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El barrio Carlos E. cumplió 50 años como referente urbanístico

Hace unos días el lugar cumplió 50 años. Esto ha pasado durante su medio siglo de vida. Historias.

  • Las 3 primeras etapas fueron diseñadas por Guillermo García; Juan Ramírez asumió la número 4; y Laureano Forero se encargó de la 5 y útlima fase del proyecto. FOTO Archivo El Colombiano
    Las 3 primeras etapas fueron diseñadas por Guillermo García; Juan Ramírez asumió la número 4; y Laureano Forero se encargó de la 5 y útlima fase del proyecto. FOTO Archivo El Colombiano
  • La primera etapa construida en el lugar estaba integrada por 216 apartamentos y 27 bloques. Actualmente se cuentan cinco etapas. FOTO Camilo Suárez
    La primera etapa construida en el lugar estaba integrada por 216 apartamentos y 27 bloques. Actualmente se cuentan cinco etapas. FOTO Camilo Suárez
El Carlos E: un barrio que relata dos ciudades
01 de marzo de 2021
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La quebrada La Iguaná no imaginó que esas mangas turbias, llenas de sauces, pomos, guamos y algunas eras de maíz y fríjol, llegarían a convertirse en una hermosa ciudadela. Tampoco sospechó que, después de que llegaran varias torres de cemento, y desplazaran los pantanales en los que se regocijaba cuando su cauce se salía de las zanjas habituales, estas mirarían con recelo a sus orígenes: la clase obrera.

El sector desde el que ha visto pasar la vida Francisco Díaz (don Pacho), y que por poco le niega la oportunidad a su esposa de operar allí su peluquería, era muy diferente previo al 16 de febrero de 1971. Ese, hasta entonces, era el otro lado de una ciudad que caminaba hacia el progreso, la cual divisaba con cierto desdén a su “hermana”, desde la orilla opuesta del río.

Hoy, medio siglo después, sobre una estación de buses, que operó hasta los 80 la ruta Calasanz-Boston, tres hombres desatan sus memorias sobre lo que era la “Otrabanda”: “La ruta de buses entraba al barrio y salía por la hoy conocida calle Colombia”, dice Darío González, sentado en la banca de la estación en la que ya no paran buses, contiguo a don Pacho y a Manuel Vázquez, un hombre que creció en el lugar donde prosperaron, por vez primera, los diseños de oficinas de arquitectura locales, y no los de la capital.

El principio de los tiempos

“Esto no era un barrio planificado, sino casas en tugurios, y las custodiaban varias factorías. Las había de zapatos, depósitos, bodegas y ebanisterías. Entre ellas estaban los triciclos Jurime, Manufacturas Muñoz y Puertas Universal -donde está hoy la funeraria Campos de Paz, una de las batallas hasta ahora perdidas por los habitantes del lugar-”, rememoran, juntos, los tres hombres.

“El desarrollo de la ciudad se vino, de repente, desde el Parque de Berrío hacia el sector de Otrabanda’’, agrega González. Y relata, en conjunto con don Pacho: “Este fue un proyecto urbanístico creado por el Instituto de Crédito Territorial (ICT) para los puntos marginados de la ciudad”.

Esta institución describiría el proyecto urbanístico, hacia los 70, como una “hermosa ciudadela diseñada de acuerdo a la más moderna tendencia urbanística, con avenidas circulares y amplias zonas verdes. Allí se levantan armoniosos bloques de apartamentos, construidos con un criterio estético y funcional”.

La apuesta del ICT, en el gobierno de Misael Pastrana, intervino varios sectores. “Los proyectos empezaron en el barrio Las Playas, y avanzaron luego en Juan de Dios Uribe, Los Pinos, el Carlos E., López de Mesa, Altamira y el Tricentenario”, exponen Pacho y González. De hecho, fue el mismo Pastrana el encargado de entregarle la urbanización a la ciudad o, mejor, de hacer que el otro lado atisbara más allá del río.

La niñez del barrio

Un martes, 16 de febrero, mediante un acto público precedido por Pastrana, acompañado del gobernador Diego Calle y el alcalde de entonces Álvaro Villegas, el progreso dejó de serle esquivo al Occidente. Ese día se entregó la primera de cinco etapas de la Unidad Residencial Carlos E. Restrepo, la cual estaba conformada por 216 apartamentos en 27 edificios.

Don Pacho cuenta que él llegó a vivir al bloque 20: “Ahí quedaba el apartamento modelo - que hacía de vitrina de exposición para los interesados-, era el número 201”. Este se mudó, con su familia, a los tres días de la inauguración de la primera etapa, un 19 de febrero.

González y Vázquez escuchan y observan, mientras don Pacho, el mayor de los tres, se interna en la senda de los recuerdos. “A la unidad llegué con dos de mis hijos”, recuerda. Luego, el barrio le ofrendó dos regalos: “El nacimiento de mi tercera hija y la prosperidad, tras varias maromas, de la peluquería de mi esposa, Rosa Amalia Villada -ya fallecida-”.

“Para pasarnos siempre nos pusieron trabas”, continúa. “Fue difícil porque exigían unos ingresos mensuales. Mi esposa era peluquera y yo trabajaba en El Consulado. Nunca habíamos declarado renta. En mi trabajo me dieron una carta muy buena, que me ayudó a demostrar mi posibilidad de sostenimiento. Había que tener un buen respaldo económico para ingresar a lo que fue este humedal”, describe.

Vázquez confirma la experiencia de don Pacho. Si bien el lugar fue un centro de factorías (un barrio obrero) y, todavía, colinda con una invasión, el progreso en el Occidente fue planeado para personas de clase media alta, que tuvieran ingresos suficientes para habitar esa moderna ciudadela.

Verlo crecer

El barrio avanzó hacia su adolescencia. La Piloto y la Universidad Nacional fueron un motor clave para su desarrollo. “Ese es un aspecto cultural que le ha merecido cierta identidad al barrio, pues sus habitantes han sido profesores, intelectuales, directivos y personajes destacados en diferentes espacios de ciudad”, sostiene Vázquez.

Hasta la peluquería de doña Rosa, que pudo sobreponerse a los reglamentos de propiedad horizontal que no permitían negocios al interior de los apartamentos, se convirtió en un ícono para la emergente clase media alta del lugar y de la ciudad. Las más distinguidas señoras de los médicos y militares se transportaban, desde el Poblado, hasta la peluquería que quedaba en uno de los pisos del bloque 20 del Carlos E.

“Mi señora llegó a peinar una niña para su primera comunión, sus 15 años, luego su matrimonio y, después, trabajó para sus hijas”, relata don Pacho. Vázquez agrega: “Era la única peluquería que había en el barrio. Hasta yo pasé por el lugar”.

La historia de amor entre don Pacho y Rosa se agitó durante 56 años, casi el mismo tiempo que cumplió la semana pasada el barrio Carlos E. Ese tiempo sirvió, según González, para convertir ese “peladero con edificios” en el corazón verde de la ciudad.

En el punto habitan antejardines y parques, con especies como urapanes, tambores, guayacanes, guácimos, palmas y palmeras, corales, san joaquines, mantos rojos, mangos, limones, guayabos y nísperos del Japón.

Muchas cosas han cambiado, comentan los tres hombres. Hoy, en esa ciudadela moderna, que fue promesa del pasado siglo, lujosos restaurantes y reposterías comparten espacio con tiendas de barrio que, por su surtido, poco tienen que envidiarles. Bajo las estribaciones de El Volador, una “L” se ha hecho boulevard de jóvenes, estudiantes bohemios y algunos catadores del alcohol que revuelven la serenidad de las vidas que plantaron allí su semilla hace ya 50 años.

Entre varios enclaves del conocimiento paisa (la Piloto, la Nacional y, no muy lejos, la U.deA.) vive y vivirá el Carlos E., una urbanización que, tras surgir sobre los restos de una quebrada por fin canalizada, reconcilió cualquier enemistad entre las que llegaron a ser, por un buen tiempo, dos ciudades (ver Cronología)

4.000
personas fijas es el estimado poblacional del barrio Carlos E: habitantes del lugar.
Infográfico

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