Este año convulso, el de la posverdad –palabra del año según el diccionario de Oxford–, el de las encuestas equivocadas, el de tantos ataques terroristas y el de la desinformación en redes sociales es el escenario perfecto para una voz reconocida por cantar sobre las turbulencias de su tiempo.
El artista canadiense Neil Young refleja en sus letras llenas de simbolismo y poesía las preocupaciones de la generación actual. Él es consciente del poder que su nombre tiene en las causas que apadrina y por eso sus discos son referencia obligada para entender las preocupaciones ambientales, políticas y sociales de quienes lo siguen y a quienes representa.
Su más reciente disco, Peace Trail, se lanzó de manera simultánea en plataformas de venta y de streaming el 9 de diciembre pasado, contiene diez cortes, bastante simples en su musicalización (guitarra, bajo y batería), pero con una carga política y social características del trabajo del músico.
Young comentó en un podcast con la revista especializada Rolling Stone que algunas de las canciones se grabaron en los momentos libres en la gira que emprendió con Promise of the Real para promocionar su disco anterior de estudio, The Monsanto Years, y se interpretaron en los conciertos del último año.
El disco es una obra cruda, grabada en pocos días y con los músicos Jim Kelter en batería y Paul Bushnell en el bajo.
Está lleno de reminiscencias a los discos de los años setenta que hacían gala de ese folk más interesado en el contenido, en la poesía de lo real, en las melodías básicas que en la producción de un sonido demasiado elaborado o lleno de capas.
Young se reconoce como un espectador, que trata de mantenerse al día con las preocupaciones de esta generación, pero que por su edad tiene experiencia en los cambios de décadas anteriores.
Sin embargo, lo que hace a este disco una pieza única es también lo que lo condena: mucho mensaje puede saturar los oídos del desprevenido.
Es por esto que la canción que resalta en este entramado de titulares y temas de tendencia es precisamente la que no está directamente conectada con el día a día, Can’t Stop Workin’, un tema bien construido sobre la base de la guitarra acústica que evoca al Young de After The Gold Rush (Reprise, 1970) y un solo eléctrico sucio y descarnado más parecido a la etapa Freedom (1989).
Vale la pena escuchar el disco completo, tanto si uno comparte las preocupaciones del cantante como si tiene alguna conexión emocional con una de sus facetas anteriores, en este trabajo hay un poco para todos.
La voz cansada, la armónica precisa y la guitarra que acompaña al cantante están presentes, pero también hay experimentación, sobreposición de voces, robots y asistentes digitales que crean el panorama de un Young viejo que es un testigo joven del mundo convulso en el que vivimos.