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Sobre el lodo de una de las casas destruidas por la avalancha que en la madrugada del 18 de mayo prácticamente arrasó el corregimiento La Margarita, de Salgar, se ven crecer dos tallos y cuatro hojas de lo que será una mata de fríjol.
Aún es oscura la tierra, el lodo, igual que el día cuando se llevó a la familia que habitaba esta casa, en la que solo se ven ruinas: cuadros y afiches de Jesús Nazareno y de la Virgen y dos crucifijos de madera siguen colgados en muros pintados con cal. Sobre el lodo, hay colchones, una cama y ropa esparcida. Huele a viejo, a tragedia.
Afuera, a 200 metros, varios obreros trabajan sobre un puente peatonal que permite el paso entre La Margarita y la vía al pueblo. Hay silencio, pero en un salón del Centro Educativo Rural Carlos Vieco Ortiz, se oyen risas y cantos infantiles. Un grupo niños, con las caras pintadas, juegan al bingo.
“Somos del grupo World Visión y hacemos esta labor con 800 niños afectados por la tragedia de La Margarita, les creamos, a través de juegos y actividades lúdicas, entornos protectores para que recuperen su alegría”, dice Rosemberg Parra, líder del colectivo.
Las autoridades siguen en su labor de reconstruir el pueblo de cada afectación. Es el reto de la Unidad Nacional de Gestión del Riesgo, reitera Luis Fernando Piñeros, delegado de la entidad para esta emergencia, que se turna las visitas con el propio director, Carlos Iván Márquez.
“Hasta ahora tenemos 97 inspecciones judiciales (cadáveres), 89 identificados y dos de ellos listos para ser sepultados por la familia”. No confirma el número de desaparecidos, pues la cifra es incierta.
Añade que de 4 puentes peatonales por construir, ya ha sido terminado uno en el corregimiento La Margarita y otro en El Chaquiro y se instalan dos más que serán terminados esta semana. Otro vehicular está en proceso de adjudicación.
Salgar es un pueblo silencioso. Por estos días es casi imposible oír que sale música de algún equipo de sonido. Hay calma, pero solo aparente. La siente Carlos Toro, dueño de una tienda a la orilla de la quebrada La Liboriana, la misma que se desbordó y se agigantó la madrugada del 18 de mayo, y que hoy baja mansa, con escasos uno o dos metros de profundidad, aunque hace 30 días se llevó a 37 familias del corregimiento. Pero milagrosamente no a él.
“No sé por qué nos salvamos mi esposa (Consuelo Arredondo) y mi hijo Hermis Ariel. Estábamos en la casa, él en una pieza y mi mujer y yo en otra, la tienda se inundó de lodo y se llevó muchas cosas, pero no tumbó los muros y por eso sobrevivimos”, narra Carlos, que atribuye el milagro a un cuadro de la Virgen del Carmen que cuelga en la pared del espaldar de su cama. Esta familia aún sigue en la tienda, que también es la casa, pero en las noches duerme en el pueblo.
“Estamos recibiendo arriendo de 250.000 pesos para dormir allá, porque acá trabajo. Yo me iría, pero si me garantizan que quedo bien, porque esta casa es mi patrimonio”, dice.
Él podría ser incluido en el grupo de beneficiarios de las 309 viviendas que se construirán para familias damnificadas, que fueron en total 437.
Este proyecto va en firme. Se adelantan los cierres financieros para la contratación y compra de predios y lo más pronto arrancará la construcción. Estarían listas en un año.
Olga Osorio, alcaldesa de Salgar, precisa que hay listos tres lotes donde se ejecutaría la construcción de las casas, para lo cual habrá que modificar el Esquema de Ordenamiento Territorial -EOT-, pues hay que construir viviendas rurales y urbanas para no desarraigar a las familias de su tierra.
“Para vivienda rural no se permite construcción de menos de una hectárea y acá hablamos de construir hasta treinta en una cuadra de 6.500 metros, con el EOT actual no se le podría dar licencia”, aclara.
El Concejo local, en sesiones extras, hará las modificaciones y así dejará expedito el camino para seguir el proceso. Salgar es un pueblo de 130 años y ni siquiera el templo tiene licencia de construcción, otro aspecto que se corrige.
Las riberas de La Liboriana cargan aún con las huellas avalancha. Miles de toneladas de troncos de árboles y piedras permanecen apilados a lado y lado del afluente, que ya no baja negro sino con su color natural, casi cristalino.
“Se ve así, tranquila, pero en la vereda La Escuela, hace muchos años, se llevó la escuela y por eso quedó con ese nombre, y a mí esta vez me robó a mi mujer y dos hijastros”, relata Raúl Antonio Garzón Restrepo, un viejo de 78 años que se salvó de morir porque tres troncos de árbol formaron una pila a la entrada de su casa y desviaron el agua.
Dice que tiene cultivos de café, pero no tiene alientos de irse a trabajar. “Pa’qué hijo si ya no tengo esposa y mantengo con miedo”, advierte parado sobre el piso de cerámica, lo único que quedó de la tienda en la que se abastecían los habitantes de La Margarita.
“Acá los recuerdos nos matan”, dice Carlos Toro, que no ríe jamás. El dolor del alma, cree uno, no le alcanza para eso. La Liboriana lo dejó con vida, pero se llevó al pueblo que amaba, la gente que amaba. Y ahora, donde antes veía casas, solo se aprecia una roca gigante con una Virgen del Carmen en la punta.
“La trajo un señor de Bogotá. Él llegó con ayudas y las repartió pero exigió que montáramos la Virgen y ahí está”. Se ve majestuosa en medio de tanto horror. Salgar aún llora. No con lágrimas. Sí con esa ausencia de risas que se nota en la mayoría de habitantes. Esa que hasta duele más que el llanto .
Periodista egresado de UPB con especialización en literatura Universidad de Medellín. El paisaje alucinante, poesía. Premios de Periodismo Siemens y Colprensa, y Rey de España colectivos. Especialidad, crónicas.