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“La poesía nos ayuda a pastorear los miedos”: Juan Manuel Roca

El escritor Juan Manuel Roca, quien llevó un diario de la cuarentena, conversará en el Hay Festival sobre cómo la poesía sirve para afrontar la vida.

  • Roca estará conversando con Luis García Montero y Perla Toro el domingo 24 de enero en el Hay Jericó. FOTO archivo
    Roca estará conversando con Luis García Montero y Perla Toro el domingo 24 de enero en el Hay Jericó. FOTO archivo
  • Portada de A Dos Tintas de Juan Manuel Roca. Foto: cortesía El Verso Libre
    Portada de A Dos Tintas de Juan Manuel Roca. Foto: cortesía El Verso Libre
22 de enero de 2021
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A esa vida confinada, que desde hace casi un año se deslizó bajo la puerta de un día para otro, el poeta Juan Manuel Roca trata de acompañarla. Deja entrar visitas cargadas de humanidad, aunque estas no tienen el peligro de exponerlo al virus que lo mantiene encerrado.

“En esta época me quito el sombrero para recibir la visita de un músico como Erik Satie, un minimalista”, son sus Gymnopedias las que lo acompañan en el encierro. “Me dan más paz que ninguna otra música”.

Y así como se quita el sombrero por ciertas visitas, se lo pone por otras, como “cuando oigo a los timpanicidas que tienen el cobijo de los mercenarios de la música, o sea que cuando prendo la radio me encasqueto mi gorra hasta encontrar músicos clásicos o populares, o clásicos de la popular, como tantos maestros del blues, del son o del tango”.

La música es una de sus compañías, “lleno la casa de ella y es una forma de alejar fantasmas y temores”. La otra es la poesía y son muchos los poetas que lee, pero quizá sea César Vallejo al que más tiempo lleva cerca.

Durante los primeros meses de la pandemia, Roca compartió un diario (Diario de un anarco-dependiente en cuarentena) en el que relató, primero para sus amigos en Facebook, cómo ese confinamiento invasor iba transformando hasta las sutilezas más ignoradas.

Un fragmento de ese diario hace parte del libro A Dos Tintas, publicado por El Verso Libre a finales de año. El domingo estará conversando con Luis García Montero y Perla Toro en el Hay Festival Jericó acerca de cómo la poesía ha sido un remanso para la vida, incluso ahora. EL COLOMBIANO conversó con Roca acerca de una vida que entre las cuatro paredes encuentra escapes.

De las tantas ensoñaciones que llegaron para transformarse en palabras durante este periodo de pandemia, ¿cuáles tiene muy presentes todavía? ¿Cuáles no se han agotado?

“Esto de la pandemia me ha puesto, y creo que a muchos, a tener ensoñaciones de orden casero, tomando esto como aspiración o anhelo realizable. Nada de ir a Tikal. Y ni siquiera nada de ir a la tienda del vecino a que me cuente cómo quedó el partido, porque este domingo cerraron el estadio. Entonces recuerdo que me queda la poesía y vuelvo a recordar a un viejo aliado desconocido de apellido Baudelaire: “todo hombre sano puede pasarse dos días sin comer; sin poesía nunca”. Pongamos que sea pura carreta del poeta y que resulte más urgente una de las comidas diarias que controlar hemistiquios, pero tampoco necesitamos privativamente de la poesía escrita y sí de la que vivimos en formas que no tienen que ver solamente con las palabras. Me refiero a la poesía callejera, a la que sin pretensiones voltea nuestra esquina. Y esa sí que la pandemia nos veda al unísono en todos los países, por eso al menos no se le puede acusar de chauvinista, pues esta peste es una suerte de esperanto del mal. Si la ensoñación, Valeria, es algo vivido en el sueño, hay que recordar que no todos los sueños son placenteros. Por ahora solo sueño con no dejar de soñar, lo que parece un consuelo de presidiario”.

En una de las entradas del diario habla del conformismo y cita a Camus, pues, según él, “el conformismo oculta el mundo en que se vive. Es un producto del miedo”. ¿Siente que en algún momento ha caído en el conformismo durante la pandemia o qué ha impedido que caiga en él, siendo que por todo lado se predica el miedo?

“Sí, creo con Camus que el conformismo es un producto del miedo. La poesía nos ayuda a pastorear los miedos, a jugar a ser de alguna manera, como el filósofo, pastores de abismos. A veces ella es proporcional al miedo que desaloja. Como nunca he podido ser conformista, descreo de lo que ampulosamente llamamos la realidad. La poesía se pregunta cómo andar en dos orillas de la realidad para crear una tercera. Eso ocurre aún más en “una comunidad ciega”, diría Simone Weil, en una comunidad como la nuestra que divide siempre la realidad y el deseo”.

Hablaba en su diario de que la cultura es la que permite avivar preguntas y cuestionar lo que algunos creen que son verdades absolutas. ¿Qué preguntas han rondado por su cabeza en estos meses gracias a la cultura, o a la ausencia de ella, en planos de esta realidad?

“La pregunta que creo a muchos merodea. La de la fragilidad y la desaparición, la de qué hacer si somos en plata blanca un paréntesis entre dos nadas, la de antes de nacer y la de luego del vamos. No es muy religioso lo que digo, aún teniendo muchos arrestos religiosos, pero es precisamente por esa mirada para nada mesiánica ni promesera por lo que creo que ese paréntesis hay que llenarlo de festejo, de cruce de caminos con los otros, de pesquisas por el misterio, de amistad sin acomodos, de traducción de uno mismo, de búsqueda de libertades. Esto es lo que yo encuentro en la poesía a lo largo de una buena suma de calendarios, es una prótesis para andar por este país del siempre jamás. Y es también una pregunta inevitable cuando vemos crecer el obituario de amigos, de conocidos y gentes que sobre todo desde las artes nos han acompañado. Esto de ver y de oír a los funcionarios hablando de las estadísticas de los fallecidos, de verlos poner al día su necrómetro, es algo que inevitablemente me lleva a dudar de lo que llamas verdades absolutas”.

¿La poesía necesita de este tipo de realidades para ser poesía?
“Yo creo, y no espero hacer catequesis pues me molestan los poetas mesiánicos, los promeseros o los que saben qué carajos es la realidad. El resabiado viejo Vladimir Nabokov decía que siempre que se mencione la palabra realidad esta debería ir entre comillas. ¿De qué realidad hablamos? Hay muchas realidades en la realidad. En verdad, la poesía que más me gusta es la que resulta ser, precisamente, un entrecomillado de la realidad”.

Y a lo largo de estos meses, más ahora que volvemos a tener repentinos toques de queda y cuarentenas, ¿cuál es su observación de lo que llaman “obediencia”?

“La obediencia es la madre de la mediocridad. Y sin embargo, y esto es lo que más me molesta y aprieta como una camisa encogida, es que ante el embate de la pandemia todos, y por fortuna pensando en los demás, tenemos que obedecer a una nueva realidad de la que se aprovechan los dueños del mundo. Los badulaques (nunca creí usar esta palabra de mi abuela materna), los hombres huecos del establecimiento, se frotan las manos dando órdenes demandando obediencia y a algunos nos causa escozor tener que guardarnos en casa y mirar por un catalejo a los amigos o a los vecinos para no contagiarnos, sabiendo que la vida es precisamente eso, contagio, entrevero de brazos y de abrazos. Nada más ingrato que un hombre anarquista en cuarentena, que un desobediente de la cepa de Thoreau o del viejo cascarrabias Fernando González, haciendo fila para recibir su pequeña dosis de libertad. Un hombre libre enjaulado en su cuerpo, me recuerda la vieja y triste saga de la oveja con alergia a la lana”.

Decía en otra entrega de su diario que se dio cuenta de que “la confinación ama la palabra no”, ¿para qué le ha servido esa palabra en su creación en estos meses? ¿La miró con recelo? ¿La aceptó? ¿Jugó con ella?

“La palabra No es tal vez la más bonita de las preposiciones cuando se trata de negarse a escuchar el canto de sirenas, me refiero más al de las ambulancias y patrullas que al de las sirenas del mar. La palabra No está ligada precisamente a la desobediencia. Un arte obediente, desde el naturalismo chato hasta el realismo socialista, odia la palabra No, la negativa a devolver como un espejo la realidad. En eso sigo a Cocteau: “los espejos harían bien en reflexionar antes de devolver las imágenes”. La palabra No se niega a la servidumbre de los espejos y a las leyes del rebaño”.

¿Ante qué poetas, músicos y artistas se quitó el sombrero en esta época? ¿Quiénes lo ayudaron a enfrentar la vida confinada?

“Creo que así como existe la bonita y gráfica expresión popular que dice “me quito el sombrero” en señal de admiración, también debería existir la contraria: “me pongo el sombrero” para hablar de un rechazo. En esta época me quito el sombrero para recibir la visita de un músico como Erik Satie, un minimalista que me acompaña en el encierro. Sus Gymnopedias me dan más paz que ninguna otra música. Y me pongo el sombrero cuando oigo a los timpanicidas que tienen el cobijo de los mercenarios de la música, o sea que cuando prendo la radio me encasqueto mi gorra hasta encontrar músicos clásicos o populares, o clásicos de la popular, como tantos maestros del blues, del son o del tango. La música me acompaña. Lleno la casa de ella y es una forma de alejar fantasmas y temores. ¿Y poetas? Son muchos los que me acompañan, pero para no hacer largo el prontuario, le digo que mantengo una muy escasa distancia entre el sombrero y un libro de un gran hombre llamado César Vallejo. En cambio, con solo ver en una vitrina un libro de alguno de esos poetas de círculos concéntricos que tienen como eje la lambonería y el aplauso engatillado, me encasqueto el gorro que encuentre, lo más lejano al que portan algunos caballistas y por supuesto a quienes alquilan la cabeza para comprarse un sombrero”.

$!Portada de A Dos Tintas de Juan Manuel Roca. Foto: cortesía El Verso Libre
Portada de A Dos Tintas de Juan Manuel Roca. Foto: cortesía El Verso Libre

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