Esto no se trata de él. Se trata de ellas, de esas cinco mujeres de quienes se creía que lo único que las unía, además de su género, era haber sido trabajadoras sexuales y haber sido asesinadas en 1888 por un hombre cuya identidad se desconoce hasta hoy, pero al que a lo largo de la historia se le ha dado un apodo: Jack el Destripador.
Sus nombres son Annie Chapman, Elizabeth Stride, Mary Jane Kelly, Catherine Eddowes y Mary Nichols. Durante más de 130 años fueron simplemente nombres de víctimas, mientras se sabía poco, sobre quiénes habían sido ellas. Durante décadas ha habido personas fascinadas por conocer la identidad del asesino, “se habían escrito bibliotecas enteras sobre él”, cuenta la historiadora y escritora Hallie Rubenhold, pero poco sobre ellas cinco.
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Fue Rubenhold quien decidió que quería conocerlas. La autora nacida en Estados Unidos y radicada en Londres, escribió su primer libro: The Covent Garden Ladies, tras la inquietud por conocer mejor a las mujeres que se dedicaban a la prostitución en el siglo XVIII.
Un mito muy conocido en Inglaterra fue el que la llevó a querer indagar sobre las vidas de estas cinco mujeres. Siempre se pensó que eran todas trabajadoras sexuales: “pero no hay evidencia alguna de que 3 de las 5 se dedicaran a la actividad”, dice ella. Mientras Rubenhold investigaba más, se daba cuenta de “lo mal representadas que estaban”. Su memoria había sido casi olvidada y, si no, difamada. De los 40 años de vida que algunas llegaron a cumplir, su recuerdo se había consumido por el morbo y se había reducido a su asesinato.
EL COLOMBIANO conversó con la autora que participó en el Hay Festival Colombia 2021, con apoyo del British Council.
¿Por donde arrancó su exploración?
“Hubo bastante trabajo detectivesco. Para armar la historia tienes que mirar los pedacitos de evidencia. Mucho de lo que se ha escrito sobre el tema es muy poco fiable, porque mucho de esa área ha sido dominada por gente fascinada por la identidad de Jack el Destripador y sus datos no se han basado en ninguna evidencia histórica o real. Una vez pasé por ahí, pude penetrar en una capa más profunda mirando archivos históricos. Me impresionó lo que pude encontrar sobre las mujeres ordinarias de la época. Tienes que cavar bastante en los registros de nacimiento, certificados de muerte, en los documentos de asilos para personas pobres, de colegios, de la milicia, para encontrar todos estos pedazos.
Lo comparo al trabajo de un arqueólogo cuando está cavando en un sitio y encuentra pedazos de algún elemento de cerámica, toma cada uno de esos pedazos para ir armando un elemento más grande, así no tenga la pieza completa, porque hay suficientes pedazos. Así hice esta investigación, armé estas piezas también mirando la vida y la experiencia de otras mujeres que estuvieron en el mismo asilo, que dieron a luz en el mismo lugar, que fueron al mismo colegio y así pintar un retrato colectivo de lo que era vivir como una de estas mujeres”.
Para el epígrafe escogió un fragmento de un poema de Audre Lorde, que habla de que “hay mujeres cuya voz ha sido callada porque se les enseñó a respetar el miedo más que a ellas mismas”. ¿Cómo entrelaza estas historias con las experiencias que quizá pueden estar viviendo otras mujeres que pasan por situaciones terribles y quizá vergonzantes para ellas y que por eso, a veces, prefieren el silencio?
“Creo que la palabra vergüenza fue a que vino a mí mientras escribía este libro. Es el poder de la vergüenza. Considero que parte de lo que toca Audre Lorde en ese poema es que ese miedo también está hecho de vergüenza: el miedo de ser rechazada por la sociedad, de ser echada a un lado. Este es un temor real que estas mujeres sufren y creo que la vergüenza es una constante compañía y una sombra que nos sigue a las mujeres.
Se nos enseña a tener pena de nosotras mismas, de nuestros cuerpos y necesidades: de ser mujeres, simplemente. No son solo los hombres, también hay mujeres que dicen este tipo de cosas y le dan fuerza. Incluso como mujeres liberadas, reconozco lo mucho que sigue la pena entre nosotros, mucho más aún en otros países. Mientras más visibilidad tenemos como mujeres, es nuestro deber tratar de quitarle de encima el peso a esas cadenas”.