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El Nobel de Paz que hizo la guerra y la ganó negociando

  • El presidente Juan Manuel Santos se convirtió esta semana en Nobel de Paz. Sus colaboradores dicen que ese premio no estaba entre sus apuestas política. FOTO colprensa
    El presidente Juan Manuel Santos se convirtió esta semana en Nobel de Paz. Sus colaboradores dicen que ese premio no estaba entre sus apuestas política. FOTO colprensa
09 de octubre de 2016
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El presidente Juan Manuel Santos dijo seis veces thank you en un minuto y 42 segundos. Eran las 4:00 de la mañana. La llamada desde Oslo lo sorprendió y Santos no habló inglés con la fluidez con la que le peleaba a su mamá Clemencia cuando estaba pequeño. Tenía voz de dormido, no estaba preparado para cambiar de idioma. Ni para nada más. Trastabilló. Se enredó, se volvió a enredar y remató con otro thank you. El Nobel nunca soñó con ser Nobel.

A Santos le gustan los perros. Fue hippie. Se casó dos veces. Prefiere comer frijoles y chicharrón al almuerzo. En los aviones lee a Churchill. En su casa lee a Churchill. Le gusta tocar la gaita. A su mamá le divertía vestirlo igual que a sus hermanos Enrique, Luis Fernando y Felipe. Es paciente. Es introvertido. Todos lo saben: le cuesta mucho acercarse a la gente. No le va tan bien en las encuestas. El periodismo fue el mejor camino hacia la política. Es pacifista, pero ha sido el ministro de Defensa que mejor, sí, mejor ha hecho la guerra.

Santos es un amante del póquer y un apostador firme. Eso lo cuenta Cristian Rojas, politólogo de La Sabana, quien dice que esas habilidades en el juego se han visto en su gobierno. “Está claro que puso las fichas en un solo número y se lanzó con sus mejores cartas en la mayor apuesta de su vida: el plebiscito. Perdió. Su castillo de naipes parecía derrumbarse, pero jugó bien las pocas cartas que le quedaban y tendió la mano a sus enemigos. Logró mantenerse en la mesa y pasó la resaca por la gloria personal, que llegó con el Nobel”.

Rojas dice que una de las habilidades de Santos como jugador de póquer es que sabe blofear, fanfarronear. “Por eso ha sido ministro en el gabinete de César Gaviria, de Andrés Pastrana y de Álvaro Uribe. Su habilidad camaleónica le permitió pasar de los duros dardos contra Hugo Chávez a considerarlo su ‘nuevo mejor amigo’, o dejar de ser escudero de Uribe para ser su peor enemigo. Siempre fiel a su frase ‘solo los imbéciles no cambian de opinión cuando cambian las circunstancias’”.

Entre las cualidades que según el profesor Rojas tiene Santos, están: arriesgado, perseverante, sabe mimetizarse. “Esto le ha permitido llegar a donde está, pero también tiene la ventaja de ser miembro de una de las mayores castas políticas. La ‘estirpe de los Santos’ tiene ahora uno de sus mayores exponentes con el Nobel –ojalá también con la paz–. Santos es el perfecto exponente de la élite liberal que ha dominado nuestra historia política, para bien o para mal”.

Hombre de centro. No le gustan los extremos. Así lo define el senador del Partido de la U, Germán Hoyos, quien ha hecho con él política de cerca. También lo describe como un estadista. “Hay unos dirigentes políticos que piensan en las próximas elecciones, el presidente Santos piensa en las próximas generaciones. Es concreto. Respetuoso. No le gustan las arandelas. No le gusta la adulación. No es vehemente. No se enoja. Es tranquilo. No es emocional”.

Nunca. Nunca dijo que quería ser Nobel. No estaba en sus cálculos políticos ganarse el premio, dice Hoyos.

Y sí, es un secreto a voces: A Santos le cuesta acercarse a la gente. Es más, le cuesta hablar con confianza con sus ministros y asesores. Santos es el presidente y el resto, es el resto. Uno de sus funcionarios, quien lo ha tenido de cerca en los últimos seis años, quien lo ve 15 horas al día, dice que el Nobel de Paz no se sabe el nombre de sus hijos. “En este caso la comparación es oportuna. Uno se sentaba con el presidente Uribe y él me preguntaba por mis hijos, por mi esposa, por la casa. Contaba de su finca, de sus animales. Uno lo siente mucho más cercano. El presidente Santos es más distante. Es tímido. Él no se abre y no cuenta sus cosas y no pregunta por la vida de uno. No comparte asuntos personales. Se habla de libros y de sus días en Londres. Es frío. Santos ha entendido que él es el presidente y se pone en el pedestal”.

Amable y respetuoso. Afanado por los más pobres. Así lo recuerda su escudero en comunicaciones por varios años, John Jairo Ocampo, quien dice que Santos es el presidente de los detalles. Le gusta la puntualidad. No le gusta prometer lo que sabe que no puede hacer. “Le molesta mucho quedarle mal a la gente, hacerse esperar. Tiene una jornada que empieza a las 5:30 de la mañana y termina a las 9:00 de la noche. Luego se va a la casa privada. Se duerme tarde, pero de la oficina no pasa de las 9:30 p.m. No es un presidente intenso que llame a las 3:00 de la mañana a preguntar algo. Tiene que pasar algo grave, muy grave, como la vez de la tragedia de Salgar, Antioquia. Ese día comenzó a llamar a las 4:30 de la mañana preguntando por las víctimas”.

Cuenta Ocampo que durante la ola invernal con la que se inauguró su primer mandato, se veía afectado y las veces que lo vio exaltado era porque no quería que la gente sufriera. “Por esos días, tenía programado visitar el país, quería acompañar a la gente. Le mortificaba mucho el dolor de los damnificados que se contaban por millones”.

Nunca dijo que quería ser Nobel. Nunca. Lo puedo jurar por mi papá, dice Ocampo.

Con cabeza fría. Tranquilo en las derrotas, mesurado en los triunfos. Amante de los datos. Su debilidad: la economía. Ese es Santos para su exministro Luis Felipe Henao, quien dice que aunque hubo debates difíciles al interior del Gobierno, Santos es un jefe que sabe escuchar y no responde con gritos. No. Jamás se altera. “Tiene valeriana en las venas, eso todo mundo lo dice en la Casa de Nariño. No he conocido una persona más racional que él. Él siempre sabe hacia dónde va, no cambia de posición. Tiene una visión clara a largo plazo”.

Nunca, nunca habló de querer ser Nobel. Lo juro por mí mismo. Nunca tocó ese tema, dice Henao.

De la guerra a la paz

El 4 de noviembre de 2011, día en que fue dado de baja Guillermo León Sáenz, alias “Alfonso Cano”, Santos estaba perplejo, entre feliz y asustado, entre nervioso y triste. Estaba mudo. No dio detalles. Todos sabían que este era un golpe militar poderoso. Sin embargo, sus asesores no entendían esa angustia repentina con la que asumió la noticia.

Luego se entendió todo: Santos dio este golpe militar en plena fase secreta de las negociaciones. Su sueño de buscar la paz en una mesa podía desbaratarse en un instante. Lo sabía. Pero las Farc avanzaron y fue justo ahí cuando Santos se dio cuenta de que su apuesta negociada era posible.

Antes de pensar en la ruta de la paz, Santos fue el mago de la guerra. En 2006 cuando llega al Ministerio de Defensa pide más recursos para terminar el proceso de fortalecimiento de las Fuerzas Armadas, de la mano de la Seguridad Democrática del gobierno de Álvaro Uribe. Y así comienzan los golpes más certeros del entonces ministro: En septiembre de 2007 cae Tomás Medina, alias el “Negro Acacio”. En octubre del mismo año es dado de baja Gustavo Rueda, alias “Martín Caballero”, comandante del frente 37 de las Farc. En marzo de 2008 cae Luis Édgar Devia, alias “Raúl Reyes”. En julio de 2008 viene la hazaña mayor, la Operación Jaque en la quedan libre 15 secuestrados, entre ellos, la excandidata presidencial Íngrid Betancourt. Ya como presidente, es dado de baja Cano. Y es ahí cuando se da cuenta de que es el fin de la defensa militar y la negociación toma vuelo académico, sin armas.

“A mí me tocó hacer la guerra. Como ministro de Defensa y como presidente, las Farc sufrieron los golpes más contundentes en su historia. He aprendido a combatirlos y con mucha efectividad. Cayó el número uno, cayó el número dos, cayeron 63 de sus comandantes de frentes. Y eso nos ha permitido negociar desde una posición de fuerza”, ha dicho Santos. Agrega que para él liderar un país en guerra es fácil: allá están los enemigos, aquí están los buenos, el blanco y negro.

“En cambio liderar un país hacia un proceso de paz significa otro tipo de liderazgo. Es convencer a la gente de dejar de odiar y que aprendan a perdonar, que aprendan a reconciliarse, que aprendan a respetar las diferencias. Eso es mucho más difícil”.

Santos desarrolla entonces un método no militar. Explica que se rodeó de expertos internacionales que han tenido experiencia en negociaciones. Por ejemplo, la mano derecha de Tony Blair, que tuvo una experiencia real en la negociación con el IRA, Jonathan Powell. Por ejemplo el excanciller israelí, Shlomo Ben Ami, quien fue uno de los arquitectos del acuerdo de Camp David. El comandante guerrillero Joaquín Villalobos, comandante de la guerrilla salvadoreña y principal negociador en los acuerdos de paz de El Salvador. También escucha al profesor William Ury, quien es uno de los grandes académicos y teóricos en materia de negociación. “Con ellos diseñamos una hoja de ruta, un camino”.

Y así empezó todo. Y así cambió el esquema operacional en el monte, por una estrategia en una mesa de negociaciones en La Habana. Fue prudente. Cambió los grandes titulares de prensa, por un silencio absoluto.

Tiene los rasgos del Príncipe de Maquiavelo, así lo caracteriza uno de sus mayores opositores, el senador José Obdulio Gaviria: “Santos es toda la sumatoria de las ‘cualidades’ que Maquiavelo describió en el Príncipe: Insensibilidad absoluta, traición como método, mentira como procedimiento. Desprecio por la democracia”.

Autoritario. “Cada vez más nos sorprende porque está muy acentuado con el desconocimiento de la voluntad popular. La gran simulación es que se dice que él fue un gran ministro de Defensa, a mí me consta que fue poco juicioso y poco diligente. Él quería convertir todo en un titular de primera página y evadía responsabilidades”. Audaz.

Estratega. Respetuoso. Sin miedo a caer. Con el país en la cabeza. Ese es el Juan Manuel Santos de Cecilia Álvarez, la exministra de Transporte y de Comercio. “Él no es un microgerente. La microgerencia se la deja a los ministros. Nunca lo vi desesperado. Ni en mis peores momentos con los dos paros de transportadores que me hicieron, él siempre estuvo calmado”.

Nunca estuvo entre sus conversaciones que quería ser Nobel de paz. Nunca. Nunca, dice Cecilia.

La exministra también cuenta que a Santos le ha aprendido a no desfallecer, a pararse, a volver a empezar. El domingo, después del plebiscito –su única carta de póquer sobre la mesa–, Álvarez estaba con él y mientras ella evidentemente estaba desconcertada, Santos lo único que repetía en privado, ahí entre sus amigos más cercanos, es que había que seguir. “Nos dijo que él era el único responsable y que había que seguir buscando la paz. Tiene talante de inglés, no lo altera nada. Sí, sí, el hombre tiene agua aromática en las venas”. Y se ríe.

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