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La cámara sensible de Zerbos halla rostros de Laboriosidad

Emanuel Zerbos Argencio muestra fotografías de su lento recorrido por Suramérica.

  • Emanuel Zerbos Argencio es reportero gráfico de EL COLOMBIANO desde hace más de un año. Su muestra Laboriosidad está en el bloque 38 de Eafit. FOTO Julio César Herrera
    Emanuel Zerbos Argencio es reportero gráfico de EL COLOMBIANO desde hace más de un año. Su muestra Laboriosidad está en el bloque 38 de Eafit. FOTO Julio César Herrera
27 de abril de 2015
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Buscando asombros y descubriendo vidas, Emanuel Zerbos Argencio salió de su Buenos Aires querido y viajó por los caminos de América del Sur hasta Medellín.

Sin prisa. Respirando despacio los aires fríos de los Andes. Haciendo fotografías para que su retina no olvidara paisajes de ensueño. “A mí no me interesa viajar de afán. Eso de quedarme dos o tres días en un poblado haciendo fotos, no está conmigo. Yo quiero quedarme ocho o diez días en cada lugar”. Y, por supuesto, para sentirle el pulso a la gente. Para percibir un poco algunos rasgos de su cultura.

Fueron veinticinco horas en tren, veinticinco horas en bus, sin prisa porque nadie va tener afán viajando con su novia, Carolina Marín, una ilustradora de Medellín que, claro, laboriosa, también “quedó” en la foto.

Y con esas fotografías construyó una exposición que tituló Laboriosidad. Entre retratos e imágenes que pintan escenas de personas hacendosas, la muestra registra “manos que aran la tierra, que tejen, que tiñen, que cosen, que seleccionan granos, que fuman un cigarrillo mientras toman un descanso. Y también rostros que expresan reflexión, cansancio, alegría, concentración o melancolía”.

Buenos Aires le dio un bandoneonista que de auténtica compenetración con la música de su instrumento, está curvado hacia delante, como si quisiera volverse uno con ese a quien abraza. El Norte de Argentina, una provincia llamada Jujuy, lo mismo que Bolivia, le dio un vendedor de sombreros sensacional, con la pila de sombreros sobre su cabeza, andando por suelos de piedra y la experiencia de la Llama. “No sabía que se comen la llama. En Purmamarca comimos llama en salami”.

Cusco le dio una mujer doblada hacia delante, como se doblan las lavanderas, extrayendo sal en las Salineras de Maras. Y, por supuesto, le dio cholas. La isla flotante de Uros, le dio una artesana, mujer rolliza de vestido colorido. Medellín le dio una Maité Hontelé, con trompeta en la mano y expresión alegre; un Héctor Abad pensativo. La Ceja del Tambo le regaló el rostro del campesino con la mirada más profunda del mundo, tal vez angustiada, tal vez melancólica. “Uno se va en esos ojos”, dice el Che, quien cree que para hacer fotografía, más que saber la técnica, se debe tener sensibilidad.

Las 18 imágenes confirman la frase del guión de la muestra: “La fotografía es su lenguaje; los retratos, la forma de ir al detalle, a las emociones del ser de carne y hueso que hay en frente del lente”.

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