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Los varios relatos de la comuna 13 de Medellín

Decenas de guías esperan en la estación San Javier para ofrecer el graffitour. Un recorrido a tres voces.

  • El precio de los recorridos oscila entre los $25.000 y $30.000, cada uno de entre dos y cuatro horas. El punto de encuentro es la estación San Javier del metro. Allí los espera el guía. FOTOS MANUEL SALDARRIAGA
    El precio de los recorridos oscila entre los $25.000 y $30.000, cada uno de entre dos y cuatro horas. El punto de encuentro es la estación San Javier del metro. Allí los espera el guía. FOTOS MANUEL SALDARRIAGA
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25 de diciembre de 2019
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Dice Jesús Ibrahim Rodríguez que una tarde, mientras hacía un recorrido con dos mexicanos, vio a los niños jugar por las calles de la comuna 13 con cinco latas de aerosol. Recordó entonces las historias de su amigo “Leo”, que creció en el barrio y que le contó que durante su infancia, en cambio, no había latas de pintura vacías para jugar sino colectas de casquillos de balas.

El venezolano es uno de los tantos guías, casi una docena diaria, que llegan en cada jornada a las afueras de la estación San Javier del metro para ofrecer recorridos de dos horas del ya muy conocido Graffitour de la 13. Un relato histórico de la violencia de la comuna, pero también de su resistencia a través del arte.

Y por supuesto que esa historia se la contó Ibrahim a los extranjeros, como también les ha contado otras: les habla de que llegó hace dos años a Medellín y que vive en el primer tramo de las escaleras eléctricas, al centroccidente de la ciudad. Les dice, además, que mucho de lo que sabe de San Javier lo aprendió bailando break dance.

Leyendo, también, los textos y fotografías de los libros de crónicas, como ese en el que está registrada la tan famosa foto del rostro de la niña que mira desde un impacto de bala en la ventana. Ser guía extranjero no es problema, cree Ibrahim, eso sí: mientras no se digan mentiras.

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El itinerario del “Flako”

David o el “Flako”, como lo conocen en el barrio, se queda viendo un mural con un Ave Fénix, una flor de loto y el rostro de una mujer. Hace la analogía con la 13. Dice que el loto es una flor que, aunque crece en los pantanos, reluce. Como la comuna, que tras la violencia de los noventas supo reconstruirse.

Parece una calculadora, es hábil con los números. Afirma que es guía hace unos cuatro meses y empieza su recorrido en los bajos del metro, añade que a San Javier lo conforman 26 barrios, pero los habitantes “decimos que son 35”.

En el Plan del Che o Villa Laura, un barrio que ha sido sitio del fuego cruzado de los grupos delincuenciales, el “Flako” cuenta que, cuando comenzaron a construirse los barrios, los migrantes llegaron a la 13 desde el Pacífico y el Urabá, hicieron asentamientos a puro pulso y sobrevivieron entre el abandono del Estado y la pobreza absoluta.

Dice que el interés de los actores armados por un territorio que resultaba estratégico para el negocio de las armas y la droga los hizo saber, a quienes vivían allí, qué era crecer entre la guerra. Una vez, cuenta, una de las vecinas se paró en la mitad de una cancha, envuelta en la bandera de Colombia, para pedir que dejaran de disparar en medio de la operación militar Mariscal en mayo de 2002.

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De eso, sin embargo, habla poco. El enfoque de su historia está puesto en las paredes transformadas con pintura. Son un homenaje a la gente obrera de la comuna, que puso adobes y tejas en lo que antes eran ranchos de madera. O el elefante de todo un muro con los elementos constitutivos del hip hop: el DJ, el break dance, la lírica, el aerosol.

Dice que hoy hay al menos 100 guías locales haciendo tours. Incluso agencias que vienen de otros municipios. En las inmediaciones de los seis tramos de las escaleras eléctricas todo se ha poblado de negocios de café, galerías de arte, tienditas de souvenirs, es la chispa del ambiente de la compra y la venta.

—¿Por qué dice “No tourist” ahí?— pregunta Sofía, una niña de unos 10 años, sobre una de las marcas que están al margen de uno de los grafiti.

—Ah, buena pregunta. Es porque queremos que aquí no sean extraños, sino que se sientan como en casa—, le contesta el “Flako”.

“Algunos guías vienen hasta aquí a contar historias de Pablo Escobar, cuando la 13 no tiene nada qué ver con eso”.

El mural de tres rostros

Christian Cataño, guía local, reconoce que hay tantos relatos como recorridos, pero que el asunto no es una competencia. Es, tan solo, de ser responsable con las historias.

Inicia su recorrido en sentido contrario al del “Flako”: por el barrio 20 de Julio, en dirección al mirador. Tres aves del color de la bandera colombiana conforman uno de los primeros grafitis que los turistas encuentran. Una de estas aves tiene una llave en el pico. El guía dice que la escena hace honor a la igualdad en el territorio. “Aquí todos somos arte”. Ese mismo grafiti es, también, uno de los murales favoritos de Ibrahim, porque está diseñado así, en tripartita: un rostro como los de los primeros pobladores; uno que es de carne, piel y hueso.

Un turista salvadoreño le comenta a Christian que en su país, si lo vieran con la camisa que él tiene puesta —blanca, estampada con el nombre de la comuna— hasta podrían matarlo: “No se puede pasar del barrio 13 al barrio 18, aún las fronteras son marcadas”.

El guía le contesta que, incluso, hace algún tiempo no fue bueno vivir en San Javier. “No fue bacano ser niño o adolescente en la 13”. Ya es distinto, dice. Muy tranquilo.

En los kioscos de recordatorios no falta la cara de Pablo Escobar grabada en pocillos de $15.000. Incluso en sacos de café bautizados como “Café Patrón”.

Y cuando un extranjero le menciona a Cataño que acaba de ver los costales de café y que qué tiene que ver Pablo Escobar con la 13, el guía ni siquiera le deja terminar la oración.

—¡Nada!

En el trajín de recibir a los turistas, con tantos recorridos cada hora, existe también un discurso aprendido. Una suerte de lugares comunes. Por momentos Cataño y el “Flako” hacen los mismos chistes. Coinciden en la imagen de la 13, durante la Operación Orión en 2002, cuando ingresaron las tanquetas y dos helicópteros Black Hawk. Cataño incluso se detiene en un mural en el que la tanqueta fue convertida en caracol y los helicópteros en colibríes con armadura.

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Gracias a los amigos

Ibrahim insiste en que fueron sus amigos bailarines, raperos, tenderos, es decir, “todos los chicos”, quienes le enseñaron sobre la comuna. Aprendió subiendo a hacer el tour y repasando el mapa. Discutiendo sobre Orión en las aceras, al son de la cerveza y las conversaciones. Todos lo conocen, todos lo saludan.

Se toma su tiempo, dice. No es capaz de hacer dos o tres visitas al día. Añade que con uno se conforma, puede pasar hasta cinco horas con un turista.

La pregunta más común es precisamente esa: “¿Cuántos recorridos haces al día?”. De la más rara ni se acuerda porque “es que me que hacen tantas preguntas...”.

Muchas veces le interrogan si todavía hay sitios a los que no se pueda ir, puntos vedados sobre el territorio. “Y yo les digo que sí, que hay zonas que aún son peligrosas”, concluye Ibrahim, “pero les insisto que la comuna 13 es, incluso más segura que El Poblado en la noche”.

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