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El barrio no aparece en mapa alguno de la ciudad, pero su nombre está dentro del imaginario colectivo: el Bronx. No tiene fronteras fijas, ni un espacio definido. Sin embargo, está ahí, en el Centro, ocupado por cientos de inquilinatos; sus calles las pueblan hombres desarrapados, de miradas perdidas, que deambulan entre desperdicios. En ese lugar, dicen sus habitantes, también hay esperanza, aunque algunos la crean perdida. Y la esperanza, suele decirse, comienza en la infancia.
El nombre real del barrio es Estación Villa y su esperanza está puesta en la sede de Buen Comienzo, que recién comenzó a operar. Desde este lunes, 250 niños de entre 0 y 5 años, muchos de ellos hijos de migrantes, cuentan con un espacio en el que son cuidados. “En esta zona, tan necesitada de atención, vamos a abrir un Buen Comienzo. Van a poder recibir toda la oferta institucional de la Alcaldía”, había anunciado Diana Osorio, gestora social, la semana pasada.
Pero la gracia está en los detalles. Es cierto que el barrio necesita atención. Basta con mirar sus calles para encontrarse con la drogadicción, las riñas, la venta de drogas y el trabajo informal. Es un hervidero.
A ese hervidero, cuenta Milton Martínez, llegó una vez un funcionario de Buen Comienzo. Milton es pastor de la iglesia Conquistadores del Reino, que lleva 50 años en “el Bronx”. El funcionario de Buen Comienzo se sentó a almorzar en Antojos del Pacífico, el restaurante de la iglesia. Interesado en el lugar, entró y conoció los amplios salones, la infraestructura generosa.
Cuando salió, contento de lo que había visto, le dijo al pastor que el sitio podría servir para una sede de Buen Comienzo. A Milton le sonó la idea, en especial porque sabía de las necesidades del sector y de la desatención de la primera infancia.
Unas diez personas de la iglesia comenzaron un barrido de ocho cuadras a la redonda. Fueron casa por casa, tocando cada puerta, entrando a las habitaciones e inquilinatos. “Hicimos una base de datos y nos dimos cuenta de que había 250 niños de entre 0 y 5 años. Muchos de ellos son hijos de migrantes, que viven en la informalidad, en habitaciones muy pequeñas. Entonces fuimos a la alcaldía y propusimos la creación de la sede de Buen Comienzo”, relata el pastor.
Según Milton, esos niños no tenían atención ni de la alcaldía ni del ICBF. Como sus padres trabajan en la informalidad, muchas veces los cargan por las calles. Ese era el caso, por ejemplo, de Johana Carreño, una ocañera que llegó a Medellín hace cuatro meses y tiene una niña de un año y medio. Sin un trabajo fijo, Johana vende dulces en el Centro. Como no tenía dónde dejar a la niña, caminaba calle arriba y calle abajo con ella. “Era una necesidad que tenía. La niña se está adaptando al lugar, por eso los primeros dos días la he dejado solo dos horas. Pero es un beneficio muy grande para mí”, expresa la mujer.
El restaurante Antojos del Pacífico cerró sus puertas y los que allí trabajaban son los encargados hoy de manipular los alimentos para los niños. Pero el espacio del restaurante no se va a perder. “La idea es que ahí se haga una ludoteca y un salón de cómputo. En este barrio no hay computadores para la comunidad, no hay cultura”, explica el pastor.
A la nueva sede de Buen Comienzo aún no se puede entrar, pues los niños están en semana de adaptación (ver ¿Qué sigue?). Pero un funcionario del lugar dijo que los espacios son amplios y adecuados. Comentó que, desde su experiencia, ha notado cómo la presencia de los niños transforma algunos sectores. Por ejemplo, la acera enfrente del jardín no se volvió a llenar de habitantes de calle.
A eso le apuntan en el barrio, dijo Milton, a que los procesos desde la primera infancia “transformen el territorio”: “No queremos que nos estigmaticen más. No nos gusta que nos digan el Bronx”