Los resabios de la edad

Por: Chepe

Foto: Jaime Pérez.

Mi abuelo era caprichoso, intenso, voluble y por momentos un poco descoordinado en su forma de actuar. Caminaba lento, pero no por alguna enfermedad de artritis u ósea, caminaba así porque quería y según él, le daba la gana.


A veces, y pese a la gran atención que le prestaban todos en la familia, recurría a dolores inventados que pronto se le pasaban ante cualquier antojo. Sin explicación alguna, tras una noche de insoportables lamentos, al otro día, se levantaba como quien no ha pasado nada y desvirtuaba cualquier asomo de dolencia.  Sin embargo, era el abuelo, el de más experiencia y el que con cada frase mostraba lo importante que era para todos. El alma de la familia, el amor hecho experiencia.

Pero no quiero con esto decir que mi abuelo sólo se quejaba y hacía el papel de víctima. Lo que compartí en mi niñez con él no tiene explicación. Como siempre pasa en nuestras familias antioqueñas  nos hicimos buenos amigos desde que apenas daba mis primeros pasos. Me llevó de la mano por inconfundibles caminos bienaventurados y depositó en mí valores que tendré en cuenta hasta que me vaya a la tumba.

Así mismo, me brindó muchas sonrisas y me hizo llorar de felicidad con cada unas de sus ocurrencias. Al final, como dice la canción, “la edad se le vino encima”, pero ha dejado el legado en cada uno de sus descendientes para que con mucho esfuerzo y lucha se logren las metas que cada uno tiene presupuestadas.

La edad, la experiencia y los achaques, hoy después de recordar la muerte de ese ser querido, me ubican en una tribuna  que se ha venido a menos gracias a la actuación de un equipo que camina lento porque quiere, que se queja irremediablemente y que a pesar de que  goza de muy buena salud, tiene dolencias que quieren presentar como casuales.

Todos pendientes de un enfermo  sano. Brille el sol o derrame sobre nuestros cuerpos sus sagradas gotas de agua San Pedro, allí estamos siempre pendientes de un equipo resabiado, voluble y con una excusa a flor de labios por si hay que persuadir.

Un día sí, el otro no. Es inevitable, como lo hacía con mi abuelo, sufrir la transgresión de aquellas épocas en que, como una familia, no desfallecíamos ante las dificultades. Todos para el mismo lado pese a la oscuridad. Una y otra vez tomábamos la bandera del amor propio y surgíamos como el  Ave Fénix entre las cenizas, sin importar lo que había de recompensa, sólo que éramos felices y estábamos juntos.

Hoy la vida me ha demostrado que aquel  adulto que queremos, que apoyamos y que siempre acompañaremos, tiene achaques, resabios y ante todo una enfermedad, la enfermedad de olvidar a sus antecesores, cosa que no haré con las enseñanzas de mi abuelo.

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