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El sueño de muchos por vivir en casas campestres en las afueras de Medellín es una pesadilla para quienes históricamente han habitado esas zonas rurales de la ciudad.
De los 380,6 kilómetros cuadrados que tiene como extensión la capital antioqueña, el 70 por ciento —estima la Administración—está en suelo rural, representado en cinco corregimientos y 51 veredas.
Pero no necesariamente los campesinos son quienes están aprovechando esa cantidad de territorio.
Si bien las zonas consideradas como rurales, en el interior de Medellín, albergan a 242.129 personas, tan solo un número cercano a las 80.000 son campesinos.
Solo en el corregimiento Altavista, al suroccidente de la ciudad, habitan 36.463 personas de las cuales, según líderes de la zona, 8.000 son campesinos y menos de la mitad trabajan la tierra.
Para esos labriegos, la mayoría poseedores de pequeñas parcelaciones, plantaciones o vacas y cerdos, cada día son más escasos los medios de subsistencia.
Ángela Ordoñez luchó durante más de 10 años para subsistir de la agricultura en San Antonio de Prado.
Recibió como herencia familiar una pequeña finca con menos de una hectárea de café, pero los costos de producción y las dificultades de comercialización la hicieron desistir de seguir en esa labor.
En la actualidad la mujer, de unos 40 años de edad, es empleada doméstica en una vivienda del sur de Medellín.
De esa realidad no se escapa el corregimiento Altavista. Allí, según Fauner Alexis Álvarez, líder de esa comunidad, se evidencian altos índices de desigualdad y la gente que vivía de la tierra ha optado por buscar trabajos en zonas urbanas.
“Tenemos en esta comunidad muchas personas desempleadas, en condiciones de vulnerabilidad, mujeres carentes de oportunidades”, dijo.
A esos problemas sociales Álvarez sumó que en sitios como La Perla “no hay agua potable y no llega el gas, como sucede en gran parte del corregimiento”.
“Aún no hay Internet ni alcantarillado. Eso evidencia desigualdad. Hay sectores habitados por gente desplazada por la violencia en otros municipios antioqueños, personas con viviendas en madera, sin servicios públicos”, acotó.
La actual Administración de Medellín es consciente de las dificultades que afronta el territorio rural de la ciudad, de su extinción así como de la migración que están viviendo los campesinos.
En la construcción de su Plan de Ordenamiento Territorial (POT) separó un capítulo para los labriegos de la ciudad y sus territorios, como fundamentales en el desarrollo de la ciudad y soporte ambiental del Valle de Aburrá.
De acuerdo con Jorge Pérez, director de Planeación local, la estructura del POT en el suelo rural es una de las evidencias que tiene la participación comunitaria en esa hoja de ruta.
Sin embargo, añadió, serán las políticas públicas y los Planes de Desarrollo los que implementen las acciones sobre el suelo rural.
“Necesitamos conciencia colectiva para prioridades de inversión, políticas ambientales, sociales y económicas”, estableció, en tanto aceptó que, históricamente, los gobiernos municipales han concentrado más sus políticas en el área urbana.
“Tenemos que ver que si bien en las zonas rurales no está la masa de la población, sí está una buena parte del sustento para la viabilidad futura de esta sociedad”, aseveró.
Para conjugar esa necesidad latente de la urbe con el campo y su ideal sincronización, Pérez enfatizó que hoy las comunidades rurales cuentan con herramientas, brindadas por el POT, que les dan posibilidades de desarrollo y viabilidad de su futuro como campesinos.
“Consisten, por ejemplo, en compensaciones ambientales que garantizan que ellos (los campesinos), que son los que cuidan el agua y nuestra naturaleza, reciban alguna retribución por hacerlo”, explicó, al tiempo que añadió que el POT le quita presión al territorio rural.
El furor de la construcción urbanística en Medellín, desde la década de los 90, apuntó a las zonas rurales de Medellín.
Inicialmente el impacto mayor lo vivió El Poblado y otros sectores aledaños de Envigado.
Luego se fue expandiendo a Belén Rincón, en donde se levantaron un centenar de urbanizaciones que ocuparon el espacio de las fincas tradicionales de sectores como Manzanillo, la Capilla y la Loma de los Bernal.
Reportes de la Lonja de Medellín, a cargo de Federico Estrada, establecieron que actualmente la mayor dinámica de construcción se da en Bello, principalmente en zona rural, con 3.300 viviendas nuevas a junio, por encima de Medellín (3.200) y Sabaneta (2.000).
En la actualidad hay unas 16.000 unidades de vivienda nueva en oferta, de las cuales más de la mitad siguen siendo en territorios campestres. Según la Lonja, para el caso de Medellín, es creciente el reciclaje urbano (tumbar casa para construir edificio).
Este fenómeno incidió para que hoy las autoridades de Medellín hicieran una reflexión sobre esa expansión urbanística y la consecuente desaparición de tradicionales territorios rurales.
Para Jorge Pérez, los ciudadanos de Medellín debemos tener conciencia de que urbanizar a través de viviendas campestres en los suelos rurales es destruir la base natural de esas zonas.
El funcionario añadió que lo mejor que podemos hacer para cuidar el suelo rural es hacer bien la tarea en el suelo urbano.
“A todo el mundo le parece muy amigable con el medio ambiente vivir en una cabaña de dos hectáreas de territorio en el campo, pero eso impermeabiliza suelos, porque un jardín no es un bosque y un pozo séptico también incide”, aclaró.
Aunque Pérez precisó que la vivienda campestre es un agente destructor de la base natural del suelo rural, indicó que no significa esto que no pueda existir, sino que no debe “ser la gran estrategia, sino lo mínimo”.
Fauner Álvarez se lamenta que hoy en su corregimiento Altavista los jóvenes no quieran saber nada del campo.
“El campo es el futuro y el presente del mundo, pero lo estamos destruyendo”, dice consternado.
Este líder, presidente de la Junta de Acción Local de Altavista, comentó que en la Vereda San José del Manzanillo, en su corregimiento, los campesinos cultivan café, plátano, naranjas y hortalizas. En Aguas Frías, entre tanto, hay sembrados de cebolla; y en Morro Corazón se trabajan la yuca, el café y la hoja de bijao.
“Estamos invirtiendo recursos de Presupuesto Participativo para que los campesinos puedan vender sus productos. Algunos tienen convenios con negocios en plazas de mercado como la de La América o la Placita de Flórez, otros venden en la zona”, apuntó.
Del Presupuesto Participativo se invirtieron en 2014 22.252 millones de pesos en los corregimientos, según cifras de la Administración Municipal.
La relevancia que le quiere dar la Alcaldía actual a los territorios rurales de la ciudad, está significada —según lo indicaron—en una gerencia de corregimientos.
A cargo de la entidad está Alberto Velásquez, que recordó que en términos político administrativos Medellín se divide en 16 comunas y cinco corregimientos, con 51 veredas.
Los corregimientos son San Sebastián de Palmitas, con 6.324 habitantes; Santa Elena, 18.025; Altavista, 36.463; San Cristóbal, 79.458 y San Antonio de Prado con 108.856. Según consta en los registros de inversión por corregimientos de la Alcaldía de Medellín, el año pasado se dedicaron 305.998 millones de pesos a estos territorios.
Cada uno de esos corregimientos, según Velásquez, tiene Juntas Administradoras Locales, y un servidor público (corregidor) que funge como primera autoridad civil y que ejerce funciones de policía, por ejemplo en materia ambiental y minera.
El gerente señaló que cada uno de los corregimientos tienen diferentes preocupaciones y condiciones. Dónde más hay vocación agrícola es en Palmitas y San Cristóbal.
En Palmitas, agregó, la preocupación está en la posibilidad de sacar la producción por dificultades en las vías. “La idea es facilitar la comercialización y se planteó darle una connotación de ciudad agroidustrial”, confirmó.
En San Cristóbal, según Velásquez, se producen flores. Santa Elena tiene vocación turística, por la ubicación allí de los parques Arví y Piedras Blancas.
Altavista y sus canteras, objeto de controles de autoridades para la protección ambiental. En San Antonio hay actividad importante de trucheras y ganado porcino.
Ese es el campo de Medellín: una diversidad de colores, olores y sabores que implican retos para autoridades y sociedad. Para empezar, armonizar las actividades tradicionales de la ruralidad con las de otra población con actividad económica diferente y que vive también en los corregimientos, pero sin dejar de garantizar la persistencia del agro en la ciudad.