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Libros tan amigables que nos place revisitarlos

Algunas obras, especialmente literarias, causan un efecto tan grande en nuestras vidas que las releemos cada cierto tiempo.

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09 de noviembre de 2014
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Todo el mundo sabe, hasta María Kodama: Jorge Luis Borges era relector contumaz. Releyó a los griegos, a los ingleses. Y dijo: “He tratado más de releer que de leer. Creo que releer es más importante que leer, salvo que para releer se necesita haber leído”.

La relectura, premio mayor que ganan pocos autores y por el que apuestan todos, es un ejercicio de gran parte de los lectores... cuando hallan un volumen que, a su juicio, merezca la pena ser releído.

Releer permite recordar lo olvidado... Por este camino, el del olvido, recordamos al olvidadizo personaje del cuento Amnesia in litteris, de Patrick Suskind, sí, el de La paloma. “¿Cómo era la pregunta? ¡Ah!, sí: qué libro me había impresionado, marcado, señalado, sacudido o incluso conducido en una dirección o apartado de ella”. Tras un esfuerzo enorme consigue mencionar uno, de cuyo autor no se acuerda; del título, tampoco, pero sí de la frase final: “Tienes que cambiar tu vida”.

Va a la estantería a encontrarse con ese amigo, el libro, comienza a leerlo, a estaciarse con las palabras, las ideas y con el modo de decir las cosas, quiere subrayar una frase, pero, ay, cuando va a descargar su lápiz, ya está subrayado. Desea escribir una nota al margen: “¡qué bien!”, pero ya el “¡qué bien!” está escrito allí, pues él fue el lector precedente. Cierra el libro angustiado por la inutilidad de leer con semejante amnesia.

“No releeo, sino que leo de nuevo —aclara Óscar González Hernández, escritor, pero digamos aquí lector, lo que nos interesa ahora— porque en cada instancia o relación de lector, soy otro y la lectura es otra. Tiene otras tensiones y otras intenciones para mí, porque ya se han formado en mí las membranas de otro lector. No puedo sino tensionar desde mí esa otra lectura”. Cuenta que el volumen que lee de nuevo a cada rato es El amor loco, de André Breton. “Es un libro que he leído de muchas formas desde el principio y sin intención nunca de decir: no leo más, sino que en cada momento adquiere otras formas, se llena de otras indicaciones irrelevantes o maravillosas. Tiene esa dimensión estética y de transformación.

Desde que comienzo a leerlo sé, eso sí, que no lo leeré nunca y que podría morir, inexorable destino de la muerte del libro en mí y de mí en el libro, sin instalarse de nuevo en la biblioteca, qué miedo siento y tiemblo ante ello; sí, podría morir leyéndolo, y entonces sería considerado de otra manera, tendría otro destino”.

Sabueso

Con palabras distintas, aunque con un mensaje parecido hablan casi todos los lectores relectores. Esteban París, el dibujante o, mejor, el lector, dice: “cada vez que releo, la lectura sabe distinto. No sé si es porque uno llega diferente al libro en cada ocasión”. Dice que son varios los volúmenes que revisita. La serie Carvalho, de Manuel Vázquez Montalbán; Cien años de soledad, porque “no está demás estar dándole un repasón para recordar”. Todo Dashiell Hammett, el autor gringo de novela negra: sus obras son dialogadas, es un placer sentir las conversaciones bien manejadas...”

Como quien va de vacaciones a la misma ciudad varias veces, Juan Diego Mejía, escritor y lector, dice que el libro al cual suele regresar es el Gran Sartón, de Joao Guimaraes Rosa, “por complejo. Por el universo que se instala dentro de uno”. La primera vez que lo leyó, requirió gran decisión de permanecer y se sintió perdido en el sertón, ese desierto brasileño y “después lo he releído porque deseo repetir esa sensación”. Agrega a su lista a Carver, a Chejov... “Releo mucho a los cuentistas”.

Explica que leer es una experiencia, no una actividad mecánica. “El que lee se expone a entrar en un universo”.

Por semanas, que se repiten cada tanto tiempo, Piedad Bonnett se va a vivir a Una soledad más ruidosa, universo creado por Bohumil Hrabal, un autor checo cuya manera de narrar fascina a la lectora. “No con realismo y sí con un ingrediente poético alto. Con humor y como encerrando una metáfora”.

A ella le gusta releer, especialmente poesía, “porque la poesía está hecha para la relectura”.

Juan José García Posada, quien es especializado en hermenéutica, o sea que lee buscando varios niveles de significación. Leyó El nombre de la rosa, de Umberto Eco, hace más de 25 años. Y lo relee porque le parece “la gran síntesis de la Edad Media”. La exploración en el tema de la risa, basado en la Comedia de Aristóteles, gran discusión entre franciscanos y dominicos... Y el Quijote. La relectura de este libro devino luego de ver la película con guión de Camilo José Celá, “en la que el Quijote es como uno se lo imagina”.

Y comenta: “releer no siempre es de lo más placentero, pero hay obras que lo han marcado a uno de tal manera que siempre es un deleite remitirse a ellas”.

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