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Siria: un año del fin de la dictadura

Con el tirano Bashar al-Assad y su familia asilados en Moscú, el país ha dejado de ser el Reino del Silencio, como muchos lo llamaban. Los sirios celebran, pero en el aire flotan muchas preguntas dolorosas sobre el futuro del país.

hace 13 horas
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  • Siria: un año del fin de la dictadura

Siria está celebrando el primer año de la caída del régimen del clan Asad. El final de una dictadura que duró más de 50 años llegó tras una impresionante ofensiva rebelde de 11 días que tomó a Siria y al mundo por sorpresa. Ahora viven una frágil transición en la que los nuevos gobernantes han reintegrado con éxito el país a la comunidad internacional, mientras múltiples tensiones internas se extienden por toda la geografía.

Siria intenta reconstruirse sobre las ruinas de una guerra civil que duró más de 13 años y que dejó 620.000 muertos. Ese fue solo el terrible final de la cruel dictadura que instauró en 1970 Hafez al-Asad en 1970 y luego heredada por su hijo, Bashar, en el año 2000.

Con el tirano Bashar al-Assad y su familia asilados en Moscú, el país ha dejado de ser el Reino del Silencio, como muchos lo llamaban. Los sirios celebran, pero en el aire flotan muchas preguntas dolorosas sobre el futuro del país.

Los desafíos son enormes con una economía debilitada, instituciones incipientes y un país fragmentado. El actual presidente interino, Ahmad al-Sharaa, es un exlíder yihadista que ha abandonado el turbante y el fusil por el traje y la corbata, y ha abierto el país al mundo. Se le ha visto en los despachos del Golfo buscando llegar a acuerdos con Qatar y Arabia Saudí para reconstruir lo que queda de Siria. Ha pasado por La Casa Blanca, incluso ha forjado una relación con Donald Trump, y ha conseguido aliviar las sanciones de Estados Unidos contra Siria, de manera temporal.

La lectura que está haciendo la comunidad internacional es que este hombre fuerte en Damasco, que se interesa por Occidente, puede traer algo de alivio al mundo. La guerra civil siria inundó Medio Oriente y Europa con drogas, creó la mayor crisis de desplazamiento del mundo desde la segunda guerra mundial y permitió al Estado Islámico establecer un califato. Todo parece indicar que Ahmad al-Sharaa busca cambiar ese panorama.

Sin embargo, el reto que tiene por delante es inmenso. Hay que entender que Siria es un país de minorías con numerosos grupos religiosos, sectarios y étnicos —suníes, chiíes, alauíes, cristianos, drusos y kurdos—. La población está profundamente dividida y desconfía de todo. Se debate entre la alegría por el fin de la corrupción y la brutalidad de la dictadura y el conservadurismo islámico del nuevo gobierno.

Con un proceso de justicia transicional que se mueve muy lentamente para sus víctimas, los viejos agravios aparecen con nuevos ciclos de violencia, y amenazan los frágiles esfuerzos para reconstruir el Estado. En este último año las tensiones han dejado al menos 10.000 víctimas que han caído en masacres perpetradas por fuerzas de seguridad del nuevo Gobierno contra los alauitas seguidores del depuesto, además de la violencia ejercida por muchos que se han tomado la justicia en sus manos.

El gobierno puso en marcha un consejo para la paz civil y un organismo para supervisar la justicia de transición. Las tareas que tienen por delante son trascendentales: desenredar el tema de la propiedad real de los bienes expropiados y establecer justicia para los crímenes cometidos durante la guerra civil, todo esto a la vez que intentan mantener la cohesión social.

La mayoría de la población reconoce mejoras tímidas en su día a día, pero las críticas llueven. Por los altos precios de la electricidad, por la incapacidad del gobierno de garantizar la seguridad o por el temor a que los nuevos dirigentes islamistas le den un giro demasiado conservador al país. La guerra civil y las sanciones impuestas al régimen ahogaron la precaria economía siria y recuperarla tomara décadas.

No hay duda de que los sirios están disfrutando de una nueva libertad que habría sido imposible de imaginar un año antes. Pero muchos miembros de la sociedad civil han advertido que h ay poca mención a la democracia en la nueva Siria, punto que fue una demanda clave de los revolucionarios en los últimos 14 años. La nueva constitución de Siria otorga vastos poderes a la presidencia, y ya se dieron unas “elecciones” para el Parlamento en las que no hubo voto popular.

El nuevo contrato social de Siria apenas está comenzando a escribirse y las acciones de las nuevas autoridades van a definir los valores que regirán la relación entre una población y un estado que durante el último medio siglo ha gobernado a través del miedo. Para que Siria emerja con éxito como un país unificado y funcional, van a hacer falta muchos años y un apoyo mundial continuo. Y sobre todo, una gran voluntad colectiva de construir su país.

Siria es un ejemplo de la tragedia que comporta para un país perder la democracia y lo difícil que es recuperarla..

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