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Héctor, Luis y Rafael, la historia de los tres hermanos enterrados en una fosa común que el CICR devolvió a su familia

El CICR recuperó los restos óseos de tres hermanos que fueron enterrados en una fosa clandestina en el Nudo del Paramillo luego de ser asesinados por las Farc. El pasado viernes se los entregó a su madre y sus hermanos, quienes esperaron 15 años para tenerlos.

  • En junio de 2021, los familiares de Héctor, Luis y Rafael viajaron hasta el Nudo del Paramillo para la exhumación de los resto óseos de sus hermanos. FOTO: Cortesía CICR
    En junio de 2021, los familiares de Héctor, Luis y Rafael viajaron hasta el Nudo del Paramillo para la exhumación de los resto óseos de sus hermanos. FOTO: Cortesía CICR
  • Ana Ruiz, madre de Héctor, Luis y Rafael, los tres hermanos enterrados en una fosa clandestina en el Nudo del Paramillo. FOTO: Cortesía CICR
    Ana Ruiz, madre de Héctor, Luis y Rafael, los tres hermanos enterrados en una fosa clandestina en el Nudo del Paramillo. FOTO: Cortesía CICR
  • Los restos óseos de los tres hermanos enterrados en una fosa común, fueron entregados a sus familiares por el CICR. FOTO: Cortesía CICR
    Los restos óseos de los tres hermanos enterrados en una fosa común, fueron entregados a sus familiares por el CICR. FOTO: Cortesía CICR
  • Rober, el hermano de Héctor, Luis y Rafael, llevó los restos óseos al cementerio en el que permanecerán en una tumba digna. FOTO: Cortesía CICR.
    Rober, el hermano de Héctor, Luis y Rafael, llevó los restos óseos al cementerio en el que permanecerán en una tumba digna. FOTO: Cortesía CICR.
06 de octubre de 2023
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El pedazo de selva que albergó por 15 años los cuerpos de los hermanos Héctor, Luis y Rafael, hoy es un campo santo. Allá en las profundidades del Nudo del Paramillo, entre Antioquia y Córdoba, donde la guerra se libró con la espesura de la manigua como cómplice, reposa una cruz de madera, varios manojos de flores blancas, y las lágrimas de la familia Pastrana Ruiz que por 5.629 días esperaron, lloraron, rogaron y volvieron a esperar un regresó que nunca llegó, por lo menos, no como lo imaginaban.

Ese terruño de tierra ocre, ahora santo, fue una fosa común abierta a pico, pala y machete en el 2008. Está junto a árboles frondosos que protegieron por años de la lluvia y el sol a ese sepulcro clandestino, y un palo de teca es la señal inequívoca que por años Robert, otro de los hermanos, se esforzó en mantener intacto para no perderles el rastro a sus tres seres queridos enterrados allí luego de ser fusilados por las Farc.

Ana Ruiz, madre de Héctor, Luis y Rafael, los tres hermanos enterrados en una fosa clandestina en el Nudo del Paramillo. FOTO: Cortesía CICR
Ana Ruiz, madre de Héctor, Luis y Rafael, los tres hermanos enterrados en una fosa clandestina en el Nudo del Paramillo. FOTO: Cortesía CICR

Ese 2008, los tres hermanos llegaron a esas tierras lejanas con el sueño vivo del campesino empeñado en buscar un futuro sin las preocupaciones y afugias que trae la escasez. Se adentraron en esa tierra hostil a buscar trabajo, pero se encontraron con la rudeza y frialdad del grupo armado ilegal que los sentenció a muerte solo por ser desconocidos en el caserío El Venado y sus alrededores, en Tierralta (Córdoba).

“Para mí es un lugar santo. Dejamos allá una cruz porque en ese sitio estuvieron sus cuerpos trece años. Fue muy doloroso, pero la diferencia es que ahora están en su tierra. Ahora van a estar en el cementerio que es donde deben estar todos nuestros cuerpos cuando partamos de este mundo, un lugar santo. Esto era algo que deseábamos ver, que ellos tuvieran ese entierro digno”, expresó Patricia Pastrana Ruiz, hermana de Héctor, Luis y Rafael.

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Una premonición

El 24 de diciembre de 2008, el primero sin los hermanos Pastrana Ruiz en la casa, Ana Ruiz vivió una premonición. Su corazón de madre llevaba meses rogándole al cielo que le diera una señal divina para encontrar a sus hijos; pero el cielo, a veces esquivo, se negaba a responderle.

Fue solo hasta ese día que sus plegarias obtuvieron una respuesta. Era de noche. Ana se encontraba recostada en su cama presa de la tristeza que traen las ausencias en Navidad. De repente “sintió una presencia”. Creyó que estaba dormida y se sentó. En medio de la oscuridad del rancho, ambientado por el sonido de las chicharras, Ana divagaba aturdida hasta que escuchó la voz de Luis.

“No quiero que llores ni estés triste mami. Yo sé que siempre pasamos 24 y 31 juntos, pero este año no nos esperes, porque no vamos a llegar porque a nosotros nos mataron”.

Desvelada por aquella revelación, Ana, una matrona morena y robusta, de cabello negro y ojos alargados, se levantó en la alborada del 25 de diciembre después de escuchar la voz de su hijo y corrió hasta un potrero. Se arrodilló como otras tantas veces. Agachó su cabeza, juntó sus manos y clamó al cielo por una señal divina que le confirmara lo que susurró la voz la noche anterior.

Sentí que alguien me sopló el brazo derecho, recuerda Ana. Dio gracias a Dios y sintió un alivio, no de alegría, como dice la mujer, sino de tranquilidad, de calma. Desde ese día sus peticiones cambiaron y ahora solo pedía al cielo encontrar los restos de sus tres hijos.

Los restos óseos de los tres hermanos enterrados en una fosa común, fueron entregados a sus familiares por el CICR. FOTO: Cortesía CICR
Los restos óseos de los tres hermanos enterrados en una fosa común, fueron entregados a sus familiares por el CICR. FOTO: Cortesía CICR

***

Los primeros años de búsqueda de Héctor, Luis y Rafael solo trajeron frustraciones y la rabia de no saber de ellos a la familia Pastrana Ruiz. Rober, el mayor de los hermanos, se encargó de iniciar la búsqueda y después fue seguido por los demás miembros de la familia. Sin la habilidad de un investigador, pero con la experticia de un cazador que busca a su presa, empezó a juntar los pedazos de esa historia fragmentada, alimentada por el miedo de las personas que sabían algo de los tres hermanos pero que no se atrevían a decirlo por miedo a correr la misma suerte y morir bajo el tiro ensordecedor del fusil guerrillero.

Rober viajó una y otra vez al caserío. Preguntó por ellos. Recorrió los mismos caminos y se tomó algunos tragos en la misma cantina en la que sus hermanos bebieron la última vez antes de ser sacados a la fuerza por las Farc. Allí conversó con algunos habitantes de El Venado.

Con cada viaje aumentó la frustración, y la impotencia de no obtener información le doblegó muchas veces el espíritu, pero no se rindió. Un día se le ocurrió la idea de hacerse pasar por un funcionario del Gobierno y volvió a El Venado. Esta vez, todo sería diferente. Una mujer que lo vio en este viaje y que lo había visto en los otros, se le acercó y le dijo que no le mintiera, que él era igualito a los hermanos desaparecidos, que le iba a ayudar a encontrarlos.

“Lo que hice para buscarlos lo hice porque me nació, no quería que mi mamá estuviera preocupada, había que encontrarlos a ellos y ella quería saber qué había pasado, fueran vivos o muertos”, dice Rober.

Las primeras pistas lo llevaron a internarse en lo más profundo del Nudo del Paramillo. Fueron horas y horas a lomo de mula desde el caserío. Atravesó valles, montañas y ríos para llegar hasta el terreno que las Farc dispusieron para enterrar clandestinamente a sus hermanos.

Rober dispuso todo para acordarse cada vez que quisiera saber dónde estaban enterrados los de su sangre. Con la información que pudo conseguir en tantos años de búsqueda tocó puertas, habló con funcionarios, les gritó a los gobiernos de turno su tragedia, contó su historia una y otra vez. Nunca obtuvo una respuesta.

Pero en el 2018 el cielo volvió a ser benévolo con él, con su madre Ana y con sus hermanos, no fue esquivo y en su camino apareció el Comité Internacional de la Cruz Roja, CICR.

Rober, el hermano de Héctor, Luis y Rafael, llevó los restos óseos al cementerio en el que permanecerán en una tumba digna. FOTO: Cortesía CICR.
Rober, el hermano de Héctor, Luis y Rafael, llevó los restos óseos al cementerio en el que permanecerán en una tumba digna. FOTO: Cortesía CICR.

Llorar a sus muertos

Bajo un techo de paja y en medio de un salón de piso de tierra ambientado por el canto de los gallos que parecían un canto fúnebre, fue dispuesta una mesa adornada con flores, un mantel a cuadros y cuatro velones. Sobre esta, tres cajones de madera color café oscuro contenían los despojos mortales de Héctor, Luis y Rafael.

Las fotografías acompañaban cada ataúd con olor a tintilla, y un hombre vestido de negro, con biblia en mano, les leía un pasaje del evangelio de San Juan. “Y Martha dijo: Señor, si hubieses estado aquí mi hermano no hubiera muerto...”

Frente al altar improvisado, Ana recordó la noche en que Luis le habló, y la mañana siguiente cuando pidió de rodillas a Dios que le permitiera recuperar sus cuerpos. Y ahí los tenía, frente a ella. Pero no estaba sola. Sus hermanos, tíos, primos, sobrinos y hasta algunos hijos la acompañaban a través de video llamadas.

“En el momento en que llegaron y los pusimos ahí en la mesa fue muy duro, porque uno no quiere recibir a un familiar de esa forma y después de tantos años, menos. Como ya sucedió todo hay que aceptarlo, fueron muchos momentos compartidos, se vienen mil recuerdos a la mente y al final eso es lo que queda”, dijo Rober.

Después de velarlos y recordarlos, el pasado 29 de septiembre Ana, Rober, Patricia, y los otros seres queridos de Héctor, Luis y Rafael pudieron llorar a sus muertos. Los acompañaron en procesión familiar hasta el cementerio del corregimiento Arenoso, en Planeta Rica, Córdoba. Les pusieron flores blancas y les dieron el último adiós. Ahora sus tumbas tienen un nombre, ya no son NN ni sus cuerpos descansarán en lo más profundo de la selva, en una sepultura clandestina y sin dolientes.

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