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“Colombia bien, Colombia no tan bien”, un tesoro en el Museo de Antioquia

Empezamos una serie para conocer las obras que son tesoros en este museo local. Escribe su directora.

  • “Colombia bien, Colombia no tan bien”, un tesoro en el Museo de Antioquia
  • “Colombia bien, Colombia no tan bien”, un tesoro en el Museo de Antioquia
20 de agosto de 2022
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Los museos son cápsulas del tiempo. Piezas de diversas procedencias ingresan a sus bodegas a la espera de un momento futuro que las ilumine con una luz renovada a los ojos de un público que las redescubra. El Museo de Antioquia, con sus 140 años de historia, tiene objetos que ingresaron desde su fundación y esperan montajes e investigaciones que les hagan pasar a las primeras filas de los espectadores.

Las bodegas y sus silencios hacen que la imaginación vuele: ralladores prehispánicos, armas de guerras pasadas, banderas rotas que una vez fueron emblemas de guerra, piezas de papel que plasmaron los amores de quien las dibujó, retratos de mujeres sin nombre, rostros que una vez fueron un personaje y hoy son una idea, todos juntos viven una larga espera, una eterna noche de museo. Por eso se dice que, si una institución conoce del tiempo y sus potencias, es el museo.

La obra de Ethel Gilmour (1940-2008), Colombia bien / Colombia no tan bien, tiene en sí misma el valor del paso del tiempo, de la dualidad del presente y el pasado, el anhelo de la paz y el dolor de la guerra. Sobre un machete ella dibujó las dos caras de una misma realidad nacional y por ello esta pieza cada vez ha venido cobrando mayor significancia al demostrar la capacidad que tiene el arte de construir metáforas en torno a la historia del país.

Son varios los instrumentos que los seres humanos tenemos que cumplen diversos propósitos dependiendo de la intención que se tenga al uso. En la obra Horizontes de Francisco Antonio Cano, un hacha representa el instrumento del progreso que abrirá los caminos que esa familia y su bebé habrán de recorrer. Casi cien años después, Ethel Gilmour revisa la hoja afilada del metal para representar en ella la idea de construcción y destrucción.

Esta mujer, que nació en los Estados Unidos, vivió y murió en Medellín, representó a lo largo de su vida como artista las contradicciones de un país que oscila entre la vida y la muerte. En series como las Cartas a Dios y el Pueblo y el Guayacán, esta última en exhibición en la sala Promesas de la Modernidad del Museo de Antioquia, Ethel realizó dibujos con una gran capacidad descriptiva de los colores, los paisajes, las costumbres de pueblos y pobladores que en medio del color y la naturaleza buscaban incansablemente aferrarse a la belleza y a la esperanza bajo la triste presencia de la violencia. Estas tensiones vitales están presentes permanentemente a lo largo de su obra. En cada estallido, explosión, o muerte, ella pintaba una flor, una oveja, un animal, una figura dedicada a la persistencia de la vida.

Esta pieza de la que hablamos estará prontamente en la sala Historias para repensar. Mientras tanto, es una obra rutilante que espera en la bodega del Museo

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