Westworld, de Jonathan Nolan y Lisa Joy

La ética con las máquinas

Oswaldo Osorio

westworld

En esta que están llamando una época dorada de la televisión, gracias principalmente a las series, uno de esos programas que está contribuyendo a este nuevo esplendor es Westword (2016 – 2018), el cual está basado en un clásico del cine dirigido por Michael Crichton en 1973 y protagonizado por Yul Brynner. Su gran atractivo inicial es el contraste entre los dos géneros cinematográficos que combina, la ciencia ficción y el western, un viaje constante de un mundo a otro donde la premisa básica es poner en entredicho la ética del ser humano. 

Acaba de terminar la segunda temporada por el canal HBO y el desarrollo de estos veinte capítulos pone a prueba la inteligencia y capacidad de comprensión del espectador, pues su trama e implicaciones filosóficas y éticas cada vez se hacen más complejas (aunque por momentos también complicadas y hasta confusas) porque no se trata simplemente de unos disparándose a otros o de la mera confrontación entre humanos y robots, se trata de un laberinto argumental con varias subtramas, muchos protagonistas, densidad en sus temas y conflictos fuertes que dan paso a otros de mayor complejidad y que están dentro de otros aún más trascendentales. Una competencia entre cuál mundo es más cruel o descarnado, si el real en el presente o el artificial ambientado en el pasado.

En un parque de diversiones con temática del viejo oeste, la gente con dinero va a realizar sus fantasías, desde las más inocentes, como vestir de acuerdo a la época y vivir una temporada en el lejano oeste, hasta las más perversas, como fornicar con una prostituta y luego matarla a tiros o puñaladas. Es un mundo de máquinas que fue hecho para eso, para que ese tipo de comportamientos no tengan ninguna consecuencia moral, porque si lo que se asesina es una máquina, por más que sea una exacta copia de un humano, eso no implica ninguna falta a la ley o a la moral, en otras palabras, no es asesinato.

Los problemas llegan cuando aparece la posibilidad de la consciencia en estas máquinas y, con ello, la pregunta de siempre que se ha hecho la ciencia ficción con respecto a la inteligencia artificial: ¿Cuándo un androide toma consciencia de su ser y su existencia o del dolor y la posibilidad de su propia muerte, deja de ser una simple máquina y se inviste de humanidad? Justamente la película de Crichton es uno de los primeros referentes de este planteamiento, aunque 2001: Una odisea espacial (Stanley Kubrick, 1968), cuando HAL 9000 implora por no ser desconectado y trata de cantar una tonada que le enseñó su creador, es un antecedente más conocido. Y de ahí en adelante, con el referente aún más sólido y complejo de Blade Runner (Ridley Scott, 1982), el cine de ciencia ficción ha tenido este como uno de sus temas capitales y mejor explotados en términos argumentales y reflexivos.

A partir de esta pregunta como premisa, entonces, se desarrolla la primera temporada, que en esencia es (y aquí empiezan los espoilers) la rebelión de las máquinas, que son los anfitriones, y el caos que esto trae al parque de diversiones, a los huéspedes y a los dueños. Esa rebelión es liderada por dos mujeres (un signo de los tiempos que vive Hollywood, sin duda), cada una por su cuenta y a su distinta manera, pues mientras Dolores lo hace a sangre y fuego, Maeve lo hace más desde la emoción y el control mental. Son dos subtramas que corren paralelas a la del hombre de negro, quien anda en una búsqueda existencial  que se extiende a la esencia misma de la trama, y a la de sus creadores, quienes tienen insospechados planes para el parque, los anfitriones y hasta los huéspedes.

La segunda temporada es la confrontación abierta entre hombres y máquinas. Pero es una confrontación que va a la par con profundas reflexiones sobre cuestiones como la identidad, la consciencia, el sentido de la existencia, el paso del tiempo, la coexistencia de mundos paralelos, la conexión emocional como esencia de la humanidad, la ambición corporativa, los lazos familiares y hasta la posibilidad de copiar el espíritu humano.

En esta segunda temporada se dan el lujo (o corren el riesgo) de ocupar dos capítulos enteros a digresiones que toman a un solo personaje (el del indio) o a una sola subtrama (el de los samuráis) dejando de lado todo el complejo argumento y a los demás personajes. Y este riesgo valió la pena, porque fueron capítulos que le dieron sustento a los sorprendentes y todavía más elaborados giros y conflictos que se desarrollaron hacia el final y que quedaron planteados para la siguiente temporada, anunciada para 2019.

Westestworld, además de ser una de las series más premiadas de los últimos años y la más vista en HBO, se trata también de una perfecta combinación entre toda la acción y visualidad propias de estos géneros cinematográficos y la capacidad de la ciencia ficción de poner en juego reflexivos y hondos temas a partir de las tramas y universos que crea.

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