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¿Qué tanto le duele? Solo usted lo sabe

Esta sensación subjetiva es una señal de alarma a la que el ser humano le huye. Así ha evolucionado la forma de tratarlo. El 17 de octubre se celebra el Día Mundial del dolor.

  • El 17 de octubre se celebra el Día Mundial del Dolor. Ilustración: Elena Ospina
    El 17 de octubre se celebra el Día Mundial del Dolor. Ilustración: Elena Ospina
17 de octubre de 2017
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Golpearse el dedito pequeño del pie con la pata de la cama, ¡eso es el dolor! Intraducible: duele el dedito, el pie, el cuerpo, la cabeza, la boca. Se ven chispas. Toda una agonía, pero al fin de cuentas una bendición: esa sensación le puede salvar la vida.

A una persona en un millón no le pasa. Es incapaz de saber si se quebró la falange o fue algo pasajero. Se puede enterrar un vidrio y no pasa nada, ni se da por enterado. La analgesia congénita hace que ese individuo no sienta ni un ápice. No solo es indiferente a los estímulos que se pueden ver. Si algo pasa en sus entrañas, el apéndice, por ejemplo, podría morir sin enterarse.

El dolor es un mal necesario y sin embargo pasamos la vida huyendo de él.

Con un abanico de estrategias –desde la morfina a los sistemas de neuroestimulación– pareciera que los médicos pueden atajar los dolores mas sórdidos. Si esto fuese así, ¿por qué muchos pacientes se siguen retorciendo de dolor en los hospitales?

Quien lo siente sabe lo que es el dolor. Según Jorge Sierra, médico del grupo Emi, “el dolor siempre es subjetivo y sus creencias y sentimientos impactan dramáticamente en su respuesta física y su capacidad de sanación”. Así que el dolor se vuelve frustrante, no solo por lo que se siente sino porque es tan subjetivo que se hace difícil de cuantificar.

Para evaluar el dolor, actualmente se basan en un gráfico que va desde el 0 con una cara feliz, a un 10 con una sollozando en rojo. Hasta el momento no se puede conectar a una persona a una máquina para medir cuánto está sintiendo. Falta mucho conocimiento sobre este.

¿Qué sí sabemos?

Que el dolor es útil. El cerebro ha desarrollado mecanismos para percibir el peligro y responder de inmediato a la presencia de cualquier amenaza. El dolor es el primer síntoma que se presenta para alertar al cuerpo sobre un riesgo.

Luego, este órgano hace una llamada de urgencia al hipotálamo, el centro de control hormonal, que pone en marcha el sistema nervioso simpático y aumenta los niveles de cortisol en las venas. El corazón se acelera, con lo que aumenta el flujo sanguíneo que llega a los órganos vitales. Las vías respiratorias se abren. Las pupilas se dilatan.

Sin duda alguna, el dolor garantiza nuestra supervivencia e integridad física: como ya se dijo, las personas con problemas neurológicos que les hacen insensibles al dolor se lesionan continuamente y mueren con facilidad.

Así que los científicos sí conocen la bioquímica de cómo las señales del dolor se envían al cerebro. Ya se han diseñado drogas para calmar el dolor, pero no se han podido medir las señales.

Hay mutaciones en los genes que llevan a desórdenes como no ser capaces de sentir dolor o experimentarlo en exceso. Los genes y el ambiente en el que vivimos contribuyen a que experimentemos alguna clase de enfermedad dolorosa como la artritis.

Todo comienza como una señal registrada por sensores en el cuerpo. Una vez esta va al cerebro, las expectativas afectan cuán fuertemente se siente. Así que en vez de pasar solo la señal, las funciones cerebrales superiores se inmiscuyen en lo que terminamos sintiendo.

El pasado

En la historia, los poderes “sobrenaturales” jugaron un papel importante, así como los factores naturales como causa directa del dolor. Según Mauricio Jaramillo, director de la Clínica del dolor del CES, ver este como el resultado de una “comunicación” entre la humanidad y los poderes divinos ha sido una suposición fundamental en muchas sociedades.

Antes de René Descartes, el dolor se abordaba desde lo espiritual. En su concepto, la antigua suposición de que el dolor estaba localizado en el corazón fue abandonada. El cerebro tomó su lugar. Debido a su parcialidad, la teoría cartesiana abrió la puerta para que la neurociencia explicara los mecanismos de la sensación molesta.

Cómo se cura

El conocimiento de que el opio de las amapolas tiene efectos analgésicos ya estaba extendido en sociedades antiguas, tal como la egipcia. Durante mucho tiempo, el opio fue usado en varias preparaciones, pero sus componentes químicos no eran conocidos.

El aislamiento del alcaloide de la morfina del opio fue llevado a cabo por vez primera en 1803 por el farmacéutico alemán Friedrich Wilhelm Sertürner. La producción industrial de la morfina comenzó en Alemania durante los años 1820 y en Estados Unidos en 1830.

Este período marcó el principio de la era de teorías de dolor fisiopatológicas y el conocimiento científico aumentó poco a poco.

El descubrimiento de fármacos y gases médicos fue una piedra angular de la medicina moderna ya que esto permitió mejoras en el tratamiento.

Fue la anestesia moderna en particular la que promovió el desarrollo de la cirugía. La general usando éter fue introducida exitosamente en Boston el 16 de octubre de 1846, por el médico Guillermo Thomas Morton.

La importancia de este descubrimiento, no solo para la cirugía sino para el entendimiento científico del dolor en general es subrayada por su epitafio: “Inventor y descubridor de la anestesia de inhalación: antes de quien, en todo tiempo, la cirugía era agonía; por quien, el dolor en la cirugía fue apartado y nulificado, desde quien, la ciencia tiene el control del dolor”.

Un desafío para la salud

El dolor se ha considerado poco placentero y cuando es crónico se hace muy traumático.

Hace nueve años la madre de una mujer con cáncer de cuello uterino mandó a publicar un anuncio clasificado en el diario El País de Cali: “El cáncer nos está matando. Desde hace varios días no he logrado encontrar morfina inyectable en ningún lugar. Por favor, señor ministro de salud, no nos haga sufrir más”.

De acuerdo con la Asociación Internacional para el Estudio del Dolor (IASP), aún falta mucho por hacer frente a este, si bien se han diseñado estrategias para impactar positivamente en la calidad de vida del paciente, todavía es considerado como un problema serio, no solo de la persona afectada sino de los cuidadores y por ende de los sistemas de salud.

El servicio médico para los pacientes debería incluir tanto la evaluación del dolor como del impacto, así como esfuerzos concretos para controlarlo y generar programas para un manejo integral.

Frente a este tema el reumatólogo Renato Guzmán, director científico del Instituto Idearg y especialista en medicina interna y reumatología, afirma “que una situación de dolor puede generar en las personas incapacidad, episodios depresivos, aumento de estrés, pérdida de sueño y en general ver afectado el desarrollo normal de su vida cotidiana”.

De acuerdo con la última Encuesta Nacional realizada por la Asociación Colombiana para el Estudio del Dolor, ACED, un 33 % de las personas que padecen algún tipo de dolencia no consulta al médico y admitieron el uso de remedios caseros o recurrieron a la automedicación, comportamientos que pueden comprometer su salud.

En el informe, Human Rights Watch señaló que la legislación internacional requiere que los estados pongan a disposición fármacos narcóticos para el tratamiento del dolor y a la vez de prevenir abusos, pero el fuerte énfasis internacional en la prevención del abuso de dichos fármacos ha llevado a muchos países a descuidar esa obligación.

La Convención Única de 1961 sobre Estupefacientes asevera que el uso médico de estos fármacos es “indispensable” para mitigar el sufrimiento.

Como consecuencia de ello, casi 50 años después de la adopción del acuerdo, la disponibilidad de drogas narcóticas para el tratamiento del dolor continúa siendo una promesa incumplida.

La Organización Mundial de la Salud calcula que decenas de millones de personas en todo el mundo presentan dolor severo, pero carecen de acceso a tratamiento apropiado, incluidos unos 5,5 millones de pacientes con cáncer terminal y un millón de pacientes con sida en fase final.

83 %
de la población mundial no tiene acceso al alivio del dolor: OPS.
40
millones de personas necesitan cuidados paliativos cada año: OPS

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