Trece hombres se paran en la Avenida La Playa usando vestidos color rosa, con maquillaje y flores en el pelo. “Son maricas y se les nota”, les grita alguien al pasar. “En la Biblia dice que eso está mal, se van a ir al infierno”, dice otro. “Esto es más de las nuevas generaciones, ¿no cierto?”, pregunta una señora por lo bajo. Los demás observan en silencio, la mayoría son mujeres. Poblaciones unidas en la fiscalización del cuerpo cuando se enfrentan al espacio público, juntas en asumir el riesgo de ser víctimas de alguna agresión por verse como se quieren ver.
Los hombres hacen parte de un performance que se llama La Vie en Rose de Leifer Hoyos Madrid. Lo creó en 2019 para sacarse el peso que le quedó en la infancia de no poder usar ropa rosa, su color favorito, no solo porque no se fabricaba para niños en ese entonces, sino porque no era bien visto. “Vergüenza y tabú, era pecado”, dice Leifer, que se crió en Castilla.
Eventualmente, gracias a que su familia no lo cohibió, a diferencia de sus compañeros de escuela, pudo vestirse como quiso, aun cargando con algunos prejuicios, como que sus alumnos de ahora creyeran que era menos exigente o hasta mariguanero por tener el pelo largo y usar prendas que no le pertenecen tradicionalmente a su género.
Ese es su performance permanente y está acostumbrado, son pocas las agresiones que recibe en el espacio público, o por lo menos las que nota, siempre va en lo suyo.