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Las heridas aún no cicatrizan tras dos años de la tragedia de Fundación

  • La estatua del Ángel, que representa a los 33 pequeños fallecidos en el municipio de Fundación aquel 18 de mayo de 2014. Fotos /Jonathan Ardila Hoy Diario de Magdalena
    La estatua del Ángel, que representa a los 33 pequeños fallecidos en el municipio de Fundación aquel 18 de mayo de 2014. Fotos /Jonathan Ardila Hoy Diario de Magdalena
  • A la salida del cementerio un desvencijado cartel recuerda quienes son los ‘angelitos’ del municipio de Fundación. Foto: Jonathan Ardila Hoy Diario de Magdalena
    A la salida del cementerio un desvencijado cartel recuerda quienes son los ‘angelitos’ del municipio de Fundación. Foto: Jonathan Ardila Hoy Diario de Magdalena
  • Parte del grupo de estudiantes que compartieron con los menores fallecidos en el incendio del bus, en el municipio de Fundación. Foto: Jonathan Ardila Hoy Diario de Magdalena
    Parte del grupo de estudiantes que compartieron con los menores fallecidos en el incendio del bus, en el municipio de Fundación. Foto: Jonathan Ardila Hoy Diario de Magdalena
18 de mayo de 2016
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Las heridas más profundas son las que más tardan en cicatrizar. Es precisamente este el sentimiento que, tras dos años, se condensa en la memoria y el corazón de quienes perdieron -aquel fatídico 18 de mayo de 2014- a 33 pequeños niños que, tras salir de un servicio religioso, se disponían a llegar a sus casas. Una llegada que nunca se produjo: la muerte los alcanzó primero.

Hoy, 730 días de aquella tarde del horror, en Fundación se percibe la calma y el sosiego que, de alguna manera, brinda el pasar del tiempo. El comercio y la población viven su día como de costumbre, con el ajetreo propio de un municipio con 82.532 habitantes que están entregados a sus labores: a estudiar, a trabajar, a luchar.

Mientras en el centro los comerciantes pugnan por vender mejor sus productos y los mototaxistas se le ofrecen a todo quien pasa por la calle para transportarlo, a unos tres kilómetros, siguiendo la vía a Valledupar, un grupo de hombres trabaja desde primera hora para limpiar la maleza que se ha posado sobre una hilera de jardín. El paso del rastrillo, el corte del monte con machete y el rechinar que genera la rueda de una carretilla al cruzar la vía, son los únicos ruidos que se escuchan allí. Es el monumento construido para conmemorar la tragedia de los niños; es justo el lugar donde el desvencijado bus empezó a ‘prenderse’.

Quienes trabajan tienen semblantes atribulados. Están todos en silencio. Al preguntar quiénes eran la respuesta explica el estado: son padres de los menores fallecidos que, de forma voluntaria, han madrugado a limpiar la estatua y sus alrededores, compuesto de una floreciente zona verde con 33 pequeños pinos que simbolizan los 33 fallecidos. En el centro, una estatua con la relación de los nombres. Encabeza la estructura, un ángel sentado que apoya sus manos en un pilar.

Del grupo, solo uno prefiere hablar en medio de las labores. Es Alexander Martínez Tapia, padre de Keisi Yohana Martínez Escobar de cuatro años de edad y de Juan Diego Martínez Escobar, de tan solo dos años. Desde el día anterior, comenta, está arreglando tanto la zona de conmemoración (en lo que se conoce como el barrio Altamira) como la tumba donde reposan los restos de sus hijos.

Cuenta Martínez que su participación en la limpieza del monumento se basa en que el sitio donde murieron sus dos hijos es sagrado. “Como usted puede ver, esto es sagrado para nosotros, y nuestros hijos aquí perdieron la vida y para nosotros es obligatorio estar en esto porque estoy seguro que la Alcaldía no hubiese mandado a hacer nada de esto”.

Sin embargo, no lo dice desde el desdén. “Para mí no es nada, porque para mí es alegría limpiar el lugar donde nuestros hijos perdieron la vida”.

Este hombre recuerda que aquél día se encontraba trabajando como jornalero en una finca. Al conocer lo ocurrido “vine hasta acá, pues nos avisaron ya que otro compañero que trabajaba allá tenía una hija que había fallecido, pero ya todo estaba perdido”.

Alexander siente que el tiempo no ha pasado, pero que la amargura que produce la pérdida de sus dos hijos se ha ido añejando con el transcurrir de los años. “Para nosotros va a seguir siendo el mismo tiempo como si no hubiese pasado los que nos pasó, pues el tiempo no se cambia. Seguimos viviendo con el mismo vacío, pero la vida sigue y hay que seguir para adelante por los que nos quedaron”, puntualiza.

A este hombre le sobreviven dos hijos. A pesar del sufrimiento que acumula y que, al menos ante el equipo periodístico de este diario no exterioriza, trata de seguir adelante por su familia la cual ha estado más unida ante la adversidad. “Ojalá se haga justicia y que esto sirva para algo”, dice con un atisbo de debilidad por el recuerdo.

A la salida del cementerio un desvencijado cartel recuerda quienes son los ‘angelitos’ del municipio de Fundación. Foto: Jonathan Ardila Hoy Diario de Magdalena
A la salida del cementerio un desvencijado cartel recuerda quienes son los ‘angelitos’ del municipio de Fundación. Foto: Jonathan Ardila Hoy Diario de Magdalena

El cementerio

Del lugar de la tragedia al cementerio donde reposan los restos de 29 de los 33 niños y uno de los adultos fallecidos mientras salvaba la vida de los menores en Fundación hay 3 kilómetros de distancia. Parecieran pocos hasta que se emprende, en un motocarro, un incómodo viaje por carretera destapada, llena de piedras, que en el invierno se convierte en un barrial.

De las casas de madera con latas de zinc se destaca, al fondo, una coraza de concreto bien trabajada. Es el cementerio del municipio que fue terminado justo en las épocas que ocurría la tragedia de los 33 niños. Al entrar, solo se evidencia el movimiento de un grupo de trabajadores que, a contrarreloj, tratan de arreglar el plafón del techo de la capilla para la liturgia de mañana. Del resto, sólo un silencio interrumpido por David Pedroza, encargado de cuidar por turnos el camposanto.

Aunque es nuevo en el cuidado del cementerio, cada día que ha pasado desde su ingreso ha sido una experiencia particular con el mausoleo de los menores. No puede pensar en nada cuando observa la tristeza de las madres y los padres que se posan en las tumbas. “Le soy sincero, yo me siento privilegiado porque estoy aquí donde están estos niños. He cambiado mi punto de vista sobre muchas cosas, incluso sobre el cuidado de un sitio como un cementerio”.

Durante su jornada, pasa largos momentos cerca al sector donde reposan los cuerpos de los niños. Algunas veces, pasa un trapo para limpiar, procurando no borrar algunos mensajes que, con marcador borrable, dejan los familiares durante las visitas. “Te amo mi rey, al igual que tu hermano me haces mucha falta. Están bien, lo sé, pero mi corazón sigue vacío sin ustedes. Los amo, viven siempre en mi corazón y siempre están presente en mi mente”, se logra leer en la tumba de Lucas José Rocha Torregrosa, de cuatro años y que falleció junto a su hermano Breinner.

“A mí esto me produce algo que no alcanzo a entender. Yo le pido a Dios discernimiento para que pueda entender por qué sucedió este acto, pues creo que esto fue una fuerza anormal que se ensañó contra estos niños. No sabemos el motivo, por eso nos ponemos a pensar sobre este asunto”, dice el celador al ver los mensajes de cariño en cada uno de los espacios, decorados –muy probablemente- como les gustaría a los pequeños: las niñas, con flores, figuras de mariposas y princesas de cuentos de hadas; los hombres con muñecos, figuras de autos y stickers de sus series favoritas. Todos, salvo una excepción, con flores multicolores, de todos los tamaños y proporciones.

Parte del grupo de estudiantes que compartieron con los menores fallecidos en el incendio del bus, en el municipio de Fundación. Foto: Jonathan Ardila Hoy Diario de Magdalena
Parte del grupo de estudiantes que compartieron con los menores fallecidos en el incendio del bus, en el municipio de Fundación. Foto: Jonathan Ardila Hoy Diario de Magdalena

La escuela de los niños

Cerca al lugar donde el bus ardió en llamas ante el estupor de una sociedad que, nunca en su vida, había presenciado una tragedia de ese tipo, está la sede ‘Antonio Nariño’ del Institución Educativa Departamental Fundación. En ese colegio, invadido por cientos de voces de niños que corren y juguetean mientras las profesoras, en el afán de atajarlos se desesperan, estudiaba un grupo significativo de los niños que perecieron. En uno de los salones, el recuerdo de los 33 pequeños permanece en forma de cuadro. Los menores observan un montaje donado por un colegio del cercano municipio de El Retén. Algunos escolares señalan las imágenes para indicar que él o ella, ahora desaparecidos, eran sus primos o sus conocidos. “Yo lo conocía”, se le oye decir a lo lejos a un inquieto niño.

En el marasmo diario que implica poner en pie un colegio rural, una docente llama la atención: Carmen Montenegro Rada, profesora de grado primero, quien tiene un semblante triste y alicaído.

Al abordarla, dice que su expresión nace de haber perdido a cuatro de sus alumnos durante el incendio: Manuel Johan Hernández Castro de 5 años; Kendry Janeth Bonett Meza y Claudia Melisa Meza Molina de 8 años junto con Andrea Carolina Quintero Cantillo de tan sólo 6 años.

Al mencionaros la voz se entrecorta. “Recordarlos es muy duro, esto no es muy fácil”, dice la veterana educadora. Montenegro recuerda a Andrea Carolina de forma especial. “Es la que más me martiriza, pues era muy noble. Yo siento que sentiría en ese momento, bastante duro. Apenas lo estoy superando, eran mis cuatro pequeñitos que en estos momentos estuvieran haciendo tercer año de primaria”.

La docente recuerda que la última vez que los vio fue el miércoles 14 de mayo de 2015. Los maestros habían organizado un paro y habían enviado a los estudiantes a sus casas. “Nosotros regresaríamos el lunes, el domingo fue el siniestro y fue muy duro cuando empezaron las noticias y empezamos a escuchar los nombres de cada uno de ellos no tuve valor de venir hasta acá. Todavía es el momento y ha sido muy duro”, afirma entre lágrimas.

Hasta el día de hoy, asevera, no sabe quién tiene la culpa de lo ocurrido. “Siento que no hay ninguna explicación. Si decimos que el culpable es el chofer es mentira, si decimos que el culpable es el pastor, tampoco es así, porque nadie va a querer que suceda esto, sobre todo el pastor que perdió a su hija. Yo pienso que no podemos decir que fulano o mengano es culpable”.

Un drama eterno

En alguna oportunidad, el escritor francés François Mauriac, ganador del Nobel de Literatura en 1952, escribió que “la muerte no nos roba los seres amados. Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo”. La frase cobra sentido ante Sandra Quintero y Rosa Cantillo, madres de Sherrelis Dayana Terraza, Edinson Terraza y Michelle Quintero junto a Andrea Carolina Quintero, respectivamente.

Estas mujeres atesoran el recuerdo de sus hijos. No los olvidan, no pueden permitírselo, pues el día que lo hagan realmente ellos estarán sepultados y nunca recordados.

Para Sandra Quintero –quien para su fortuna uno de sus hijos sobrevivió a la catástrofe- tras dos años de una inesperada y nunca deseada partida, “sólo nos queda vivir de recuerdo, pero de ello no se vive pues tener un recuerdo no es lo mismo que tenerlo aquí, pero solo nos queda eso. Es difícil pues pueden pasar miles de años, pero la ausencia de un hijo nunca se va a superar”.

Ella se enteró por los gritos de su hijo sobreviviente, que puso en alerta a todo el barrio Altamira cuando las llamas se apoderaban del vehículo.

Lo mismo piensa Rosa Cantillo. La mujer, que se ve fuerte ante el recuerdo, rememora que ese día como nunca sus hijas le dijeron que iban a lavar “los chismes”. Es la hora y todavía no logra comprender qué pasó.

“Si esa buseta no era de gasolina, porque le echaron, y porque la manipularon (...) tras estos dos años, con todo lo ocurrido, nos queda todo, hoy es un día triste para mí pues Andrea Carolina cumplía el 15 de mayo y eso es muy duro, porque ella todos los 15 de mayo me recordaba que estaba de cumpleaños. Esta desgracia acabó con nuestros niños y esto es muy duro para nosotros, es increíble estarlos recordando todos los días cuando ve las calles tristes, vacías”, dice llorando esta mujer, que tiene claro una cosa: el dolor de sus hijos, por más indemnizaciones y homenajes que reciba jamás se extinguirá; de la misma forma que aquel fuego que consumió a 33 niños no vislumbraba, aquel domingo, su sofoco.

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