La Fuga de Alcatraz, de Don Siegel (1979)

El amarillo de la libertad venciendo al gris del concreto

Por: Mario Fernando Castaño Díaz

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En la mañana del 12 de junio de 1962, el guardia de turno pasa su primer control del día a los reos en sus celdas y, al notar que el prisionero Frank Morris no se mueve, abre la puerta y pretende jalarle el cabello para despertarlo, pero no contaba con la inesperada sorpresa de quedarse con su cabeza en la mano. Lo mismo sucedía con los hermanos Clarence y John Anglin, sus cabezas habían sido construidas con yeso, papel maché, pintura color piel y cabello verdadero para burlar a los guardias de la noche, los presos se habían fugado, la alarma suena y comienza el mito.

Localizada en la bahía de San Francisco, se encuentra la que era la prisión más segura del mundo, llamada popularmente La Roca y sus prisioneros como Hellcatraz, pero todo el que haya escuchado o leído su historia la conoce como Alcatraz. Su nombre viene del ave que frecuenta la zona y que es similar a las gaviotas. Antiguamente, en la isla funcionaba un faro y la primera edificación fue construida en 1856 con el fin de proteger la ciudad durante la época de la fiebre del oro; más adelante, se fortificaron sus instalaciones entre 1911 y 1912 como prisión militar para el Ejército de Estados Unidos y fue remodelada en 1933 para recluir a los criminales más famosos y temibles, en donde incluso Al Capone estuvo tras sus rejas.

Muchos fueron los que trataron de huir, pero murieron en el intento, era un reto casi imposible debido a que la construcción más parecía un búnker de piedra, la vigilancia rayaba en lo inhumano, según los testimonios, y el gélido mar, en el que abundaban los tiburones, era cómplice para que de este recinto penitenciario fuera imposible escapar. Sin embargo, en algunas ocasiones el hambre de libertad puede más que la razón y solo estas tres personas lograron alcanzarla, generando un escándalo que puso en jaque el nombre de la prisión y de quienes la custodiaban.

A partir de este hecho los medios comenzaron a teorizar sobre la suerte de los fugados y cómo lograron esta hazaña. El mal nombre a partir de este suceso, los problemas económicos y el deterioro de sus instalaciones, debido a la humedad causada por la sal marina, llevaron a que en 1963 fuera clausurada y se convirtiera en 1971 en un lugar turístico muy visitado y recordado por su infame pasado.

Su historia se ha plasmado en varios escritos, novelas, series de televisión, videojuegos y un gran número de películas que han pasado por el documental en el que se trata el tema dentro de lo histórico y otros en lo sobrenatural; referenciada en la ciencia ficción (Star Trek: Into Darkness, 2013), en el mundo de los superhéroes (X Men: The Last Stand, 2006), películas clase B de terror (Terror on Alcatraz,1986) y en el género de acción como en The Rock (1996), entretenida cinta en la que actuó nuestro querido y desaparecido Sean Connery.

El guionista Richard Tuggle adapta el libro de J. Campbell Bruce en donde se narra con detalle los hechos que desencadenaron la fuga de Alcatraz. Cansado de que los productores y ejecutivos de los grandes estudios rechazaran su trabajo, porque su historia no contenía tramas amorosas y que sus personajes eran aburridos, decide contactar al agente del director Don Siegel, mintiéndole, asegurando que ya había hablado con él anteriormente y que estaba emocionado con el proyecto. El guion llega a manos de Siegel y se lo muestra al actor Clint Eastwood, quien ya había trabajado con él en varias películas, incluida Dirty Harry (1971). Eastwood se interesa en interpretar a Frank Morris, un personaje silencioso, misterioso, parco, inteligente, muy estudiado y que solo entabla una relación amistosa con las personas que para él realmente valían la pena. Comienza así el rodaje de la película La fuga de Alcatraz, esta sería estrenada en 1979 con gran éxito y se convertiría en un clásico del subgénero carcelario y que muchas películas la tendrían en cuenta como una marcada referencia.

Desde el inicio de la cinta se muestra la llegada de Morris a la isla en medio de la tormentosa noche y una inclemente lluvia. Ya el director nos avisa que veremos una historia que no va con los clichés de las películas de acción del momento, ésta sería una en donde la esperanza por la libertad es solo un sueño y se debe sobrevivir según como se den los interminables días con sus noches en una claustrofobia que no solo se percibe dentro de sus frías paredes sino al ver a lo lejos la libertad reflejada en la lejana, y a la vez tan cercana, San Francisco, que en ocasiones se deja ocultar por la niebla.

La trama que casi raya en lo documental logra, con un guion tan bien elaborado que es uno de los mejores de la década de los años setenta, que no se detenga demasiado en los personajes, consiguiendo con sutileza generar la empatía necesaria por ellos sin interesarse en sus crímenes y centrándose en los hechos históricos.

Desde que se gesta la idea de la fuga comienza a funcionar una maquinaria ingeniosa, habilidosa y recursiva que relata con sumo detalle el cómo los que en un principio eran cuatro prisioneros, van dando forma a su plan, comenzando irónicamente desde la oficina del director de la prisión con el robo de un cortaúñas –que Morris habilidosamente esconde en la suela de su zapato– para poder abrir más adelante y, con mucha paciencia, un hueco atravesando la rejilla de ventilación de su celda.

Los personajes que interactúan con el protagonista tienen sutiles apariciones que develan la humanidad intrínseca en la historia y que van en detalles como la definición de la jerarquía en los escalones del patio de recreo, desde los que se ve el icónico puente Golden Gate y en donde Morris a su manera hace amistad con English, líder de los afroamericanos diciéndole que odia a los negros; también está el amor que tiene uno de los prisioneros por un ratón que acoge como mascota; el pintor que ve cómo lo privan de sus pinceles, pinturas y lienzos, todo por un capricho del alcaide; o Lobo, el hombre que acosa insistentemente a Morris, quien en un momento se defiende y le da su merecido, pero no sin obtener los dos un castigo en el bloque D, o al que llamaban los presos the hole o “el agujero”, un lugar carente de la más mínima comodidad, en donde podían pasar semanas en el encierro, la humedad, la inanición y la oscuridad absoluta.

El realismo es fuerte, teniendo en cuenta que la locación es en la mismísima Alcatraz y, a medida que el día de la fuga se acerca y que es adelantado debido a un posible traslado de Morris, el suspenso y la tensión aumentan, mientras nuestros personajes se ven casi atrapados solo por segundos. Y a pesar de que ya se sabe el final por el hecho de ser un suceso histórico, logra en el espectador el nivel de drama suficiente como para que no importe si sus protagonistas son villanos, solo queremos que consigan su tan anhelado deseo.

Su final es abierto como la realidad misma, dejando en la atmósfera un aire fuerte de esperanza, dando a entender que los prófugos lograron su cometido, todo queda en manos de lo que se pueda suponer acerca de lo que haya sucedido con ellos. Es un cierre casi poético, en donde el alcaide, ya derrotado en su orgullo, recoge en la orilla de la isla una flor amarilla que con su color contrasta con el gris concreto visto a lo largo de la cinta. Esta flor era un crisantemo que Morris conservaba como recuerdo de su amigo el pintor, quien los cultivaba en secreto, y cuando los plasmaba en sus pinturas, afirmaba que su significado es algo que no se puede arrebatar y que todos llevamos muy dentro, él no lo dice, pero asumimos que es la invaluable libertad.

El Gran Torino, de Clint Eastwood

Wally “El Sucio”

Por: Oswaldo Osorio

¡Ésta sí es una película de Clint Eastwood! Dirán seguramente quienes crecieron (y envejecieron) viendo al vaquero Sin Nombre de Sergio Leone y al duro policía de Don Siegel. Luego el mismo Eastwood,  como director, continuaría los pasos de sus dos maestros, haciendo películas de individualistas con madera de anti-héroes, definidos por su honestidad y sus principios firmes, aunque muchas veces algo fascistas.

Pero a pesar de que acababa de hacer dos “películas de chicas” (Golpes del destino y El Sustituto) un tanto sentimentales y condescendientes, vuelve a sus viejas andadas con esta cinta impecable en su elaboración y contundente en sus planteamientos.

Sin hacer demasiado alarde, ni visual ni narrativo, el veterano Eastwood encara, delante y detrás de la cámara, una historia tan simple en su argumento como compleja en sus implicaciones. Con su mirada de viejo sabio, pero mascullando en tono recriminatorio y con el lenguaje que conoce, le da una mirada a su querida Norteamérica y a algunos de sus problemas más críticos: la violencia, el racismo y la intolerancia.

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