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En Bello, a un viejo hogar de mujeres se lo come el olvido

Religión, migración y comunismo, los orígenes del Patronato que marcó la vida de miles de mujeres.

  • Arriba: Omaira y Sor Teresa en la Asociación de Jubilados de Fabricato. Abajo: El antiguo Patronato, entre algunos carros estacionados. FOTOS Edwin Bustamante y Santiago Mesa.
    Arriba: Omaira y Sor Teresa en la Asociación de Jubilados de Fabricato. Abajo: El antiguo Patronato, entre algunos carros estacionados. FOTOS Edwin Bustamante y Santiago Mesa.
  • En Bello, a un viejo hogar de mujeres se lo come el olvido
02 de enero de 2019
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Evocar el pasado requiere entereza. La memoria, selectiva y caprichosa, gusta priorizar la emoción sobre el detalle, la consecuencia sobre la acción. Así es probable revivir dolores del alma que parecían ya superados.

María Omaira Villa Gómez guarda uno reciente que enfrenta casi a diario. “Pasar por el Patronato duele. Ver cómo lo tienen de acabado, cuando una trabajó tanto para mantenerlo limpio y bonito. Ya no es lo que era”.

Se refiere a esa estructura vieja y oxidada, hogar hoy de polvo y telarañas, que ella conoció como el famoso Patronato de Fabricato y que hoy tal vez muchos habitantes de Bello no reconozcan más que como un parqueadero.

“Yo hacía parte del equipo de loza. Entré en el 86 y trabajé 22 años, hasta 2008 que me jubilé”, dice mientras recuerda los turnos de trabajo, las noches y madrugadas limpiando, lavando y sirviendo la comida “que hacían Teresa y las de la cocina”.

Sor Teresa Monsalve Yepes, que permanece a su lado, asiente con una sonrisa mientras se esfuerza por recordar los nombres de compañeras que hace décadas no ve, de amigas que conoció y aprendió a querer en las cuatro paredes de ese edificio, que recuerda bello, imponente y limpio.

“En el primer piso estaban el comedor, las cafeterías y la cocina. Había una capilla donde el padre Arnulfo daba misa, y a pocos pasos de ahí estaba la casa en que vivían las monjas. En el segundo piso había unas oficinas. Ahí antes se quedaban las internas, pero cuando yo llegué ya no había”, dice Sor Teresa.

Las internas que nunca conoció y que dieron forma a esa institución se habían ido desde 1974, seis años antes de que ella y su amiga llegaran al Patronato. A partir de ese año, el edificio fue solo el comedor de trabajadores donde ambas mujeres laboraron hasta hace poco.

Sin embargo, la naturaleza original del Patronato se debió a esas internas.

¿Para qué un Patronato?

El Patronato de Fabricato se construyó en la década del 30, de la mano de Jorge Echavarría, entonces administrador de la empresa.

Según relata Luz Gabriela Arango Gaviria (Medellín 1957 – Bogotá 2017), reconocida socióloga en la investigación “Mujer, religión e industria Fabricato 1923-1982”, este empresario reconoció en una carta de 1933 su deseo de construir esta obra “como una manifestación del cristianismo” y “una medida de conveniencia para la empresa, para contrarrestar las ideas comunistas que pronto pueden ser infiltradas y propagadas entre este sano y selecto personal”.

Religión y comunismo, justo en una década en la que el Partido Liberal retomó el poder en Colombia, primero con el gobierno de Enrique Olaya Herrera en 1930, y luego con Alfonso López Pumarejo, elegido en 1934 y quien asumió con mayor firmeza reformas a la conservadora Constitución de 1886.

Adquirir los terrenos para el Patronato, cuenta Álvaro Murillo, presidente hoy del Sindicato de Jubilados de Fabricato, costó 5.000 pesos, y la obra se inauguró 7 años después, en 1940, con el nombre de María Paussepin, fundadora de la comunidad religiosa de las Hermanas de la Presentación, quienes se encargaron de su manejo.

El internado estaba dirigido a las obreras femeninas que Fabricato contrataba de zonas rurales del departamento. La industria textil antioqueña, que tras la Segunda Guerra Mundial llegó a controlar el mercado de algodón del país y empleó hasta la década del 60, un impresionante número de mujeres.

Según señala Arango Gaviria en su investigación, en 1936 las fábricas textileras antioqueñas empleaban un total de 3.083 personas, conformado en un 68% por mujeres. En 1945 el número de obreros ocupados en la industria textil ya alcanzaba los 14.000.

El alto porcentaje de empleadas responde, según el estudio, a procesos de migración del campo a la ciudad debido a la poca y mal remunerada oferta laboral para las mujeres en el sector rural.

En efecto, dice la investigación, “los salarios femeninos en las regiones cafeteras solo representaban el 50% del valor de los salarios masculinos y solo concernían trabajos temporales durante la época de la cosecha”.

Esto hizo de la naciente y poderosa industria textil antioqueña una oferta atractiva para las mujeres, que comenzaron a llegar en masa a Medellín y en especial a Bello, municipio sede de Fabricato.

La investigación “Del pueblo a la ciudad, migración y cambio social en Medellín y el Valle de Aburrá”, llevada a cabo por Sandra Patricia Ramírez Patiño, historiadora de la Universidad de Antioquia y magíster en Estudios Humanísticos de la Universidad Eafit, retrata la migración.

Según sus cifras, la población de Medellín se duplicó, pasando de 78.146 habitantes en 1918, a 168.266 en 1938. En ese último año el 55,8% de Medellín eran mujeres.

Aunque Ramírez Patiño no centra su estudio en Fabricato, como lo hace Arango Gaviria, la profesora Ramírez sí concuerda en que el porcentaje de mujeres empleadas en los sectores de trilla, tejido, tabaco, alimentos, fósforos, imprenta y otros en Medellín, entre 1916 y 1927, nunca fue inferior al 35%.

Lejos de sus hogares, de sus familias y a una edad que la mayoría de veces no superaba los 20 años, las miles de mujeres que llegaron a Medellín y a Bello a trabajar se encontraron solas en un pueblo que poco a poco comenzaba a tomar el rostro de una ciudad.

El Patronato de Fabricato se convirtió, entonces, en un salvavidas para muchas que encontraron en él un refugio seguro y barato.

Sin embargo, vivir allí tenía un costo para las mujeres que no se calculaba en plata.

La vida en el Patronato

“El trabajo con las monjas era duro. Eran muy estrictas. No importaba si uno estaba o no embarazada. A veces uno intentaba ayudarles a las compañeras que esperaban hijos, haciendo las labores más duras”, recuerda María Omaira Villa, justo enfrente de un Cristo plateado que parece mirarla directamente.

Está sentada en un salón de la Asociación de Jubilados de Fabricato, donde reposan, en paredes y mesas, cuadros y bustos de la historia y los personajes más importantes de Fabricato. Coronando la sala, casi con el tamaño de un niño de carne y hueso, el Cristo la mira impasible.

Bajo la vigilancia de las Hermanas de la Presentación, las internas del Patronato María Paussepin cumplían horarios estrictos de rezos, llegadas y partidas. Salían en la mañana, después de la primera misa del día, directamente hacia la fábrica, de donde debían volver inmediatamente terminada su jornada laboral, rezar un Rosario y dormir hasta el siguiente día.

Los fines de semana estaban dedicados a actividades recreativas aprobadas por las monjas como la costura, o para estudiar y orar. Ocasionalmente las mujeres podían solicitar permisos para visitar a sus familias en los pueblos el domingo, pero estos podían ser negados por las directivas del Patronato.

Aunque esta institución, dice Arango Gaviria, no era nueva en Colombia y el mundo, el desarrollo que tuvo el María Paussepin sí se convirtió en un modelo único.

Mientras otros internados industriales del siglo XIX explotaban laboralmente a sus internas, el Patronato de Fabricato nunca desarrolló una política de ese tipo y prefirió el control social y moral.

“Si bien el Patronato alienaba la libertad y la individualidad de las trabajadoras, no las sometía a una explotación física, y la disciplina religiosa, aunque rígida, nunca alcanzó los niveles de humillación y sometimiento que se aplicaron en el siglo XIX en los internados”, señala la investigación de Arango Gaviria.

Para la socióloga, el Patronato de Fabricato fue, ante todo, una institución “que protegía y al mismo tiempo controlaba, vigilaba y moldeaba la conducta moral de las obreras”.

Para sus inquilinas y trabajadoras, como Omaira y Sor Teresa, fue una vida de trabajo, pasión y cariño; una historia escrita con gotas de sudor a la que no le cambiarían ni una sola línea.

5.000
pesos costó comprar los terrenos donde se construyó el Patronato María Paussepin.
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