A trece minutos del municipio El Retiro, por la vía que conduce a La Ceja, en una carretera destapada y entre el verde del oriente antioqueño se encuentra el “Laboratorio del Espíritu”. Un lugar con aires de refugio escondido, donde los libros y la música están en todas las salas. Se escuchan niños reír al aire libre. Una mamá le muestra un libro infantil a su bebé, unos adultos comparten una lectura y una natilla navideña.
Ese espacio comunitario fue premiado este año por el Ministerio de Cultura: tuvo el puntaje más alto entre 176 bibliotecas postuladas al Premio Nacional de Bibliotecas Públicas Daniel Samper Ortega, entregado desde 2014. Este año, el reconocimiento puso la lupa en las entidades que se destacaron por su capacidad de respuesta, adaptación y creatividad durante la emergencia sanitaria, que lograron adecuar sus programas y servicios a las necesidades de la comunidad e incidir positivamente en el manejo de la crisis en su territorio. Premiaron 23 y 6 de ellas están en Antioquia.
Además de la Corporación Rural Laboratorio del Espíritu (195 puntos), ganaron la Biblioteca Familia Raizal, en Medellín (194 puntos); Biblioteca Pública y Cultural Débora Arango, en Envigado (190 puntos); Biblioteca Pública Roberto Escobar Isaza, en El Retiro (189 puntos); Biblioteca Pública Berenice Gómez Acevedo, en Marinilla (188 puntos), y la Biblioteca Pública Rafael Rivera López, en El Peñol (187 puntos).
En Colombia hay 1.540 bibliotecas públicas y las 23 ganadoras, además de obtener un incentivo económico que va de los 8 a los 12 millones de pesos, marcaron la diferencia porque “mostraron que el rol de estos espacios en las comunidades es activo. Dejaron atrás la concepción de una institución fija e inmóvil y pasaron a una itinerante, más dinámica, que responde a los retos de la crisis sanitaria para seguir cultivando la relación con sus públicos”, cuenta Isabel Cristina Bernal Vinasco, bibliotecóloga y jurado del premio en la edición de este año.
Las formas de estar juntos
A finales de marzo, cuando estos espacios de lectura tuvieron que cerrar sus puertas por el confinamiento estricto en el que entró todo el país, “la incertidumbre era mucha. No sabíamos si todo el presupuesto se vería volcado a la salud. Y nos encontramos con que la mayoría de nuestros públicos no tenía acceso a Internet o un dispositivo para continuar con los talleres”, relata Johana Saldarriaga, coordinadora de la Débora Arango.
Resolvieron llevar la lectura a las casas por medio de las antiguas dedicatorias literarias telefónicas. Hicieron la tarea con un formulario en el que la persona contaba qué quería decirle al otro por medio de un poema o un cuento y llamaron a más de 2.000 personas en los primeros meses de la pandemia. No daban abasto. “Decidí dedicarle una lectura a mi prima, que estaba en una situación muy difícil (...) encontré que las letras tienen el poder de sobrellevar cualquier carga”, escribió una usuaria en las redes de la entidad.
Los jurados resaltaron en este caso que los bibliotecarios jugaron un papel acompañante en medio del dolor, la incertidumbre y el miedo. Hubo otras que pensaron en las necesidades concretas de la comunidad más allá de lo literario, como la Familia Raizal, ubicada en Manrique, en Medellín.
En el primer mes de tener las puertas cerradas, construyeron unas bases de datos de los usuarios de la biblioteca para identificar sus posibilidades: conectividad, teléfono fijo y dispositivos. “Encontramos que solo el 30 % tenía Internet y eran datos que recargaban en el celular”, dice Sandra Zuluaga, directora de la Fundación Ratón de Biblioteca, de la cual hace parte Familia Raizal.
Acordaron cómo llevar de forma efectiva la literatura a cada hogar. Por medio de materiales compartidos por WhatsApp, o por teléfono o llevando los libros hasta casa en casos muy concretos. También crearon unos clasificados con los emprendimientos de las familias que se enviaban por WhatsApp y correo, para estimular la economía barrial. “Es un campo que no habían explorado en otro momento, pero demostraron recursividad porque aquí lo que se trata es cómo vamos a reactivarnos como comunidad”, resalta la bibliotecóloga y jurado Isabel.
Crear memoria pandémica
Las cuatro bibliotecarias de la Berenice Gómez Acevedo se preguntaron en los primeros meses de la crisis ¿cómo sabrían los marinillos en el futuro las historias de su pueblo durante la pandemia?, ¿serían parte de las cifras de contagios y fallecidos o tendrían un relato propio construido por la misma comunidad?
Con esa idea, las líderes de este espacio, Luz Mila Giraldo y Ana María Jaramillo Ceballos, invitaron a jóvenes, entre los 13 y los 25 años, a escribir sus relatos sobre la pandemia y propusieron destinar parte de los recursos del premio a la creación de una publicación digital que sirva como parte del legado histórico de Marinilla. “Valoramos esas iniciativas que quisieron ampliar más allá de la lectura e incentivar la memoria local”, dice Isabel y añade que esta entidad en particular se destacó por no solo tener información, sino por sugerir contenidos de manera activa para contribuir a aclarar el mar de desinformación que se encontró sobre la covid-19.
Eso lo confirma uno de los amigos más fieles de la biblioteca: el señor Gonzalo Cuartas que, a sus 63 años, visita todos los días sin falta ese espacio, escondido en la Casa de la Cultura de Marinilla, para devorarse el periódico hasta la contraportada. “Hay bibliotecas frías —dice—, pero aquí yo me relajo, siento cariño y alegría”.
Otra acción resaltada por los jurados fue la capacidad de las bibliotecas para articularse con otras instituciones, buscando convertir el problema de la presencialidad en una oportunidad. “La pregunta es cómo se mantiene un vínculo estrecho, cercano, constante, cómo se sigue cultivando la relación con los lectores o cómo hacemos para llevar las bibliotecas a las casas cuando ellos no pueden ir a las bibliotecas”, agrega Isabel Cristina Bernal Vinasco.
En ese proceso, la Rafael Rivera López, en El Peñol, se destacó por aliarse con los colegios del municipio para crear, por primera vez, una red de bibliotecas comunitarias.
“Nos preocupaban mucho las comunidades rurales porque no tienen Internet y nos dimos cuenta que la radio comunitaria sigue siento la herramienta por excelencia para llevar la literatura a las casas”, relata Dora Buitrago, bibliotecaria encargada de este espacio. Las estaciones de radio locales les abrieron los micrófonos cada semana para enseñarles a los niños a conocer su territorio por medio de la oralidad y les contaron las historias tradicionales de su pueblo. Los invitaron también a enviar su copla, su fotografía, el cuento de su autoría, a hacer suya la literatura.
Todas estas herramientas combinadas fueron parte también de la estrategia del Laboratorio del Espíritu durante la contingencia: alianzas con la radio comunitaria en la que tienen un espacio diario de media hora para compartir lecturas, crearon 21 grupos de WhatsApp con 8 instituciones educativas del sector, en los que tuvieron hasta 500 personas activas y compartieron libros escaneados. Hicieron 211 talleres de escritura creativa por medio de videos y recibieron cerca de 1.000 textos de los participantes. Se inventaron las mochilas viajeras, para enviar libros a las casas de la comunidad. Llevaron hasta 70 mochilas en moto a las casas de las veredas aledañas.
En el Laboratorio hay nueve computadores sin Internet, solo tienen dos tabletas y un computador con conectividad, pero eso no puso freno a la recursividad para interactuar con sus públicos. “Creo que nosotros somos la revolución de las bibliotecas”, dice Mirella Bedoya, coordinadora de este espacio. “No creemos que este sea un lugar de servicios y ya, sino que debemos ofrecer otros espacios de libertad y amor para la vida de la gente. Estuvimos cinco meses cerrados, pero nunca en ese tiempo dejamos de compartir las letras y la música. Si la gente no puede venir por los libros, los libros tienen que ir a la gente”
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bibliotecas públicas del país cumplieron con los requisitos para la postulación al premio.