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Adiós al Gran Hotel, el ícono del Centro que cerró sus puertas tras 56 años

El 30 de junio salió el último huésped y con él terminaron 56 años de historia. Reportaje.

  • Así luce hoy la recepción del Gran Hotel. Todavía no está claro qué va a pasar con el edificio que acogió a los huéspedes desde 1973. FOTO esteban vanegas
    Así luce hoy la recepción del Gran Hotel. Todavía no está claro qué va a pasar con el edificio que acogió a los huéspedes desde 1973. FOTO esteban vanegas
  • Vista aérea del Gran Hotel (edificio blanco), ubicado en la esquina de la calle Caracas y la Avenida Oriental. FOTO esteban vanegas
    Vista aérea del Gran Hotel (edificio blanco), ubicado en la esquina de la calle Caracas y la Avenida Oriental. FOTO esteban vanegas
  • Aún no se sabe qué pasará con lo que hay dentro de las instalaciones. Foto: Esteban Vanegas.
    Aún no se sabe qué pasará con lo que hay dentro de las instalaciones. Foto: Esteban Vanegas.
  • Las habitaciones del Gran Hotel tienen vista hacia La Oriental. Foto: Esteban Vanegas.
    Las habitaciones del Gran Hotel tienen vista hacia La Oriental. Foto: Esteban Vanegas.
  • La piscina del Gran Hotel está en 15, su último piso. Foto: Esteban Vanegas.
    La piscina del Gran Hotel está en 15, su último piso. Foto: Esteban Vanegas.
06 de agosto de 2021
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Pese a la soledad, las paredes del Gran Hotel se mantienen lustrosas. Los pasillos, por donde caminaron hombres de todo el mundo, hablando lenguas ininteligibles, están vacíos; solo se oye, lejano, el murmullo triste de los carros que pasan por la Avenida Oriental. Queda el esqueleto de un cuerpo que dejó escapar su alma. Uno que, aunque yerto, todavía tiene historias por contar.

Las puertas del Gran Hotel cerraron el 30 de junio. Ese día salió el último huésped, Alfonso Zuluaga. Arrastrando una maleta de ruedas, después de enjugarse las lágrimas, dejó el edificio. Allí había vivido durante 37 años, haciendo de un hogar de tránsito uno permanente. Atravesó el dintel, por última vez, halando el modesto equipaje, y se despidió para siempre de su casa. Con él, la ciudad le dijo adiós al Gran Hotel.

Quien recuerda la historia es Cecilia Uribe, una de las actuales propietarias del hotel. Todavía, cuando habla, deja entrever una tristeza inefable. No es sencillo entender cómo, después de cinco décadas, las puertas se cerraron de manera perentoria. “Fue una decisión muy difícil, que tomamos el 28 de mayo. Ya no nos daba económicamente. Teníamos 80 empleados, ellos eran el alma del edificio. Porque un edificio solo no representa mucho. Lo que más valía era nuestra gente. Hoy queda la estructura, pero sin el alma”, dice. La mayoría de empleados, comenta Cecilia, ya se han ubicado en otras empresas. Y, a modo de catarsis, recuerda la historia del Gran Hotel.

Aún no se sabe qué pasará con lo que hay dentro de las instalaciones. Foto: Esteban Vanegas.
Aún no se sabe qué pasará con lo que hay dentro de las instalaciones. Foto: Esteban Vanegas.

Del Caribe a la montaña

La génesis del Gran Hotel está en San Andrés. En la década del 50, Guillermo Uribe, el papá de Cecilia, llegó a esa isla del Caribe. Eran tiempos diferentes, recuerda la mujer: “El aeropuerto era una manga. No había casi nada. Solo estaba el hotel Isleño, el Mónaco y el Kennedy. En 1960 nació el Gran Hotel, de manera oficial”.

Luego de unos años, Guillermo, patriarca de una estirpe de 11 hijos, decidió mudar su hotel a Medellín. Entonces compró una clínica de urgencias en el Centro, entre Colombia y la Playa, en la calle Caldas. Ahí estuvieron ocho años. Era una casa de tapia y de una planta. Con esfuerzo se le anexó un segundo piso. En total, se abrieron 27 habitaciones.

Pero la modernidad, a trancazos, trataba de abrirse paso en Medellín. Para entonces, a mediados de los 60, se anunció la construcción de la Avenida Oriental, una vía que habría de atravesar el Centro. “Una vez mi papá se enteró de eso, compró el lote de la calle Caracas, en donde se comenzó a construir el nuevo hotel”, rememora.

Mientras la obra, Joaquín Emilio Ossa, de poco más de 30 años a la sazón, se encargaba la ebanistería. “Trabajé en el hotel de la calle Caldas. Después, cuando don Guillermo compró la casa de Caracas, yo me encargué de hacer los muebles”, cuenta el hombre, que hoy tiene 86 años.

Solo el año pasado, a causa de la pandemia, Joaquín tuvo que dejar su trabajo en el Gran Hotel. Fueron 56 años, primero como ebanista y después al frente del mantenimiento. Cecilia lo recuerda como un trabajador incansable: “Cada día llegaba a las 5:00 de la mañana. Amaba su trabajo”. El mismo Joaquín lo confirma: “El Gran Hotel era mi casa. Pasaba más tiempo allá que en cualquier otro lado. Su cierre nos llena de tristeza. Se pierde un lugar histórico de Medellín”.

En 1973, al fin, el nuevo edificio estaba listo para recibir huéspedes. El 8 de mayo de ese mismo año se cerró el de San Andrés. Entonces, recuerda Cecilia, se puso un letrero en EL COLOMBIANO sobre la disponibilidad del hotel. Así comenzaron a llegar los primeros clientes, muchos de ellos provenientes del Hotel Bolívar, que había entrado en huelga.

Las habitaciones del Gran Hotel tienen vista hacia La Oriental. Foto: Esteban Vanegas.
Las habitaciones del Gran Hotel tienen vista hacia La Oriental. Foto: Esteban Vanegas.

La fama del Gran Hotel comenzó a crecer. En 1978 recibió a los familiares de la delegación de Puerto Rico, que había arribado a la ciudad para los Juegos Centroamericanos.

A finales de esa década, en pleno auge, el hotel fue escogido como sitio de concentración de Atlético Nacional. Cecilia recuerda que Osvaldo Zubeldía, director técnico del equipo, tenía un gran carisma. Pero, así mismo, imponía una disciplina férrea. “Me acuerdo que se sentaba en la recepción y vigilaba que ningún jugador se le fuera a volar”, dice ella. Y trae del pasado otra anécdota, como tratando de volver a esos tiempos de esplendor: “Teníamos un chef muy hincha de Nacional. El hombre exageraba en las porciones cuando sabía que eran para los jugadores. Les echaba doble carne, los dejaba repetir”.

Una Babel en Medellín

Cada año, el hall del Gran Hotel se convertía, por unos días, en un centro cosmopolita. Por sus pasillos caminaban africanos, asiáticos, europeos; las lenguas se confundían y se mezclaban en una sola. “No importaba el idioma, todos compartíamos como iguales. En vez de ser una barrera, la diferencia nos unía. El hotel se convertía en una torre de Babel. Nos unía el amor por la poesía, por un mundo mejor”, dice Gabriel Jaime Franco, miembro del comité organizador del Festival Internacional de Poesía de Medellín.

Cecilia recuerda esos días con especial cariño. Dice que, durante uno de los festivales, se dio cuenta de la magnitud de su oficio: “Estaba atendiendo a unos huéspedes cuando pensé que teníamos gente de países que estaban en guerra. Acá, en cambio, hablaban y se abrazaban”.

Gabriel Jaime, desde el Festival, lamenta la pérdida del Gran Hotel. “No se sentía como una empresa. Era una familia. A nosotros, que desde el sector cultural vivimos tantos problemas económicos, nos dieron todas las facilidades para los pagos. Fueron pacientes con nosotros. El cierre es una noticia muy triste para la ciudad”, remarca el poeta.

La piscina del Gran Hotel está en 15, su último piso. Foto: Esteban Vanegas.
La piscina del Gran Hotel está en 15, su último piso. Foto: Esteban Vanegas.

La decisión más difícil

La primera gran plaga que le cayó al Gran Hotel fue la pandemia. Luego de cinco décadas de estabilidad, con altos y bajos moderados, la empresa entró en crisis. Ya había pasado momentos infaustos, como las décadas del 80 y los 90, cuando la violencia sitió a la ciudad.

En esos tiempos, recuerda Cecilia, eran comunes los toques de queda. “Las balaceras eran constantes. Muchas veces, algún trabajador no podía venir por temas de orden público. Entonces, un compañero lo doblaba y así lográbamos atender a los huéspedes”, rememora.

Pero la pandemia no tenía precedentes. El hotel estuvo varios meses desolado, apenas ocupado por algunos inquilinos que habían convertido sus habitaciones en lugar de residencia. En septiembre, cuando comenzó la reactivación económica, la situación fue mejorando poco a poco.

Aunque lento, el aumento de visitantes fue sostenido. Pero la otra plaga estaba por caer. A finales de abril comenzó el paro y esa fue la estocada final. “La gente dejó de venir al Centro, en gran parte, por la mala prensa. Estamos en una zona residencial, tranquila, que no fue golpeada por la violencia. Pero cerrar fue la decisión que tocó tomar. Era eso o poner en riesgo nuestro futuro económico”, acepta la mujer.

Ahora, como dice Cecilia, el edificio se quedó sin alma. Poco valen unas paredes bruñidas que nadie admira, unos pasillos que perdieron su esplendor. Las camas, aún tendidas, esperan por su futuro. “Aún no sabemos qué va a pasar con el edificio. No hemos tomado una decisión. Es que, en realidad, no hemos ni tenido tiempo de hacer el duelo por la partida del Gran Hotel”, concluye

120
habitaciones tenía el Gran Hotel. Sus puertas se cerraron el 30 de junio.
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