“He oído decir que en algunos metros del mundo hay artistas que cantan, pintan, tocan instrumentos y siempre me ha parecido una idea genial. Es que eso de que estés en la plataforma, esperando el tren, y te encuentres de buenas a primeras con una acuarelista y ver surgir esas imágenes, montañas, flores, nubes, en el papel, me parece... no sé... que te cambia el chip. Te saca del corre-corre. Hasta el afán se te quita. Creo que lo deberían hacer más a menudo”.
María Elena, profesora de física que aborda el metro en la Estación Envigado, se detiene a ver pintar a Libertad Zanabria. Nada le dice. La observa a unos dos metros de distancia para no distraerla. Ve cómo echa agua con un atomizador a ese paisaje que surge en el papel arches, encima de una cordillera azul y, de inmediato, esparce el líquido con una toalla de papel. “¡Ay! Se le va a dañar el cuadrito”, exclama en voz muy baja.
Escucha a la artista explicarle a algún alguien que lo hace para formar la bruma. Y decirle que pinta el río, visto desde la estación. Que en lugar de los rastrojos y yerbales de las riberas, va a poner rosales, porque sueña con ver el afluente limpio y rodeado de jardines.
“La acuarela es transparencia”, sostiene esta pintora que lleva más de 20 años en el arte. “La idea es que los colores te sorprendan”.
Como es media mañana, el caudal de usuarios del sistema de transporte es moderado. De pronto, un crujido de ruedas sobre rieles, un tren que se acerca, hace poner alerta a la profesora.
«Señor usuario: absténgase de pisar la línea amarilla».