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En la cárcel El Pedregal en vez de producir dolor, hoy le cantan a la libertad

Cambiar de vida no es sencillo, pero los internos de El Pedregal no quieren dejar de intentarlo.

  • 1. Quienes asumen el compromiso de pertenecer al programa son alojados en condiciones dignas, en un patio aparte de la torre principal. 2. Simón comparte su historia de vida ante la cámara de EL COLOMBIANO. 3. La música se convierte en elemento terapéutico para los internos y les ayuda a canalizar sus emociones. Fotos: Manuel Saldarriaga
    1. Quienes asumen el compromiso de pertenecer al programa son alojados en condiciones dignas, en un patio aparte de la torre principal. 2. Simón comparte su historia de vida ante la cámara de EL COLOMBIANO. 3. La música se convierte en elemento terapéutico para los internos y les ayuda a canalizar sus emociones. Fotos: Manuel Saldarriaga
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  • En la cárcel El Pedregal en vez de producir dolor, hoy le cantan a la libertad
04 de septiembre de 2019
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La música suena y 56 voces se alzan. Algunos cierran los ojos, como sintiendo cada palabra, mientras otros parecen gritar una ensordecedora catarsis: “En esta celda fría, en dos melodías, buscándole a mi vida de nuevo la salida, juro a mi Dios, me arrodillo ante él, le pido por mis viejos, que todo vaya bien”. El ritmo de rap, sonoro, marcado, los mueve, los invita a aplaudir. Cantan a coro, animados por Reyer y Killer, como se hace llamar el dúo de música urbana que se formó dentro del grupo, y se nota que han ensayado incansablemente las estrofas, se nota que hay algo que quieren demostrar: “En esta estructura aprendí a valorar esas cosas pequeñas que la vida me da. En aquella audiencia no dijeron la verdad: ‘Este tipo es un peligro para la sociedad’. Pero ya está dicho, mi sentencia lista está, ahora solo me queda rogar a mi padre celestial por otra oportunidad de estar con mi familia y lograr mi libertad”.

Es imposible entrar en la cárcel El Pedregal sin pensar en su fama de violenta y dura. Con una capacidad para albergar 1.468 hombres y 1.254 mujeres, el complejo se ha visto severamente afectado por la crisis carcelaria que atraviesa el país y que lleva 21 años sin hallar solución definitiva. Según datos del Inpec, la sobrepoblación alcanza un total de 884 personas, lo que recrudece las circunstancias. Incluso, la infraestructura de la torre principal es alta, gris, intimidante. Pero el Patio P del complejo rompe con la realidad. Allí están alojados los 56 hombres que participan en el Programa de Educación Integral y Cambio de Vida (PEC), un esfuerzo de varias instituciones por lograr, aunque sea en un grupo pequeño de internos que están dispuestos a asumir varios compromisos, una resocialización efectiva y evitar la reincidencia en el delito.

En vez de producir dolor, hoy le cantan a la libertad

“Armé una guerra”

Jaime León llegó a El Pedregal el pasado 28 de marzo, trasladado desde la Estación de Policía la Candelaria. “Ese calabozo sí que es un infierno. Y yo decía que si había aguantado allá, iba a aguantar acá, pero aquí también me han tocado cosas muy duras, aquí la torre en sí es una cosa muy pesada. Hasta me tocó esa riña que se desató entre los combos de la Agonía y El Coco y yo quedé ahí en la mitad”.

Sin embargo, desde que llegó a El Pedregal, Jaime tuvo la esperanza de poder pagar su condena en unas condiciones diferentes: “El primer día que llegué me recibió un compañero, Alex. Ese día a él lo iban a trasladar para este patio porque lo habían aceptado en el programa y nos quedamos hablando de eso como dos horas, me contó bien cómo era y me quedó sonando. Por eso yo me mentalicé desde el principio a que iba a llegar acá, más que todo por mí, por recuperarme un poco, en el sentido físico, moral y mental”.

Hoy, después de cinco meses de proceso, Jaime reconoce que causó dolor: “Yo caí a la cárcel por violencia, porque a mí me dejaron un hijo inválido y yo armé una guerra en el barrio, o yo no, mis amigos y compañeros. Un hermano de Simón, compañero de acá del programa también cayó en esa guerra, hubo mucho dolor, mucha tristeza, pasaron tantas cosas... Yo pensaba que tenía a mi familia feliz por las comodidades y todo lo que les estaba dando con la plata que me llegaba del microtráfico, acá me vine a dar cuenta cuando llegué al programa que realmente los estaba haciendo sufrir”.

En vez de producir dolor, hoy le cantan a la libertad

De hecho, desarrollar en los participantes un pensamiento complejo, que les permita analizar a profundidad las situaciones y reconocer las múltiples consecuencias de los actos es uno de los objetivos del PEC. Así lo explica Lina María Ramírez, psicóloga del Inpec y una de las fundadoras del programa, quien señala que “está constituido a partir de un proceso de redención que tiene cinco áreas de trabajo: espiritual, académica, ocupacional, deportiva y terapéutica”.

Uno de los mayores retos es lograr en los internos un mejor desarrollo cerebral: “Hemos detectado que nuestra población privada de la libertad tiene un pensamiento de tipo concreto, en su mayoría las personas se quedan en las operaciones mentales básicas, es decir, en edades cronológicas de entre 9 y 12 años. Esto hace que ellos no midan las consecuencias de los actos, que sean impulsivos, que se metan en problemas y a veces no tengan siquiera la comprensión exacta de por qué están metidos en un lío”, explicó la psicóloga.

Para lograrlo, la táctica es “ofrecerles cursos que tratan de generar en ellos una motricidad fina muy delicada, que aprendan a manejar el cuidado de los detalles y eso les permite un desarrollo del lóbulo prefrontal para que ellos puedan mejorar en el aprendizaje. Tienen que estar ocupados todo el día, porque con el consumo de sustancias en ellos se produjo un deterioro funcional muy grande y las redes neurales para el aprendizaje se ven disminuidas, pero así vamos logrando también subir los niveles de atención y concentración”, manifestó Ramírez.

Los internos aprenden desde programas técnicos ocupacionales, como Confección, Mercadeo y Gestión de Eventos, hasta manualidades y baile, con instituciones aliadas como la Alcaldía de Medellín, el Sena, el ITM y las universidades de San Buenaventura y la Pontificia Bolivariana. La meta es prepararlos para la inserción laboral, que es la etapa más difícil y que requiere voluntad por parte del sector empresarial.

Así lo admite Marlon, quien además vive con la angustia de haber dejado a sus hijos sin un hogar: “Fui una persona muy irresponsable, estuve 25 años en la drogadicción y lastimosamente mi irresponsabilidad arrastró a mi señora, los dos estamos aquí presos y yo no tengo padres, no tengo hermanos. Mis hijos están casi que en la calle y lo digo así porque los dejé con personas que me los pueden cuidar pero yo no estoy ahí para ellos. Por eso, cuando salga de acá, quiero ser un gran vendedor, un gran asesor comercial. Quiero mostrarles a mis hijos que soy una persona totalmente diferente de lo que ellos vieron de mí y por eso estoy acá, preparándome, porque afuera, encontrar una nueva oportunidad no va a ser fácil” .

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