La Crónica Francesa, de Wes Anderson

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Alejandra Uribe Fernández

Hoy en día, no es descabellado afirmar que Wes Anderson es uno de los cineastas –por lo menos entre los autores activos– con los estilos visuales más reconocibles del mundo. La composición de sus planos, sus paletas de colores, la dirección de arte meticulosamente planeada y la puesta en escena de sus filmes han hecho que el estilo de Anderson haya sido y continúe siendo discutido, analizado, elogiado y hasta parodiado. “La Crónica Francesa” (The French Dispatch, 2021), última propuesta del director estadounidense, no es una excepción en esta muestra fílmica con identidad tan particular. Y es que gracias a, en buena parte, su estructura narrativa, se podría decir que “La Crónica Francesa” es el filme más wesandersoniano de Anderson.

Así pues, hablamos de una película que emula el último número de una revista de sociedad, política y cultura, por lo que tres de sus artículos son representados en lenguaje audiovisual como viñetas, todas unidas por el espíritu de la revista y su director, Arthur Howitzer Jr (interpretado por Bill Murray). “La Crónica Francesa”, tanto la revista como el filme, son, indudablemente, un conjunto de representaciones de la cultura francesa de posguerra hechas a través de los ojos de un estadounidense: a veces en clave de homenaje y admiración; otras veces, en clave de observaciones audaces y jocosas sobre algunos de los clichés galos que han cruzado por varios siglos el Atlántico para llegar al imaginario colectivo norteamericano.

Los periodistas que han escrito los artículos participan de las respectivas viñetas de diferentes formas: como narradores/expositores, en el caso de J.K.L. Berensen (Tilda Swinton); como espectadores con una participación tangencial en el desarrollo de los hechos, como sucede con el periodista culinario Roebuck Wright (Jeffrey Wright) o incluso, como figuras centrales de los eventos descritos, como Lucinda Krementz (Frances McDormand). La naturaleza diversa de estos personajes permite ver de manera clara cómo la película se presenta a sí misma como una carta de amor al periodismo, pero en particular, al representado por la icónica revista semanal The New Yorker, que, a lo largo de su historia, se ha interesado menos en la noticia rápida y más en el comentario a profundidad, el vis-à-vis entre escritor y sujeto, y la experiencia cercana y contada con detalle.

La idea de ser una revista fílmica es ingeniosa y todos los detalles que esto conlleva –como los cambios constantes de blanco y negro a color como una forma de representar las diferentes pagínas de una revista y los múltiples tableaux vivants que emulan fotografías de los hechos narrados– son realizados con todo el cuidado estético que ha de esperarse de Anderson. El hecho de que se trate de cuatro viñetas diferentes invita a crear pequeños mundos visuales llenos de detalles para cada una de ellas, los cuales, a su vez, están llenos de referencias concienzudas a figuras clave del cine francés como Jean-Luc Godard, Jean Vigo, François Truffaut, Jacques Tati, Henri-Georges Clouzot, Julien Duvivier y Jacques Becker. Lo anterior es una de las varias razones para afirmar que “La Crónica Francesa” es, tal vez, la cumbre de la trayectoria estilística del director. Sin embargo, el formato de viñetas dificulta la profundización en los personajes, una verdadera conexión emocional y la creación de una experiencia que trascienda el mero goce estético.

Si bien los grandes despliegues visuales, como ya se ha advertido, no son nuevos para Anderson, otros de sus filmes han contado con historias más robustas, que permiten un fuerte sentido de inmersión e identificación por parte del espectador, como es el caso (sólo por mencionar unas pocas) de ”Los excéntricos Tenenbaum”, “Un reino bajo la luna” o “El Gran Hotel Budapest”. Por el contrario, “La Crónica Francesa” cuenta con tantas variaciones, cambios narrativos y personajes, que es fácil perder el hilo y sentirse abrumado por detalles, información o puntos de quiebre en las múltiples tramas. En cierto punto, incluso, la película se torna en un desfile de grandes actores –muchos reconocidos por trabajos anteriores con Anderson– que aparecen fugazmente por pocas escenas para nunca más volver y sólo dejar con su partida la pregunta sobre la razón de ser de los personajes que representaron.

Realmente es un despropósito condenar el interés que un autor puede llegar a tener por el aspecto estético, por los elementos visuales, las manifestaciones sonoras, el diseño de producción y otros elementos de gran impacto. Después de todo, y como ya se mencionó, Wes Anderson ha ganado su puesto en el universo cinematográfico mundial gracias a su preocupación por la forma, pero en cierto punto, y en particular al ver “La Crónica Francesa”, puede ser inevitable preguntarse por el equilibrio entre el interés en los formalismos y el fondo.

Y es que, en varios momentos, este magnífico despliegue estético opaca los eventos reales de la historia francesa que inspiraron a la película. Las alusiones al Mayo del 68 o el ascenso y particularidades del arte moderno y el mercado de las artes visuales pudieran tener un mayor protagonismo y su representación podría cargar más fuerza, más allá de depender de la forma por la forma.

Por otro lado, el firme compromiso de construir a “La Crónica Francesa” como una revista audiovisual conlleva a veces un discurso pesado, diálogos largos, literarios con uso de palabras floridas y de escasa aparición en el lenguaje oral. Esto se ve plasmado de manera literal en la viñeta protagonizada por Jeffrey Wright, en la cual su personaje pronuncia de memoria todas y cada una de las palabras que componen el artículo que escribió varios años atrás.

Al finalizar la proyección y mientras aparecen varias portadas de “La Crónica Francesa” que emulan grandes hits de The New Yorker, surgen varios interrogantes, todos los cuales pueden ser resumidos en la intención de Anderson y las ideas dramáticas transmitidas por toda su puesta en escena. ¿Anderson se ve ahogado por sus propios formalismos? O, como entendemos con la máxima enunciada por Howitzer Jr. en varios puntos del filme –“sólo intenta que suene como si lo hubieras escrito así a propósito”–, ¿es “La Crónica Francesa” un torbellino salvaje de referencias, detalles, formas, técnicas, palabras y actores porque sólo así puede y debe ser?