Pablo se hunde en el pozo sin fondo del duelo —su hijo Gabriel decidió ponerle punto final a su vida—: el licor y el silencio se transforman en la trinchera desde la que pretende hacerle frente a los días. Irene, su pareja, procura sacarlo del marasmo, lo cuida con la entrega del amor de la juventud.
La historia se desenvuelve en los paisajes del altiplano —cortados por la niebla y la lluvia— y en una ciudad costera. De esto va la segunda novela de Andrea Mejía, Antes de que el mar cierre los caminos, editada por Tusquets. EL COLOMBIANO conversó con ella sobre las formas del amor y el luto, sobre el poder del lenguaje para iluminar las emociones.
El amor y el luto son dos fuerzas presentes en la novela, casi que se encarnan en los personajes de Irene y Pablo. ¿No son complementarias la necesidad del otro (el amor) y la certeza de la perdida (el luto)?
“Es una pregunta muy bella. No lo había pensado nunca así. Pero sí, quizá, complementarios en el sentido de que el amor conlleva la pérdida. Amar es también saber que un día perderemos esa persona que amamos, que morirá o que se alejará de nosotros. También porque el amor puede curar, o aliviar al menos, el dolor de una pérdida. Es lo que intenta hacer Irene, no como un proyecto o una tarea, sino porque ella solo puede vivir en el amor”.
Pablo se hunde en el dolor mientras Irene procura sacarlo a flote. ¿El patriarcado hace de los hombres vulnerables y dota a las mujeres de resistencia?
“En general creo que el poder debilita. No hablo del poder como libertad ni como fuerza creativa, sino como dominio sobre otros. Dominar a otros, silenciarlos, usarlos como instrumentos, es enceguecerse a sí mismo. Es permanecer en la ignorancia, volverse soberbio, cerrarse a la verdad que solo llega de los otros. Los hombres soberbios y brutales se vuelven tan ciegos que sí, se debilitan, y ni siquiera saben que son débiles.
Y las mujeres que han resistido a esa forma de arrogancia y de brutalidad se pueden hacer más creativas, compasivas, y en ese sentido, más fuertes. Pasa lo mismo con los hombres y mujeres que tienen dominio sobre otras vidas, que maltratan a la gente que tienen cerca, o a la que ni siquiera ven, no por una cuestión de género, sino por creer que existen distinciones como la ‘clase’ o la ‘raza’ que justifican muchas formas de maltrato, unas directas, otras indirectas. Por creer que son más, y que hay otros que valen menos. Eso es ignorancia. Eso es brutalidad. Pero Pablo es vulnerable porque ha perdido un hijo, y en su dolor es un personaje hermoso. No es parte de ningún patriarcado. Al menos yo no lo vería así nunca”.
En sus libros hay un tratamiento cuidadoso del lenguaje. La prosa tiene densidad y peso en la historia. ¿Cómo trabaja sus libros?, ¿qué procesos de escritura y corrección emplea en ellos?
“El lenguaje es todo. El lenguaje y la emoción. Para mí conseguir la emoción es fácil, porque estoy llena de emociones. La vida es un flujo de emociones a veces fuertes, a veces muy sutiles. La literatura consiste en dar forma a esa emoción que nos anima y nos sobrecoge mientras estamos vivos. Puedes tener una buena historia, buenos personajes, o... ‘ideas’, pero si no alcanzas una forma elocuente y bella a través del lenguaje no tienes nada. Al menos es lo que creo. Y el lenguaje es tan sabio que nunca sus regalos son vacíos. Lo que hago es que persigo de manera muy intuitiva la historia, los personajes y las emociones que son la materia de una novela, o de un cuento. Después, o simultáneamente, trabajo con cuidado cada frase, cada párrafo, cada página. Corrijo mucho, de manera casi maniática, y reescribo”.
A pesar de amar a Pablo, Irene se deja encandilar por las historias del Gringo. ¿El amor es una permanente insatisfacción?, ¿nunca es suficiente el ser amado?
“El amor, o cierta forma de amor, el amor entre amantes, es la experiencia de lo imposible. Es un juego entre una cercanía que por momentos es plena, luminosa, absoluta, y la distancia en la que el otro, por ser otro, siempre está.
El amor más intenso es también la experiencia de la soledad y puede ser muy doloroso, pero el amor es la experiencia de la posibilidad, de una cercanía que no solo es suficiente, sino que da sentido a nuestras vidas: dar, hacer a los otros felices, tener para los demás palabras que animen y motiven, palabras de aliento. Irene vive esas dos formas del amor en su amor hacia Pablo. Eso la salva de un amor que sea un tormento. Se encandila con las historias del Gringo un poco por su candor, porque vive en un estado de maravilla y asombro. Pero no estoy muy segura de que se sienta atraída hacia él eróticamente, o a lo mejor sí, de manera muy vaga: es verdad que hay una escena que es ambigua”.
Las atmósferas del libro están muy condicionadas por la naturaleza y la manera en que los personajes la habitan. ¿Qué puentes hay en el mundo de afuera y el mundo interior de los personajes? ¿Cómo se exploran esas relaciones?
“Hay una continuidad entre lo que existe dentro de nosotros y lo que existe afuera. La luz, el viento, la lluvia nos permean, y nosotros proyectamos nuestras emociones en ese espacio inmenso que es la naturaleza. Si habitamos espacios cerrados, nuestra vida interior se agazapa, se ve atrapada, puede convertirse básicamente en ansiedad. Si nos movemos en espacios más abiertos (en la ciudad siempre tenemos las montañas, o el mar, el cielo) nuestra vida interior se expande y puede hacerse más libre. La visibilidad de las cosas, de la naturaleza, me permite hablar de forma indirecta de la interioridad de mis personajes de una forma que me parece menos explicativa, más sugestiva y concreta”.