de esa holding.

¿Qué define mejor a Nicanor?

“Su enorme sensibilidad humana, que no sensiblería. Para él los temas fundamentales fueron la sociedad en general, la igualdad y la equidad”.

¿Qué instantes memorables recuerda de su paso por el sector público y privado?

“Como gobernador de Antioquia, su manejo de momentos críticos, como los paros cívicos del Oriente Antioqueño. Se armó una pelotera terrible, por la instalación de contadores de agua y por las diferencias tarifarias entre Eade y Empresas Públicas de Medellín (EPM). Eso se manejó bien, con un gran aliado como la Iglesia Católica, para que la gente entrara en razón y sin necesidad de usar la fuerza pública. Se manejó a punta de diálogo y se demostró que la modernidad costaba”.

En el caso de Suramericana, resaltaría la manera como se estructuró la compañía y se atrajo inversión extranjera. Con su liderazgo entraron compañías como Makro, Ancel y Occel. Muchos nombres ligados al desarrollo del país fueron traídos por Nicanor en medio de su visión de la internacionalización.

La apertura de este país al mundo no se ha dado desde Bogotá, sino desde Antioquia. A la capital les llegan las multinacionales, pero las multilatinas están en Antioquia: ISA, Argos, EPM, Nutresa, Bancolombia, Grupo Sura”.

¿Por qué se marginó Nicanor del GEA?

“Esa ha sido una constante en el grupo. Lo hizo Jorge Molina Moreno, presidente de Sura durante dos décadas, quien a los 60 años se retiró, para dedicarse a las truchas, la alcaldía cívica y los nietos. Lo mismo hicieron Guillermo Moreno, Nicanor y Juan Camilo Ochoa. Si las personas que trabajan en estas organizaciones se quedaran en las juntas, los nuevos responsables no manejarían plenamente estas compañías. Todos lo tenemos muy claro. Es la renuncia a todo y ya se decidirá si se acepta o no estar en juntas de otros grupos”.

¿Qué claves dio Nicanor para la formación de sus ejecutivos?

“Lo más importante es la ética. Él es un ejemplo. Su comportamiento en el amplio sentido de la palabra, no solo de los negocios, sino frente a los demás y la sociedad. No hay que trabajar aquí para hacer estas empresas grandes, poderosoas, ricas, sino también para pensar en el entorno. Mira a Jorge Londoño, a Carlos Raúl, a Piedrahita... hay un perfil muy claro en eso”.

De tal magnitud es el legado que dejó Nicanor Restrepo Santamaría, el lector insaciable de literatura, historia, economía, el “cacao” que los fines de semana sembraba lechugas y jugaba fútbol, el hombre para quien su mayor éxito fue “haber conformado una familia a la que quiero mucho”. De eso pueden dar fe su esposa, Clara Cecilia Pérez Arango, sus hijos Camilo y Tomás, y sus nietos.

Y, toca corregirlo en algo. En alguna ocasión dijo que su fracaso era no haber tenido muchas oportunidades para servirle a Colombia. Sí, Dr. Nicanor, uno siempre podrá dar más, pero usted puede descansar tranquilo porque lo que hizo es de un gran valor para esta sociedad.

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