Ayer fue la mañana de los reconocimientos. A Candelario, menos conocido como Manuel Efraín Londoño, y su esposa doña Chon, Encarnación Atehortúa, les entregaron un galardón por ser los mayores entre los silleteros: él tiene 92 años; ella, 83.
A Jaime Atehortúa, otro por ser quien más títulos ostenta entre los participantes en el desfile, 19, entre los que se cuentan tres primeros puestos y varios segundos y terceros.
Estas exaltaciones sucedieron en el Trueque de Flores, un acto que resalta una tradición de los floricultores de Santa Elena, consistente en intercambiar flores para terminar de completar las que cada cual necesita para su silleta.
Celebrado en Comfama del Parque Arví, es un programa en el que la Asociación de Exportadores de Flores, Asocolflores, se vincula al Desfile. Les anuncia la entrega de dos cajas de flores a cada uno. Aunque, como explica Luz María Grajales, silletera de Piedragorda, este regalo lo recibirán la semana próxima, para evitar que las flores lleguen muy resecas al día de la fiesta, el domingo 7 de agosto.
Candelario y doña Chon viven en San Isidro. Han integrado el evento principal de la Feria de las Flores desde 1957, cuando a los vendedores se les ocurrió desfilar por calles del Centro. Alhambra, Ayacucho, Cundinamarca...
Ellos fueron silleteros originales, es decir, de quienes debían echarse una silleta a la espalda cargada de flores y hortalizas, salir de casa en la madrugada hasta el Centro de Medellín para venderlas.
“El regreso, por la noche, era peor —intervino Luis Enrique Atehortúa Ríos, otro pionero, residente en El Cerro—. Había que llenar la silleta con el mercado y ¡echar de La Toma pa arriba!”.