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La madre, una búsqueda (y una herida) en la literatura colombiana reciente

De Medea a la Mamá Grande, la figura de la madre ha sido protagonista en los libros. ¿Cómo se escribe de la madre y desde la maternidad hoy día?

  • Manuela Gómez, Giuseppe Caputo y Paul Brito han hablado de la madre y la maternidad sus obras. FOTO Cortesía
    Manuela Gómez, Giuseppe Caputo y Paul Brito han hablado de la madre y la maternidad sus obras. FOTO Cortesía
  • Margarita García Robayo ha escrito sobre la madre en crónicas y en su reciente novela “La encomienda”. Solano tituló “Gloria”, su novela recién publicada, con el nombre de su madre. FOTO Cortesía
    Margarita García Robayo ha escrito sobre la madre en crónicas y en su reciente novela “La encomienda”. Solano tituló “Gloria”, su novela recién publicada, con el nombre de su madre. FOTO Cortesía
12 de febrero de 2023
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El escritor francés Édouard Louis concluye un libro sobre su madre con un deseo final: “Me gustaría que esta historia sobre mi madre se convirtiera, en cierto modo, en la morada en la que ella pudiera refugiarse”. La madre de la que habla en “Lucha y metamorfosis de una mujer” (Salamandra, 2022) vivió la violencia de su esposo, la violencia de clase y la del mismo hijo que, adulto, decide hacer una memoria sobre la emancipación de esa persona “que luchaba por tener derecho a ser una mujer”.

Las historias que examinan los actos y transformaciones de una madre no son nuevas. Entre las representaciones más conocidas de la antigüedad está Medea, quien envenena a sus hijos para vengarse de su esposo. O Yocasta, que después de casarse con su hijo Edipo debido a una predestinación fatal se suicida. En la Biblia y el cristianismo existe la virgen María, madre de Jesús que para concebirlo no necesitó de ningún hombre. Y —dando un salto gigante— la Mamá Grande de Gabriel García Márquez puede “amamantar ella sola a toda su especie” a pesar de agonizar virgen y sin hijos.

En Colombia, en los últimos años varios autores y autoras han abordado la figura de la madre. No se trata de algo nuevo ni de una coincidencia editorial, pero el panorama se presta para las asociaciones: “Estrella madre” (2020), de Giuseppe Caputo; “Restos orgánicos de un mundo anterior” (2020), de Paul Brito; “Gloria” (2023), de Andrés Felipe Solano; “La encomienda” (2022), de Margarita García Robayo; “La hora de los satélites” (2020), de Manuela Gómez. Estos libros ponen a la madre en el centro, la piensan con intensidad o, en el caso de Gómez, ella misma habla de su maternidad en poemas.

En el ámbito internacional abundan los casos: “Apegos feroces”, de Vivian Gornick, es ya un fenómeno editorial sobre la difícil relación de una hija con su madre, y en “Un trabajo para toda la vida: sobre la experiencia de ser madre”, Rachel Cusk escribe de forma poco complaciente sobre esa “especie de urbanización cerrada y aislada del mundo” que fue su maternidad. Ambos constituyen un rescate editorial en nuestro idioma: el primero, publicado originalmente en 1987, llegó hace unos años al español; el segundo tiene unos meses de haber sido publicado en España y Latinoamérica después de 20 años de su publicación original, también en inglés.

La herida y el misterio maternos

La narradora y protagonista de “La encomienda” se entera un día de que su madre tuvo un diario personal que ya no existe. Eso la inquieta: “Hay una versión de mi madre —¿y por lo tanto de mi?— en un libro perdido. Me parece injusto no conocerla. Me siento estafada. Me pregunto quién era mi madre cuando escribía su diario. Quién era mi madre antes de ser mi madre. ¿Y después?”

Esa pregunta sobrevuela en buena parte la trama de algunos libros aquí citados. Giuseppe Caputo (1982), que en su novela “Un mundo huérfano” habló de la relación con el padre en un escenario de pobreza y nocturnidad, en “Estrella madre” el narrador habla de una madre-sol que está ausente. Este vive recordándola y esperándola acompañado de amigas como “Madrecita”, una vecina que asegura estar embarazada aunque carga una barriga de trapo y que vive convirtiendo en hijos amados los objetos de su casa.

Caputo narra abriéndose a la ambivalencia del asunto. A veces (“en tristeza”) el personaje quiere reprocharle a la madre su tardanza, otras (“en amor”) permanece en la esperanza de su regreso, pagando con esfuerzo la factura telefónica solo para aguardar su llamada. “La plata que no tengo está ocupando el lugar de mi madre, que no está”, dice.

Para el autor barranquillero “escribir sobre la madre es, como dice Annie Ernaux, enfrentarse al problema de la escritura”. Su libro, que cerró después de numerosos manuscritos, significó “un desafío formal, intelectual y emocional”. Caputo ha hablado de sus padres en libros que están muy lejos de retratar un padre o una madre “malos”. En su presencia o ausencia trata de profundizar en las conductas paternofiliales, que a veces intercambian roles: el personaje del hijo, en el cuidado que prodiga, pasa a ser padre de su padre, aunque le cuesta más ser madre de una madre que se ha ido.

Escribir sobre la madre es escribir inevitablemente sobre una herida. Una herida ante la cual es muy, muy difícil tener una distancia crítica y afectiva”. Esa herida, sostiene el autor y también profesor de literatura, está en cada uno, tengamos o no una buena relación con la madre. “Ahí está el ombligo para recordarnos siempre esa herida”, dice.

En Restos orgánicos de un mundo anterior, Paul Brito (Barranquilla) rememora a su madre a partir de su muerte por la enfermedad de Parkinson. El libro, que escarba en teorías científicas y nociones filosóficas, está atravesado por la idea de la muerte no como punto final, sino como movimiento. La madre es un lugar al que volver o del que nunca se va cuando se va. “Dicen que cuando uno está cerca de morir se encuentra de nuevo con la madre, que te acompaña a hacer la transición al otro mundo. Eso siempre me ha parecido una imagen poderosa: que una madre te siga regalando nuevos mundos, que te siga pariendo a nuevos universos”, dice el autor a EL COLOMBIANO.

En el libro, como en algunas crónicas, el autor habla del padre, la infancia, de los viajes que en momentos los alejaron, de la orfandad. “Uno también pensaría que al escribir sobre la madre da con una respuesta, pero más bien lo que hace es encontrar nuevas preguntas para seguir profundizando en el misterio de la vida”, dice Brito.

Desde la maternidad

La madre también observa al hijo como un mundo —el propio— nunca antes visto. En un poema de “La hora de los satélites”, Manuela Gómez (Medellín, 1985) escribe tras cuestionar la valentía que le atribuyen unos amigos por tener un hijo:

[...] lo contemplo

en la distancia

y me siento

como ese astronauta

que atraviesa la atmósfera

solamente

para ver

su planeta

entero

ahí

abajo

brillando.

Su maternidad la lleva a pensar en su propia madre: “Me duele la cabeza / igual que le dolía a mamá / cuando yo era una niña”. Sin la escritura, Gómez cree que perdería este “registro personalísimo” de su propia experiencia. Es un “registro emocional”, no vinculado exactamente con fechas o números sobre cuándo dejaron de tomar teteros o cuando empezaron a gatear sus hijos.

“Theo, mi hijo menor, hace poco me dijo que cuando alguien muere se va para ‘el espacio interior’, lo que él quería decir era que se iba para el espacio exterior. Como aún no tiene esa fijeza del lenguaje, juega y crea sin esfuerzo. Y, ¿no es cierto que al perder a alguien, sentimos que deja de estar afuera para estar adentro? A eso me refiero, son cosas mucho más volátiles, de menos consistencia, si no las escribo, si no las transformo en algo más, las pierdo. Y no quiero perderlas”, dice la autora.

En la sinopsis del libro de Gomez se lee que el hecho “más crucial de la vida femenina” es la maternidad. La autora no reafirma eso; no son cosas que puedan medirse, dice. “Escribir un libro es crucial, crear algo que antes no existía. Enamorarse, perder a alguien amado, cuidar a los padres cuando envejecen”.

Según Alejandra Toro, profesora de literatura de la Universidad Eafit y editora de Siglo Editores, que las madres figuren en los libros no es nada nuevo: “están ahí como el padre, la muerte o el amor”. El “fenómeno” que sucede ahora es que la madre en la literatura aparece “como ella misma narrada, es decir, las mujeres hablando como mujeres que han sido madres”.

En ese sentido, Gomez nombra algunos “libros madre” que la han acompañado en su proceso: “El nudo materno” de Jane Lazarre, “Nacemos de mujer” de Adrienne Rich, “Pequeñas labores” de Rivka Galchen, “Noches azules” de Joan Didion, entre otros. “Leer sobre estas experiencias directas, cuidadas con la fineza de la literatura, anima a las madres que escriben ahora, a seguir este impulso y registrar sus historias particulares”, dice.

Margarita García Robayo ha escrito sobre la madre en crónicas y en su reciente novela “La encomienda”. Solano tituló “Gloria”, su novela recién publicada, con el nombre de su madre. FOTO Cortesía
Margarita García Robayo ha escrito sobre la madre en crónicas y en su reciente novela “La encomienda”. Solano tituló “Gloria”, su novela recién publicada, con el nombre de su madre. FOTO Cortesía

Deseo de trascendencia

En la maternidad está contenida también la paternidad. O así lo sugiere uno de los cuentos de Andrés Caicedo, “Maternidad”, en el que un adolescente se hace cargo de su hijo mientras la madre se aleja y se hunde en las drogas. En la historia se aborda el deseo de trascendencia en la paternidad —en el hombre incapaz de parir. El narrador mira a la que será la madre de su hijo con una ilusión que trata de contagiarle: “en los cines me le pegaba mucho o suspiraba cada vez que había un pasaje de maternidad, y ella salía conmovida toda, aún sin decirme nada pero ya pensando en la idea de que la única manera de trascender sería quedando preñada y pariendo un hijo”.

Como en cualquier contexto de violencia, la paternidad surge aquí en medio de una mortandad: la historia comienza con un recuento de adolescentes, compañeros del colegio, que han muerto trágicamente en los últimos años. Son jóvenes que viven en los márgenes de la autoridad escolar y familiar, casi como niños huérfanos. El deseo de trascendencia del narrador de Caicedo es inseparable de esa carencia aparente de ascendencia. Pero al tener un hijo se abre una grieta a otro mundo. “Yo he terminado sexto con todos los honores, leo cómics y espero con mi hijo una mejor época”, dice al final.

Interior y exterior

Una idea sobre la que se vuelve con frecuencia en la cultura y el psicoanálisis es la “Matar al padre”. Se ha explorado desde los dramas griegos con la historia de Edipo, primer parricida, hasta Kafka, que empieza su Carta al padre hablando del miedo hacia él. El concepto se presta para falsas ambigüedades. Caputo dice que no se mata al padre por ser padre. “Creo que esa idea ha sido ampliamente malinterpretada. Se mata al opresor y al patriarca, no al padre o la madre que abren caminos amorosamente o que buscan nuestra emancipación”. Y agrega: “Distinguir entre progenitor y opresor es signo de madurez emocional, pero sobre todo, intelectual”.

Muchas veces es la madre la que se oprime (“Un hombre, frente a su madre, por muy hijo que sea, continúa siendo un hombre frente a una mujer”, escribe Édouard Louis). Y aunque nadie habla de “matar a la madre”, sí hablamos de “madre tierra” o “madre naturaleza”. Alejandra Toro afirma que eso “no está mal” y es una relación evidente: “El arquetipo de la madre la muestra como alguien que provee, acompaña, aconseja. Pero se la ha pensado como si pudiera hacerlo ilimitadamente, como en una extracción. Muchas veces tratamos a la madre como quien tiene que darnos todo y nosotros nada, y no somos conscientes de su presencia”, dice.

Conscientes o inconscientes, escribir sobre la madre es una forma de no dejar ir esa presencia, de explorarla desde la maternidad o en la condición de hijo que también busca llevarla dentro. En esa apuesta puede haber venganza: Fernando Vallejo llama a la madre de sus libros “la bestia proliferante”, “la multípara”, en lo que también hay un engrandecimiento —¿una admiración?— hacia su figura. Y puede haber una fantasía de regreso al útero, confundiéndose espacio interior y exterior. Escribir sobre la madre “es una forma de matar su fantasma para que pueda revivir en tu interior y que ya más nunca pueda despedirse de ti”, dice Brito.

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