En Puerto Berrío, ¡quién lo creyera!, ya no rueda el tren, pero la carrilera sigue tan activa como en los tiempos en los que locomotoras y vagones cruzaban el pueblo llevando pasajeros y carga casi en ritmo frenético, cuando este medio de transporte era, literalmente, el motor de la economía local.
El agite en los rieles lo ponen las motomesas, un medio de transporte que unos califican de informal y otros de ilegal, pero que se volvió la única opción para gran parte de la población campesina, a cuyas veredas no llegan ni trenes ni buses y algunas quedan tan alejadas que hasta en mula resulta despiadado el viaje.
“Vivo en La Virginia, es tan lejos que el viaje en estos aparatos se demora dos horas”, cuenta Mery Cuervo (70 años), que lleva décadas haciendo el trayecto entre el casco urbano y su vereda y aún no les pierde el susto a los viajes.
¿Por qué el temor? Como todo medio de transporte, las motomesas conllevan riesgo. Su fabricación y estructura es artesanal: son carros de balineras a los que se les acondiciona una moto, se les instalan sillas y techo y se les echa a rodar por la carrilera.
Llevan pasajeros y carga y alcanzan velocidades, en algunos tramos, de hasta 60 kilómetros por hora. El conductor guía el vehículo desde la moto, y las balineras, incrustadas en los rieles, siguen el curso de la antigua vía férrea.
Pero en el trayecto hay abismos, vacíos, cruce de puentes sobre ríos y montañas, descensos y ascensos, aunque allí estos no son tan pronunciados porque la población está sobre el valle del Magdalena Medio, una tierra llana, rica en pastos y ganado.
Y en esas rupturas del camino, cuando el terreno se escarpa, es cuando a Mery se le agita el corazón.
“Hay una parte donde pasamos un puente, el río se ve abajo y me da miedo”, insiste.
“No hay de qué”
Pero lo que a Mery le genera temor, a Edilma Medina le produce placer. Dice que es feliz cuando viaja en motomesa.
“Yo tengo 62 años y me encanta irme para La Virginia en estos carros. Acá voy tranquila, es un viaje fresco y creo que los muchachos que conducen son muy responsables y cuidadosos. Ellos saben que deben cuidar la vida de ellos y la de nosotros”, resalta.
Pero con susto o sin él, ni a Mery ni a Edilma les queda más opción que este medio para llegar a sus casas o salir de estas hacia el pueblo, donde tienen familiares, van de compras y hacen gestiones en los bancos o en la alcaldía, entre otras necesidades que comparten con más de 4.000 personas que conforman la población rural de Berrío, entre las que están las veredas Malena, Calera, La Cristalina, Cabañas, La Virginia, San José y el municipio de Caracolí.
En Puerto Berrío, la carrilera cruza el centro del pueblo y allí siguen, como piezas de museo, las bodegas de la primera estación del tren en Antioquia, en el mismo lugar donde está el puerto fluvial, que juntos, conformaron el tándem que movía la economía del departamento en los primeros años del siglo XX hasta 1961, cuando una ordenanza de la Asamblea decidió venderle el tren paisa a la Nación, lo que significó que, poco a poco, los vagones dejaran de rodar por la vía férrea.
Historias en motomesa
La salida de las motomesas, desde su improvisada estación en el barrio Lleras, es un ritual casi macondiano. El realismo mágico lo ponen los rostros sudorosos de los pasajeros que van llegando al acopio y la variedad de la carga, pues mientras unos llegan con racimos de plátano, bultos de concentrado o cajas selladas, otros traen neveras, televisores sin desempacar, animales, una simple bolsa plástica, un bolso o una cartera.
“A esto toca echarle lo que traigan: marranos, perros, gallinas, lavadoras y hasta vacas han subido”, apunta Humberto Graciano, de 64 años, uno de los más veteranos conductores de este medio.
Un curioso ingrediente de este transporte es la puntualidad, que parecería extraña en una población en la que la mayoría de motociclistas va sin casco y en la que, a mediodía y a más de 35 grados de temperatura, se ve pasar a una joven con ruana.
“Todos los días salimos a las 12:00 en punto, arrancamos todos juntos, y el que va adelante es el que llega hasta Caracolí, el destino más lejano, el viaje tarda entre 2 y media y 3 horas; y la que va atrás es la que llega hasta Malena, que es la estación más cercana”, cuenta Jeison Bejarano, que conduce una motomesa de otro dueño que le paga un porcentaje por pasajero.
La salida puntual de la caravana obedece a un orden ya establecido y pactado entre el transporte formal y el informal, con el cual se busca evitar que ocurran accidentes o choques entre una motomesa que vaya y otra que venga.
“Nosotros les avisamos a ellos si hay alguna locomotora en la vía para que no vayan a salir”, explica Javier Carvajal, jefe de Estaciones de Ibines Férreo, empresa a la que se le asignó el mantenimiento y operación de la línea férrea, de la que tiene el control.
El directivo admite que este transporte es “ilegal”, pero que su empresa no tiene un cuerpo de seguridad para ejercer el control e impedirles rodar por la carrilera. Otro empleado reconoce que las motomesas prestan un servicio de transporte que la comunidad necesita. Hasta los enfermos graves toca llevarlos en ellas.
“Sea como sea, esos aparatos se necesitan, no hay más opciones”, apunta.
La Secretaría de Tránsito local tampoco ejerce controles a la operación de las motomesas porque, dice la titular de la dependencia, Catalina González Molina, la vía férrea es potestad de Ibines Férreo. “Nosotros, con apoyo de Policía, hacemos control a las motos que las arrastran, que tengan el Soat (Seguro Obligatorio de Accidentes de Tránsito), matrícula y papeles al día. Sin embargo, de presentarse un accidente en el que haya heridos o muertos, el expediente se traslada a la Fiscalía”, dice.
El “profe” Gerardo
En realidad, en el puerto casi nadie recuerda accidentes graves en este sistema. Todos hablan de choques con lesiones como raspaduras o fracturas, pero apenas rememoran dos víctimas mortales: una en 2015 y otra hace ocho meses.
El último caso ocurrió el 1 de agosto de 2018 y está en curso la investigación. El muerto fue el educador Gerardo Andrade, que prestaba servicio en las escuelas rurales. El episodio dejó al conductor de la motomesa con ganas de dejar el oficio. Sin decir su identidad, él relató el episodio.
“Nosotros salimos tranquilos a las seis de la mañana y muy cerca, llegando a la estación Malena (la primera del camino), venía otra motomesa, el profesor se asustó y se tiró, pero se dio en la cabeza con los rieles y se mató. Fue muy duro para mí y créame que pensé tirar la toalla”, dice el motomesero, que con su oficio ve por su madre y por su núcleo familiar, conformado por su esposa y tres hijos.
*Leonora (nombre cambiado por petición de la fuente) también es educadora y viajaba junto a Gerardo. Dice que aún lleva en el pecho el dolor que le causó el deceso de su compañero, al que vio morir.
“Él vio que nos íbamos a chocar, se asustó y se lanzó, yo también me tiré, pero solo tuve lesiones leves, no hemos podido superar esa muerte”, afirma, pero reconoce que por amor a su profesión de educadora le toca usar las motomesas para ir a las veredas. En el choque hubo seis heridos, todos leves. Pese a este accidente, la gente no dejó de montar en el sistema.
“Es que en todo transporte hay accidentes y peligros, dígame uno que no”, pregunta Edilma Medina.
Hasta mesaciclas
Pero no solo las motomesas son alternativa y solución al transporte interveredal de Berrío. Por los rieles también se ven rodar mesaciclas, motocarros y carros de balineras con viajeros que empujan el vehículo apoyados con palos que usan como palanca.
Las mesaciclas se volvieron un medio familiar, usado por los padres para ir a las fincas donde laboran o por estudiantes para evitar pagar pasajes.
Yenni Ñustes Uribe, de noveno grado, la usa para ir al colegio con sus compañeros.
“Mi papá se va en ella para el trabajo y yo aprovecho para ir a estudiar en ella”, cuenta.
Su madre, Marisela Uribe, explica que también van al pueblo, a la tienda y sacan a pasear a Jáder, el perro.
Además, están los motocarros, que son buses que ruedan en balineras sobre los rieles y transportan pasajeros, sobre todo estudiantes, entre Barrancabermeja y Berrío.
Es un transporte legal, que hace un recorrido diario entre las dos poblaciones y que tiene permiso para operar sobre la vía férrea.
Lo que parece un juego de niños, es la salvación contra el aislamiento en Berrío y en otros pueblos donde la vía férrea sobrevivió a la desaparición del tren y resistió el paso del tiempo. Mientras en la estación Grecia, de Berrío, los vagones del viejo ferrocarril se oxidan y los devora la maleza, en la carrilera los viajes no paran. La necesidad sigue viajando sobre rieles.