Imagine el líquido amarilloso que sale de la pila, que por meses usó en el reloj de pared, circulando por el agua de una quebrada o en el congelador de su nevera, a centímetros de la carne.
Estos elementos, baterías, como se conocen técnicamente, son, por tradición, arrojados a la caneca de basura, mezclados con residuos alimenticios y llegan en el mismo paquete al relleno, donde son enterrados.
Y vuelve el líquido, aquel que nos avisa del fin de la pila, el que se percibe como óxido y se comienza a derramar, tímidamente, por las puntas del cilindro. El suelo, la tierra, su inadecuado destino.
La disposición ideal de estos elementos, alejada de riesgos e impactos negativos a la salud y el ambiente, se convirtió en un problema, tanto para los productores, como para las personas que los usan.
Invasión de pilas
Las pilas o baterías son para Cristina Barrera un elemento tan necesario, que hasta lo considera parte de la canasta familiar.
Esta ciudadana, diseñadora industrial y habitante del barrio Belén de Medellín, las usa, principalmente, de tamaño triple A en los juguetes de su hijo y en un pequeño radio que la acompaña en las mañanas, al hacer deporte.
“Cuando veo que ya no funcionan las deposito en la basura”, comenta y confiesa que otras veces ha intentado ponerlas en el congelador de su nevera para que se recarguen, “como dicen por ahí, funciona”.
Para Sergio Orozco, secretario de Ambiente de Medellín, todas las baterías son peligrosas y, por esa condición, deben ser tratadas de manera especial. Recuerda que tienen químicos en su interior que, por ejemplo, se pueden diluir en el agua, lo que representa un daño al ecosistema.
“Los metales pesados tienen un fenómeno que se llama bioacumulación y si bien no pasa nada si se toma agua contaminada con los químicos que desprenden, a medida que se ingiere llegará un momento en el que el organismo no lo tolerará”, señala.
Orozco explica que guardar esos elementos en la nevera representa un riesgo para la salud, al exponerse a contacto con los alimentos.
Es tan alto el riesgo que generan al ambiente y la salud que Gloria Aguilar, ingeniera de la empresa pública de aseo Emvarias, revela que una batería es suficiente para contaminar hasta tres litros de agua.
“Las pilas tienen altos contaminantes, por ejemplo, en la lata que las recubren, que son con zinc y que es un corrosivo. Si las metemos a una nevera contamina los alimentos y si la arrojamos al suelo estos químicos no desaparecen, sino que se acumulan. Contaminan el agua a un nivel que es muy difícil tratarla para el consumo humano, o el riego de cultivos”, destaca.
Con el fin de evitar daños al ambiente, Aguilar sugiere a los ciudadanos abstenerse de usar pilas y buscar otras tecnologías o innovaciones como la energía solar.
“En caso de que sean necesarias, usar recargables. Además, tampoco deben entregarlas entre los residuos ordinarios en la recolección que se realiza en residencias, sino disponerlas en los puntos establecidos en la ciudad”.
Responsabilidad de todos
El aprovechamiento de las baterías usadas es una lucha compleja que vienen adelantando las autoridades ambientales del país, que pusieron en cintura a los fabricantes, importadores y comercializadores de esos productos.
La resolución 1297 de 2010 del Ministerio de Ambiente y Desarrollo los obliga a recoger las pilas una vez terminen su vida útil, para llevarlas a un lugar en el que sean aprovechadas o a hacer una disposición adecuada de ellas.
Para cumplir con esa directriz, las organizaciones que trabajan con ese producto se unieron y crearon dos colectivos: Recopila y Pilas con el Ambiente.
Desde hace siete años, cuando entró en vigencia la norma, Susana Uribe, directiva de la empresa Tronex y coordinadora de Recopila, reporta que el programa ha recolectado, aproximadamente, 400 toneladas de pilas usadas.
“Es una cantidad que hemos evitado que lleguen a rellenos sanitarios o sitios de disposición final inadecuados”, anota.
La exigencia de la norma es que los fabricantes y comercializadores de pilas y baterías deben recoger el 25 % del total de la producción al año de esos elementos.
“En promedio se distribuyen 28 millones de unidades (888 toneladas cada año). Recogimos en 2013, 70 toneladas; en 2014, 79; para 2015, fueron 97, y en 2016 llegamos a 104 toneladas”, revela la dirigente, en referencia a lo que hace Recopila.
No obstante el esfuerzo, Uribe y el secretario Aguilar coinciden en que el ciudadano tiene responsabilidad y deberes en la disposición adecuada de estos elementos, aunque la norma no lo sanciona.
Operativo de recolección
La estrategia de los dos programas consiste en tener recipientes en diferentes puntos de las ciudades colombianas para que los ciudadanos depositen allí sus pilas usadas. Cuando están llenos son recogidos por expertos que los llevan a una planta ubicada en el Valle del Cauca, llamada Ecotec, y que es la única de Colombia que aprovecha esos elementos.
“Una pila es energía química almacenada que el usuario puede llevar a cualquier parte. No son residuos peligrosos, pero las sustancias que tiene pueden contaminar el suelo y el agua. Eso lo evitamos al no llevarla a un relleno”, apunta la directiva de Recopila.
Uribe se refiere al “liqueo”, como el líquido más nocivo que contiene una pila. Añade que de esas baterías se obtienen metales ferrosos, óxidos de zinc, con lo que se hacen fertilizantes.
“La idea es aprovechar esos componentes para ingresarlos a otros procesos productivos, porque antes no existía esa alternativa para reciclar. Hasta diciembre de 2015 todas las baterías que recogía Recopila y otros programas iban a celdas de seguridad, un espacio específico en un relleno en el que se evitaba que llegaran al suelo y al agua”, explica.
La ejecutiva agrega que desde enero de 2016 la norma exige un aprovechamiento, “pero no había alternativa, entonces se creó Ecotec, la única planta del país para hacer valorización y reciclaje de pilas”.
15
millones de pilas es el consumo, promedio al año, en el Valle de Aburrá.
5
mil puntos de recolección tiene Recopila. Pilas con el Ambiente, 3.000.