Las series de televisión

¿El nuevo cine o el cine reciclado?

Oswaldo Osorio

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Que el mejor cine se está viendo en la televisión, es una afirmación que se origina en el buen momento por el que está pasando la producción de series en la actualidad. No obstante, es una idea más provocadora que justa, no solo frente al cine alternativo e independiente, sino también en relación con lo que realmente puede estar ofreciendo de novedoso o elaborado este producto audiovisual que, sin duda, ahora es un verdadero fenómeno mediático y un atractivo formato para consumir historias en distintas plataformas para una nueva y creciente audiencia.

Los relatos por entregas para un público masivo tienen su antecedente más destacado en la obra de Balzac. Pero muy pronto el cine, con su progresiva popularidad a medida que avanzaba el siglo XX, hizo de los seriales la televisión aún no inventada, especialmente para el público más joven. Ya desde la segunda década de esa centuria, existían series como Fantomas (1913) o Los peligros de paulina (1914), que iniciaron una tradición del cine por entregas semanales que continuaría con una predilección por el western y, en las décadas del treinta y cuarenta, con los célebres seriales de súper héroes y personajes provenientes de los cómics, como Superman, Batman, La sombra, Dick Tracy y Flash Gordon, entre muchos otros.

Pero con la popularización de la televisión en los años cincuenta, las series pasan del cine a este nuevo medio y hacen carrera legendarios títulos como I Love Lucy, Alfred Hitchcock presenta, Dimensión desconocida, Star Treck, MASH y una larga lista que se convirtió en el campo de batalla de la lucha por las audiencias entre las tres grandes cadenas estadounidenses: NBC, CBS y  ABC. Cruzando el Atlántico, la BBC de Londres también consolidó una tradición de producción en esta línea que tuvo una importante difusión e impacto en la audiencia de América Latina.

Una nueva televisión

El punto de inflexión, no solo de las series, sino del negocio y la producción televisiva en general, se da paulatinamente en la década del noventa, cuando la televisión por cable empieza a marcar la diferencia en sus contenidos en relación con la televisión abierta. El caso paradigmático y exitoso de esta transformación es el canal HBO, con series como Los Soprano (1999), Six Feet Under (2001) o The Wire (2002), en las cuales los temas, los personajes y su tratamiento resultaron una verdadera novedad para la televisión. Aunque en realidad, podría decirse que este medio, antes pensado para un público genérico y familiar, se liberó de límites y censuras, invirtió en los valores de producción, buscó audiencias nicho y retomó de la tradición cinematográfica muchas de sus características, empezando por la expresividad de su lenguaje.

Todos estos factores, sumados a la accesibilidad de las nuevas plataformas, como la televisión por demanda, el internet y Netflix, han dado para que se esté hablando de una nueva Edad de oro de la televisión. Pero claro, se trata de una idea que solo toma en cuenta esta suerte de élite televisiva que son las prestigiosas series de los grandes canales (de televisión abierta, cable y online), pero el grueso de la parrilla de la pantalla chica sigue siendo una producción donde reinan los contenidos superfluos, estandarizados y sedientos de cualquier gota que le puedan exprimir al rating, a cualquier precio.

Un nuevo punto de inflexión se ha estado experimentando en los últimos años, especialmente luego de la popularización de Netflix, y por extensión con el consumo de series vía online. Además de la supresión de los cortes comerciales (que tiene una significativa incidencia en la construcción dramatúrgica de los relatos), el gran cambio cualitativo en relación con la televisión tradicional es que ya el espectador no tiene que esperar un día y un horario para poder ver cualquier contenido, sino que tiene a su disposición toda la temporada de una serie, para verla cuando quiera y en la dosis que se le antoje.

Esta posibilidad ha traído consigo una especie de nuevo comportamiento adictivo hacia el consumo de estos productos audiovisuales, pues al no haber límites, hay quienes ven una o varias temporadas de un tirón en un fin de semana. Aunque luego se les venga una larga resaca de abstinencia mientras se estrena la nueva temporada, pero una resaca que pueden aliviar con otra de las tantas series disponibles, igual o más adictivas.

Cine en televisión

La gran oferta y facilidad del consumo doméstico es la base de esta Edad dorada, pero esa disponibilidad de contenidos necesariamente tuvo que estar respaldada por unas características que también hicieran la diferencia con otras épocas de la televisión: el tipo de contenidos, apelar a los géneros, invertir en la producción y la complejidad en la construcción de los personajes y relatos son las más sobresalientes.

Y efectivamente, ver series como  Twin Peaks, Vikings, Juego de tronos, True Detective o Sense 8 es como estar viendo el mejor cine pero en la confortabilidad y la autonomía del hogar. No obstante, este “nuevo cine”, en buena medida, lo que ha hecho es traer los contenidos y valores de producción de la pantalla grande a estas plataformas contemporáneas, por lo que, de cierta forma, se puede antojar reciclado y recurrente para un público más cinéfilo, aunque no para una nueva y cada vez más joven audiencia, que se sorprende y disfruta con esta novedosa ráfaga de contenidos que puede ver desde la cama o el sofá.

A pesar de las innegables cualidades de muchas de estas series, también es necesario cuestionarse por los ingredientes en que basa su popularidad, y hay tres que llaman especialmente la atención, por ser proclives a enganchar de forma fácil y hasta sensacionalista a cualquier espectador: la violencia, el erotismo y los villanos como protagonistas. La más exitosa serie del momento, Juego de tronos, es el mejor ejemplo de esto. En un inventario rápido de los títulos más populares del nuevo milenio, se podría constatar que la mayoría tienen al menos dos de estos tres componentes.

Pero más allá de esta cuestión, así como de la mala manera en que muchas series terminan desfigurándose con el exceso de capítulos y temporadas, esta forma narrativa se está imponiendo con gran fuerza en la cultura popular como un producto intermedio entre el cine y la televisión, con los mejores valores y ventajas de uno y otro medio. Y en este nuevo fenómeno no hay que olvidar el importante papel que las redes sociales están cumpliendo, tanto publicitando las series como en la construcción de un discurso hipertextual sobre sus temas, personajes y universos, lo cual hace que estos relatos no sean solo lo que encierran los cuatro lados de una pantalla, sino una apropiación de los contenidos nunca antes vista, y en eso, especialmente, radica su mayor triunfo sobre cualquier otra forma de contar historias conocida hasta ahora.

Publicado en agosto de 2017 en la revista Visor, No. 7, de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad Pontificia Boliviariana.

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