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Explotación silenciosa: uno de cada 40 jóvenes ha sido víctima de explotación sexual digital

Twitter/X actúa como el gran anzuelo, siendo el origen del 61.10 % del tráfico hacia OnlyFans.

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Comunicador social-periodista de la Universidad del Quindío y magíster en Hermenéutica Literaria de la Universidad Eafit. Sus textos han aparecido en revistas como Gatopardo, El Malpensante, Soho, Don Juan y Arcadia. Autor de los libros Volver para qué (Eafit, 2014) y La fuerza de esta voz (Tragaluz, 2022).

hace 48 minutos

La cifra es seca, como un disparo en medio de la sala. El 2.5 % de los jóvenes en el mundo —uno de cada cuarenta— ha estado involucrado en actividades donde recibió compensación, regalos o favores a cambio de mostrar fotografías o videos íntimos. Es la estadística más reciente de la explotación sexual digital contra menores, pero la realidad es aún más demoledora: el problema no es solo la incidencia, sino la ceguera colectiva que la permite.

Si la sociedad solía condenar cualquier forma de explotación, hoy la juventud ha comprado la narrativa de la supuesta “autonomía”: más del 71 % de los jóvenes encuestados no identifican la venta de contenido sexual como una forma de explotación. Han caído en el espejismo digital, donde la intimidad se cotiza como un commodity, y la verdadera trampa es que creen estar al mando de un negocio que los está devorando.

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La normalización del dinero fácil y el espejismo de la ganancia

La normalización de esta tragedia tiene un apellido: el beneficio económico. Hoy, un tercio de los jóvenes (el 32.3 %) ya considera la autoexposición como una forma legítima de generar ingresos.

Esta ilusión es mucho más potente para quienes ya han sido víctimas. El 52 % de los jóvenes explotados creían que quienes vendían contenido en línea obtenían grandes beneficios económicos, una percepción que casi duplica la del grupo no victimizado. El marketing de las plataformas ha logrado que la vulnerabilidad se vista de emprendimiento.

Mientras los creadores de contenido (mujeres en el 97 % de los perfiles de OnlyFans) promocionan el estilo de vida, la plataforma retiene un 20 % de sus ganancias. El juego nunca fue diseñado para el beneficio de los jóvenes, sino para la ganancia corporativa en un sistema que mercantiliza la desesperación.

El Despliegue de la Trampa

La ruta hacia la explotación está claramente señalada por las redes sociales que hoy reemplazan al parque.

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Más de la mitad de los jóvenes (51.1 %) vio enlaces de redes sociales que redirigían a plataformas como OnlyFans o sitios de sugar daddies antes de cumplir los 18 años. El 52.6 % vio cómo influencers promocionaban favorablemente estas páginas, pintando un cuadro de vida fácil y éxito inmediato. En el caso de las chicas, cerca del 40 % recibió mensajes de desconocidos sugiriendo la venta de contenido íntimo, una cifra que triplica la de los chicos.

Twitter/X actúa como el gran anzuelo, siendo el origen del 61.10 % del tráfico hacia OnlyFans. La ingeniería de las redes está diseñada para convertir la curiosidad adolescente en una transacción económica.

El anzuelo del “acompañamiento” o el “tutor” financiero oculta una red de explotación estructurada. El resultado es un sistema de captación silencioso en el que las plataformas juegan un papel central: el 36 % de los jóvenes víctimas de explotación fue contactado a través de sitios de sugar dating o similares, mientras que el 24 % fue contactado directamente a través de OnlyFans.

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La culpabilidad se devuelve a la víctima

Quizás el dato más hiriente es cómo la sociedad ha delegado su responsabilidad en los hombros de las víctimas.

Casi el 60 % de los encuestados (59.5 %) atribuyó la responsabilidad de la venta de contenido íntimo o sexual por parte de un menor de edad al propio menor de edad. Esta es la validación social más cruel de la trampa. Si la víctima es percibida como “emprendedora” y es señalada como responsable de su propio destino, cualquier forma de regulación o protección se vuelve irrelevante.

Estamos ante un ecosistema digital marcado por la hipersexualización y la adultificación de la infancia, donde se confunde la supuesta autonomía sexual con la capacidad de consentimiento y donde los sistemas de explotación se han mimetizado con la cultura juvenil.

La cruda realidad es que uno de cada siete jóvenes conoce a alguien que ha sufrido explotación sexual digital, pero la gran mayoría aún no está dispuesta a llamar a esta actividad por su verdadero nombre. Los gobiernos, los padres y las plataformas están fallando en defender una frontera ética que esta generación ya considera obsoleta. La infancia de hoy no está siendo empoderada; está siendo silenciosamente mercantilizada y, peor aún, convencida de que es su propia culpa.