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Mientras Medellín celebraba su premio Guiness por recoger la mayor cantidad de huellas de animales durante una campaña contra el uso de pólvora, Iván Bedoya recibía la mejor noticia de su vida: después de 30 años, su fábrica de voladores y papeletas recibió el permiso del Ministerio de Defensa para operar legalmente.
La empresa, conformada por cinco ranchos de madera y un cuarto de adobe conectados por un camino de piedras, está a menos de una hora de Medellín y da empleo a 30 personas de la vereda Salinas, del municipio de Caldas. “Sin duda este es el lugar con más pólvora por metro cuadrado en Antioquia”, dice Bedoya mientras juega con los restos de carbón y nitrato que se acumulan en sus uñas.
El dato lo ratifica Carlos Andrés Carvajal, vocero de la Federación Nacional de Pirotécnicos, Fenalpi. Según sus reportes, en Antioquia hay 13 fábricas de pólvora con permiso legal, de las cuales tres están en el municipio de Caldas. La de Iván y sus vecinos aún no hace parte de esas estadísticas. “Aunque hay que aclarar que no toda la pirotecnia que se distribuye en Antioquia es hecha allá. Hay empresas de Cundinamarca que venden allá y hasta hemos sabido de casos de contrabando traído desde Venezuela”, cuenta Carvajal.
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Son las 10:30 a.m. y este campesino de mejillas rojas, sombrero y botas plásticas ya mezcló un par de kilos de pólvora negra con otros químicos y recibió a los trabajadores que durante todo el día fabricarán los taquitos, pondrán las mechas y amarrarán el papel. Antes de las seis de la tarde deberán quedar listas 30 gruesas o paquetes de 144 voladores.
“Para esta época ya vendimos casi todo lo que la gente quema en la alborada (1° de diciembre) y estamos haciendo lo que se venderá para el 31. Es una época muy buena: los trabajadores cobran más y el precio de la gruesa de voladores sube hasta 20 mil pesos”, cuenta Iván.
El pago a los empleados depende de la cantidad de productos que terminen durante su turno: los que más cobran se llevan 70 mil pesos por jornada y los que aún no pueden ser contratados se hacen 3.000 por cada paquete de 600 rollos de papel que fabriquen en los patios de sus casas.
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Por estos días en Salinas funcionan cinco fábricas con permiso legal, dos de ellas apenas lo recibieron esta semana. Pero, según comentan los vecinos en voz baja, todavía quedan algunas casas con pequeños montajes ilegales en los que se arman voladores y papeletas sin las normas de protección (retiros, ventilación) que exige la ley.
Y es que no es difícil hacerlo. Además de los químicos y el papel, para fabricar pólvora solo se necesitan algunos clavos, martillos, cuerdas, mecha (que otros vecinos fabrican) y tres horas de sol por cada lote. “Esto es un oficio artesanal”, dice con convicción -y razón-, Iván.
Las fórmulas de los productos también son herencia de los ancestros, aunque casi todas han cambiado por cuenta de restricciones legales. En esos casos, son los mismos fabricantes de químicos los que van hasta la vereda, dan muestras del producto y enseñan su uso y propiedades, con la esperanza de aumentar sus clientes. “Yo apenas estudié hasta quinto de primaria, pero del manejo de esto se mucho. Me enseñó mi papá, me enseñan los que venden químicos y me enseñan los que hacen pólvora en La Ceja que también llevan muchos años en el oficio”, agrega Bedoya.
El resto de la formación en seguridad, riesgos, manejo de explosivos y atención de emergencias, apenas inició hace dos años, como parte de los requisitos que el Estado le exigió a los que buscaban legalizarse.
De la pólvora se vive todo el año
Entre legales e ilegales, son más de 200 personas las que derivan su sustento de las luces y los detonantes, un negocio que llegó hasta esas montañas en 1960 con el padre de Iván, don José Gabriel Bedoya y su vecino Manuel Usma.
La “tradición polvorera”, como ellos lo llaman, se mantiene vigente gracias a la solidaridad: hasta los más pequeños saben que deben avisarle a los adultos si ven algún extraño en la carretera y en menos de un minuto toda la vereda puede enterarse de cuando inicia algún operativo policial. Incluso para contratar, las empresas ponen como condición que el empleado sea hijo de alguno de los vecinos o, en el peor de los casos, un “forastero” recomendado por ellos.
Durante el último trimestre del año en las fábricas de Salinas trabajan 30 personas diarias, pero en tiempo frío (los primeros 9 meses del año) la producción pasa de 30 gruesas diarias a 30 semanales, y por eso también bajan los salarios. “Como se paga más barata la hora, muchos se van a construcciones o fincas. Pero en octubre todos saben que es mejor volver”, señala Iván Bedoya mientras supervisa a tres jóvenes que rellenan tubos con carbón y mezcla de pólvora.
Los jóvenes asienten con la cabeza y se ríen. Se sienten orgullosos porque les tocó estar en la fábrica que tiene mayor tecnología de la zona: reemplazó los clavos y martillos por una prensa mecánica hecha en hierro, de la que no quitan los ojos.
Su trabajo durará hasta el puente de Reyes, a principios de enero. Entonces casi todos tomarán vacaciones de dos semanas y luego se irán a Caldas, La Estrella y Sabaneta a buscar trabajos con mejores pagos.
Iván y las mujeres se quedarán fabricando menores cantidades de pólvora para los contratos que, dice, nunca faltan. “Casi cada fin de semana hay alguna fiesta en cualquier pueblo, entonces nos llaman para llevar voladores, pabellones, recámaras y hasta pólvora china, que también la manejamos”.
Sus productos también han llegado a Chocó, al Eje Cafetero y Córdoba, y próximamente estarán en Bucaramanga, Cúcuta y el oriente del país, pues el permiso del Ministerio de Defensa le permitirá fabricar y vender, siempre y cuando tenga un camión adecuado para transportar el material, y no lleve petardos o detonantes.
Periodista. Amo viajar, leer y hacer preguntas. Me dejo envolver por las historias.