Las fotos siguen ahí. Son las mismas de hace dos décadas, con los mismos nombres y grabadas en las telas curtidas por el sol sofocante del mediodía. Siguen hundidas entre miradas lastimeras de vírgenes y crucifijos de yeso, y rodeadas de cremas y ungüentos de marihuana que ofrecen para el reumatismo y los dolores, los vendedores que hacen del atrio de la iglesia La Candelaria, en el Parque de Berrío, su vitrina.
Con esas mismas fotografías, las Madres de la Candelaria han reclamado durante 20 años la verdad de lo que pasó con sus seres queridos. Son un puñado de mujeres que el 19 de marzo de 2000 decidieron hacer del miedo un escudo y salir a las calles a preguntar las cuestiones que nadie quería –ni hoy quieren– responder: ¿dónde están? ¿Quién se los llevó? ¿Por qué?
Amparo Mejía fue una de esas primeras mujeres y hoy es la directora las Madres de la Candelaria–Línea Fundadora. Desde el escenario que les ha servido para cada ocho días gritar “vivos se los llevaron, vivos nos los regresan”, recordó cómo fueron esos primeros días de lucha y reclamos.
“Tuvimos muchos atropellos iniciando, por ejemplo, de Espacio Público. Todavía no falta el que hoy pasa y nos grita: locas, desocupadas; pero todo eso nos da la resistencia para seguirle mostrando a la gente que pasa por este escenario, que acá en Medellín siguen desapareciendo personas y asesinando mujeres”, expresa Amparo.
Allí en el atrio, con el ruido de fondo de los vendedores de frutas y la corneta ensordecedora de los buses, con el agite de un metro que como un gusano de metal recorre la ciudad cada cinco minutos, y el murmullo del transeúnte a veces presuroso, a veces lento, a las Madres de la Candelaria se les volvió un reto dignificar la memoria de sus seres queridos que perdieron la vida en el conflicto, “y aún les decimos a los actores ilegales en el marco de Justicia y Paz y de la Justicia Especial para la Paz, que nos digan dónde están”.