Damas de rosado: casi 70 años siendo los ángeles del Hospital General de Medellín
La corporación que agrupa a las voluntarias cumplirá 69 años y será condecorada por la Asamblea de Antioquia el próximo 29 de julio. Una de ellas, doña Nelly de Campuzano, tiene 99 años y sigue activa.
Olga Cecilia Velásquez deambula sin hacer aspavientos para no desentonar con el ambiente apacible del Hospital General de Medellín (HGM). Este viernes está en el piso séptimo, averigua qué pacientes necesitan acompañamiento y el enfermero le referencia a una mujer de Urabá que lleva casi una semana interna y no cuenta con acompañante. También le menciona a un hombre de un pueblo –no le dicen cuál- cuyo acudiente ha tenido que alimentarse con lo que le dan los empleados de lo que queda después de repartirles la comida a los enfermos, y le comenta del caso del señor de la cama 37A, un migrante venezolano igualmente solo y que necesita pañales.
Olga apunta con juicio en su libreta los datos y luego se dirige a tratar de resolverles sus necesidades.
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La paciente de Urabá es Nubia María Álvarez; llegó para una operación reconstructiva de las tantas que le han hecho en los últimos 43 años. En 1982 una lámpara de gasolina o kerosene se le cayó y le quemó la mayor parte de su cuerpo; casi toda su piel luce como un papel arrugado; incluso tuvieron que separarle el cuello del mentón.
En esta lejanía la acompaña solo su hija, que se la pasa entre la habitación donde reposa Nubia y el albergue donde le dan la dormida a ella. Justo este día ha llegado la única visita que ha tenido Nubia, lo cual quiere decir que Olga puede continuar su camino para ir con otros que la necesiten más. Una de las tareas de las voluntarias es visitar a los pacientes que están solos, conversar con ellos, ver si le pueden hacer algún favor eventual como ayudarles a cepillar los dientes, a peinarse, llevarles al baño o simplemente conversar para sacarlos del aburrimiento.
Como Olga, en el Hospital General hay en total 79 voluntarias. Conforman la Corporación Damas Voluntarias HGM, que el próximo 18 de septiembre cumplirá 69 años de existencia y el 29 de julio recibirá un homenaje de la Asamblea Departamental con la Orden al Mérito Cívico y Empresarial Mariscal Jorge Robledo en categoría Oro.
Luz Castro de Gutiérrez fundó en 1956 esta organización que busca darle un alivio tanto espiritual como material a los que por obligación guardan cama, aunque los primeros estatutos para darle vida jurídica como empresa sin ánimo de lucro (ESAL) solo se tramitaron en 1989.
Nelly Campuzano de Arango, la voluntaria más veterana, que lleva 56 años de labor y justo el mismo 29 de julio cumplirá 99 años de edad, recuerda la frenética actividad de doña Luz, a la cual tuvo el gusto de conocer.
“Fuimos muy amigas; ella era una persona maravillosa, no solo fue voluntaria sino que casi que hizo milagros. Era una persona muy caritativa y buena”, anota la casi centenaria mujer.
Doña Nelly Campuzano de Arango –la socia más antigua-, doña Olga Cecilia -una de las más recientemente ingresadas, con apenas año y medio- y Rosa Elena Giraldo, la presidenta actual de la corporación, se declaran con orgullo como parte del legado que le dejó a la ciudad doña Luz, la enfermera, política y filántropa que también estuvo en la fundación misma del Hospital General.
Doña Nelly ha presenciado no solo la evolución del voluntariado sino del hospital. Recuerda que en esos primeros años este era solo una casa de cuatro pisos, muy diferente al actual que, según ella, se parece al Vaticano por su majestuosidad.
Entonces se dedicada exclusivamente a procedimientos de maternidad y las voluntarias tenían un espectro más amplio de actividades como llevar las camillas con las mamás desde el quirófano a las habitaciones, acomodar a los bebés en las cunitas, bañarlos y si era necesaria alguna revisión médica los carreteaban en las mismas cunas o cargados hasta el respectivo consultorio.
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“Me tocó bañar a muchos niños y era muy feliz haciéndolo. Pero eso se dejó de hacer tal vez para evitar la responsabilidad de alguna caída, aunque a mí no me llegó a pasar”, apunta doña Nelly.
Otro gran hito en la historia institucional, aparte de la fundación y la legalización, según destaca con énfasis doña Rosa Elena, la presidenta, fue el covid 19, porque la pandemia que puso contra las cuerdas a la humanidad dejó huellas imborrables en las voluntarias, la mayoría de las cuales son adultas mayores y por tanto estaban clasificadas en el más alto riesgo en caso de contagiarse.
Tuvieron también que cerrar la oficina que ocupan dentro del edificio central del HGM; sin embargo, a distancia la mayoría continuó desplegando su labor y cada mes o cada dos meses acudían algunas pocas por minutos para auscultar las necesidades a través de los directivos y luego a dejar los implementos de aseo, ajuares para adultos y otras cositas para tratar de mitigarlas.
“El 16 de marzo del 2020 nos dijeron que teníamos que cerrar la oficina y volvimos la última semana de abril del 2022”, recuerda doña Rosa Elena, lamentando también el fallecimiento de varias compañeras debido a la enfermedad y la renuncia de otras en ese periodo. Antes del covid-19 había 170 damas voluntarias en el Hospital General y el grupo se redujo en más de la mitad.
El subgerente del General, Víctor Manuel González, apunta que ellas son absolutamente esenciales para cumplir con la misión de este centro de atención, pues el personal asistencial si acaso tiene tiempo para atender los asuntos eminentemente profesionales y viven tan cansados que a veces se les pasan detalles del aspecto humano.
“Ellas son como el contacto, el vínculo preciso de humanización no solo entre el personal de salud y los enfermos sino con los familiares, teniendo en cuenta el contexto social en que viven”, dice.
El General es el único hospital de tercer nivel en la red pública de Medellín y a él llegan los casos locales más complicados, pero también de los municipios lejanos del departamento, de Chocó y Córdoba. Más o menos el 30% de los usuarios son de fuera del área metropolitana y eso se une a que, en esencia, son beneficiarios del régimen subsidiado; otros son indígenas o habitantes de calle, lo cual denota la vulnerabilidad en un porcentaje importante.
“Ellas (las voluntarias) se ocupan de que el paciente y el acompañante estén menos estresados, por que tengan una comida decente, o si no se la consiguen; les buscan albergue si lo requieren y hasta les dan entretenimiento con libros y revistas o con el diálogo; entran y conversan con ellos y se encargan de identificar las necesidades”, añade González, quien considera como uno de los principales activos y fortalezas que poseen a este voluntariado, que completará el año entrante las siete décadas.
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Pero además, son un soporte a la hora de enseñarles a las maternas asuntos de lactancia, cuidados del recién nacido y vacunación, lo mismo que en campañas de prevención y promoción de la salud en general.
Igualmente, las voluntarias les dan ropa para los bebés o para ellas mismas a las maternas necesitadas, y entregan pañales e implementos de aseo, entre otras cosas. Todo ello lo hacen con aportes propios –dan una cuota mensual–, con donaciones y con lo que producen en un ropero en el que tejen prendas nuevas y arreglan las usadas que les donan. Una o varias veces al año realizan una subasta.
“Es invaluable su aporte, tenerlas a ellas aquí es lo mejor que nos ha pasado”, concluye González.
Ana María Álvarez, una especialista en terapéuticas alternativas consultada por EL COLOMBIANO –no trabaja en el HGM–, resalta la importancia de este tipo de atenciones brindadas por las voluntarias, ya que sentirse querido y acompañado en el proceso de enfermedad conlleva a disminuir el tiempo de recuperación: “El sentimiento de desolación no genera en el ser una actitud de lucha frente a la vida y a querer estar mejor. Los pacientes solos entran más fácil en depresión y esta lleva a una actitud de abandono de uno mismo; adicionalmente en ese estado de tristeza y temor frente a la vida se deprime el sistema inmunológico que ayuda en la recuperación, o sea que su respuesta es menor”.
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Es viernes 11 de julio, a las dos de la tarde. Rosa Elena le pregunta a Olga qué va a hacer en las siguientes dos horas, hasta que culmine su “turno”. Y así como un médico pudiera contestar que va a operar a alguien, o una enfermera que a canalizar una vena, ella le responde: “Voy a humanizar”. Aunque parece un término demasiado genérico, en el argot de estas voluntarias se nota que internamente entienden a qué se refiere concretamente, porque no suscita preguntas. Olga explica que, en ese contexto, quiere decir empatizar. Después amplía que “humanizar es llegarle con nuestra vocación de servicio y con nuestra humanidad a otra persona que está sola, que está necesitada y que está en una condición difícil”, y que se muestra en cosas tan cotidianas como prodigarles compañía, darles una voz de aliento o hacerles cualquier favor que necesiten.
Después de visitar a doña Nubia, la de Urabá, su segunda estación es la cama 76A, donde yace desde hace 40 días María Eugenia López, de 52 años, una paciente de diálisis. Su piel es de tono terroso; vive en un barrio periférico de la ciudad y está sola, porque su esposo, que es el único acompañante posible aunque tienen 11 hijos, sufre de la columna vertebral y se fue a descansar para volver a velar de noche con ella. Relata que las damas de rosado le trajeron en días pasados una crema, pañales y champú, pero ahora solicita que le colaboren con la alimentación del marido, que a veces “si tiene para los pasajes no le queda para un pan y un tinto”, de manera que se pasa toda la noche sin comer nada.
“Yo a veces le digo ‘cómase esto (la comida que le llevan a ella)’ y dice ‘No, coma usted que está más enferma y necesita alimentarse”. Ambos temen que antes de darle de alta a ella tengan que sacarlo a él en una silla de ruedas.
Olga todavía lleva impregnada la imagen de una paciente con una artritis dolorosa que en la mañana le expresó un agradecimiento descomunal simplemente porque le llevó un café con leche y una almojábana, y de otra que a pesar de los dolores de una primera terapia para el cáncer demostraba su positivismo, bien maquillada y sonriente. “Yo me preguntaba: ¿Aquí cuál es la enferma?”, dice.
Ella asegura que poder servirles a este tipo de personas y acumular experiencias es todo un privilegio que la mantiene joven –tiene 62 años y aparenta muchos menos– y que “es uno el que tiene que agradecer”.
A Liliana Jiménez, otra voluntaria de piel lozana y sonrisa impecable, a sus 66 años y 25 de servicio en este voluntariado, quien más la ha impactado, un año atrás, fue una veinteañera que no paraba de llorar. Días atrás había estado en una salida de campo de la universidad y abriendo unos enlatados con un cuchillo se hizo una cortada pequeña en la mano; cada uno de sus compañeros le echó lo que pensó que estaba bien, incluido petróleo, y al llegar a la casa ocurrió algo similar. La lesión se infectó y terminó con la extremidad derecha amputada.
Apunta que esa anécdota, como tantas otras que ve en su labor semanal, le hacen pensar en lo frágil que son la vida y la salud, y a diario le da gracias a Dios por haber amanecido bien. Aliviando el sufrimiento de otros, todos los viernes, ella olvida momentáneamente sus propias tragedias, que también las tiene.
99 años de vida y 56 de ellos siendo una “dama rosada”
Doña Nelly Campuzano de Arango cumplirá 99 años el próximo 29 de julio y ya lleva 56 de ellos como voluntaria en el Hospital General. Asegura que estará en su puesto por lo menos un año más o hasta que las piernas le den.
Claro que ahora no se mueve como antes, pero sigue cumpliendo un día a la semana su compromiso con los pacientes y los familiares de ellos, a no ser que esté indispuesta o, como este 18 de julio, que no fue porque sus allegados se iban a reunir en una finca a celebrar de manera temprana las vísperas de su nacimiento en una finca.
Con “esa tonelada de años”, como ella dice, su mente y el buen humor permanecen intactos.
Cuenta que nació en Yarumal, pero se vino a Medellín a los diez años. Terminó el bachillerato en el colegio La Enseñanza y a los 20 años dijo que se iba a casar. Su papá, un finquero de avanzada, le dijo que primero debía terminar una carrera y, aunque a ella le encantaba la medicina, le ripostó: ¡Para que me quede solterona! Así terminó dedicada al cuidado del hogar y de los siete hijos que tuvo.
Ya con ellos crecidos, vivía en el barrio San Joaquín y un día vio salir a una vecina de jumper rosado porque era voluntaria del HGM. Le dijo a su hija Marta Eugenia que le averiguara y así las dos terminaron vistiendo el mismo uniforme, pero mientras la otra tuvo que renunciar por problemas de salud, ella se quedó hasta el presente.
“Antes hacía de todo, iba por los pisos, ayudaba, conversaba mucho con la gente sin estar averiguando la vida privada, enseñándoles a alimentar al bebé y en una época también arreglábamos ropa”.
De esa temporada recuerda la vez que la mandaron a un piso y se encontró con un paciente muy enfermo y solo: “Le cogí la manito, se la sobaba; le sobaba el hombro y le recé mentalmente mis oraciones por mucho rato; antes de morir me apretó la mano y me dio una sonrisa, eso me dio como una felicidad y un susto”.
La señora Campuzano de Arango le cogió tanto amor al hospital que aunque podían costear la atención en un centro privado, dos nietos nacieron allá; la condición que le puso al médico fue que la dejara a ella asistir a la sala de partos durante el alumbramiento.
Ahora, con menos bríos, de todas maneras, con una máquina de coser que tiene en su casa fabrica bolsas de tela que sirven de empaque para la ropa que le dan a la gente y los viernes, cuando le toca su servicio presencial, está pendiente por si es necesario realizar alguna diligencia en algún piso y es quien vigila que en la cafetera haya a toda hora café para sus compañeras.
“Me parece de ataque ser voluntaria, lo voy a seguir haciendo hasta que Dios quiera, porque es un regalo que él me dio. Qué más que me mando esta salud y este deseo de ayudarle a la gente. A veces le digo a alguna compañera: ¿Vos no pensás que yo con este mundo de años me debo ir de acá? Y responden: Ni riesgos, vos para nosotras valés mucho”.