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El mundo que narró Dickens no ha cambiado tanto

Hace 150 años murió el escritor británico que se preocupó por las injusticias de su sociedad.

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09 de junio de 2020
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El destino de Oliver Twist parecía haberse sellado desde el día en que llegó a este mundo. Su madre había muerto sobre la cama donde dio a luz. Fue huérfano desde sus primeros segundos. Sobre el padre nada se sabía, tampoco de alguna familia.

Charles Dickens, quien falleció un 9 de junio hace 150 años y fue el padre de Oliver Twist en la literatura, lo creó a él y a cerca de 1.000 personajes más: el Diccionario de Personajes Británicos cuenta 989. Además de la novela sobre este desdichado –la primera en inglés con un niño como protagonista– de su pluma nacieron otros clásicos como David Copperfield y Canción de Navidad (A Christmas Carol).

“Dickens fue surcando el camino para lo que habría de ser la gran novela moderna del siglo XX. Sería casi imposible pensar en el surgimiento de alguien como James Joyce en el espectro literario anglosajón, sin lo que Dickens hizo entre 1840 y 1870 –explica Juan Esteban Villegas, profesor e investigador del programa de Estudios Literarios de la UPB–. Explotó la lengua inglesa, que aparentemente es seca, pragmática y económica. Dickens nos mostró que se podía jugar con ella, como lo haría Joyce”.

Justamente usó esa habilidad para narrar las penurias de Twist. Ese personaje, que le da nombre a la novela que se publicó en 1838 por entregas, definió la fragilidad de la infancia en las primeras páginas de su obra. Le permitió, eso sí, un instante para vivir una breve bifurcación frente a la vida que vendría: “Envuelto en la colcha que hasta entonces fuera su único vestido, lo mismo podía ser hijo de un gran señor que de un mendigo”. Por unos minutos, Oliver no estaba destinado a vivir entre calles mugrientas. Desnudo podía ser cualquier persona y “el hombre más experimentado no hubiera podido señalarle el rango que por su nacimiento debía ocupar en la sociedad”, continúa el autor.

Cuando las enfermeras le ponen su primera prenda, la realidad cala y el pequeño queda a su suerte, obligado a ser un adulto en versión miniatura. En esa obra, “el mundo se apura violentamente por sepultarlo fuera de su vista, para recuperar el volumen que él ha ocupado”, señala J. Hillis Miller, en el libro Charles Dickens: The World of his Novels, publicado por Harvard University Press. Los personajes de esa novela se ven obligados a “sobrevivir” el mundo.

En la obra de Dickens esa división marcada entre ricos y pobres es un detonante. En Grandes Esperanzas, Pip, un niño sin muchos recursos, aspira cada vez más alto en el escalafón social cuando se percata de la desigualdad.

Realidad

Las condiciones infames de la sociedad en la Inglaterra victoriana y de la revolución industrial del siglo XIX suponían una constante reflexión para el escritor. “Fue un gran lector de la realidad de su tiempo”, indica la profesora María Lopera Rendón, directora del grupo de investigación Lengua y Cultura de la UPB. “Encuentra una gran riqueza estética y literaria en la vida cotidiana de los más pobres, en una sociedad dividida y en esta nueva clase proletaria naciente y de explotación al trabajador”.

Quería retratar el mundo cómo lo veía: un lugar de doble moral. “Una sociedad que por un lado tiene un montón de normas que exigen etiqueta y comportamiento, pero por otro hay prostitución, burdeles, explotación infantil y una cantidad de personajes delincuentes”.

David Copperfield es otra historia del británico inspirada en los malos tratos de adultos a niños, la explotación laboral infantil y giros desafortunados de la suerte. Copperfield asume desde muy pequeño la orfandad, exigencias laborales desproporcionadas y una Londres azarosa y amenazante.

Sus escritos eran una crítica a esa sociedad, además porque él experimentó injusticias directamente. Tuvo que trabajar siendo niño luego de que su padre fuera llevado preso por no pagar deudas. El autor, quien había ingresado a estudiar con 9 años, dejó de lado la escuela para trabajar en una fábrica de betunes y a veces tenía que pasar jornadas de diez horas pegando los sellos en las botellas. El pago era ínfimo y el trato no era bueno.

Estudió de cerca el ejercicio del Derecho, aunque trabajó de manera más extensa como periodista y luego sí se enfocó en la literatura. Gozó de éxito publicando sus novelas en varias entregas que eran distribuidas entre la gente. “Ni la fama, el dinero o la influencia pareció ser suficiente para que dejara de mirar de cerca a esa nación que amaba, que sentía debía reformarse urgentemente”, expresa el autor estadounidense Robert Coles en su escrito Charles Dickens and the Law, publicado en la revista The Virginia Quarterly Review. “Su éxito como escritor y orador no le impedían volver, una y otra vez a las memorias de su vida temprana”.

Su anhelo por evidenciar aquello que tanto le interesaba estuvo presente en sus libros y sus recordados personajes. “Él mostró que las personas menos favorecidas eran dignas de una mirada y de ser obras de arte”, apunta Lopera .

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